Isis modernista. José Ricardo Chaves

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Isis modernista - José Ricardo Chaves Pública Ensayo

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muy beligerante contra teósofos, espiritistas y masones. También en el gobierno de Tinoco hubo participación teosófica al inicio de su gestión, pero después se dio un distanciamiento, dado el creciente tinte dictatorial del nuevo régimen.

      Para captar ese medio, se seleccionó un testimonio de primera mano, un fragmento del libro de memorias de Sidney Field Povedano (1906-1988), hijo y nieto de teósofos de Costa Rica. Esto es, se trata de un niño surgido de la mera entraña teosófica del país, en donde se entrecruzan lo español, lo cubano, lo estadounidense y lo costarricense. Me interesa recuperar esa vivencia de Sidney Field, el ambiente teosófico de una época en que dominaba la figura de aquel primer Krishnamurti que todavía se movía en la órbita teosófica, pintado en un óleo por su abuelo artista; no el pensador independiente posterior.

      El siguiente texto sobre K es de José Basileo Acuña, de quien ya conocemos un ensayo sobre teosofía en la segunda parte de este libro, y de quien señalamos su alta y gran nombradía obtenida en la organización teosófica nacional e internacional, de la que formó parte como conferencista y funcionario. Su texto busca dar, no información, sino más bien una suerte de testimonio personal de lo que significó la lectura de Krishnamurti para él. Todavía no lo conocía directamente, como tendrá oportunidad de hacerlo años después en la India, con consecuencias importantes en su vida: el alejamiento institucional de Acuña del medio teosófico, comasónico y católico-liberal, así como la acogida de la propuesta del Krishnamurti maduro e independiente en su propia casa en San José, donde funcionó un grupo afín de estudio y meditación por muchos años.

      Después de estos dos textos “internos” sobre el tema K, de gente convencida de la validez de su propuesta, se presentan las contribuciones del escritor salvadoreño Alberto Masferrer (1868-1932) publicadas en El Repertorio Americano, célebre publicación costarricense de proyección hispanoamericana, dirigida por Joaquín García Monge, y en las que Masferrer evalúa elogiosamente –aunque con cierta distancia– la figura de Krishnamurti, una vez que éste renunciara a su papel mesiánico como supremo dirigente de la Orden de la Estrella de Oriente. Se cierra el libro con un texto del escritor Mario Sancho (1889-1948), quien en su libro de 1933, Viajes y lecturas, cuenta de su asistencia a una conferencia de Krishnamurti, en Estados Unidos, de la que no sale muy convencido.

      En esta sección sobre Krishnamurti me hubiera gustado incluir también los textos de dos escritoras, una española, Ángeles Vicente, y la otra chilena, Gabriela Mistral. La primera publicó el artículo “Los que esperan a Cristo” en Excelsior, de Madrid, el 20 de septiembre de 1912, en plena etapa de crecimiento de la figura de Krishnamurti, mientras que la segunda escribió “Algo más sobre el caso Krishnamurti”, en La Nación de Buenos Aires, el 31 de agosto de 1930, ya producida su dimisión del proyecto mesiánico. En especial el artículo de Mistral resulta valioso, por sus ideas, reflexiones y por su cuidado estilo literario. Lamentablemente tuve conocimiento de ellos cuando este libro estaba prácticamente listo, por lo que, por razones de tiempo y extensión, ya no podía incluirlos, aunque me hubiera gustado hacerlo, no solo por su valor intrínseco sino además por tratarse de textos escritos por mujeres, que brillan por su ausencia en esta antología que huele tanto a testosterona, no por discriminación de sexo sino por escasez literaria sobre el tema, en este género particular del ensayo o el artículo, no en otros como relatos (la espiritista española Amalia Domingo Soler o la teósofa costarricense María Fernández de Tinoco) o literatura de viaje (la teósofa guatemalteca María Cruz), géneros que no se abordan en este libro. No obstante, el texto de Ángeles Vicente puede leerse en la tesis doctoral Viaje al mundo de las almas: la narrativa breve de Ángeles Vicente, escrita por Sara Toro Ballesteros, accesible en Internet, mientras que el texto de Mistral ha sido recogido en la antología Prosa religiosa de Gabriela Mistral, elaborada por Luis Vargas Saavedra y publicada por la editorial Andrés Bello en 1978.

      Con lo dicho hasta ahora, creo que el subtítulo del libro queda claro, no así la primera parte, sobre todo en su referencia a la diosa Isis. Desde el Renacimiento, con la recuperación del Corpus Hermeticum y su traducción al latín por parte de Marsilio Ficino, la filosofía religiosa del hermetismo se expandió por Europa como una señal de renovación ideológica y pasó a ser parte muy importante del corpus esotérico occidental que comenzó a fraguarse desde entonces. Figuras míticas como el supuesto Hermes Trismegisto o la diosa Isis se tornaron referentes de sabiduría arcana o, mejor, fortalecieron este aspecto que ya arrastraban desde la Antigüedad (por ejemplo, en el caso de Isis, con Las metamorfosis o El asno de oro, de Apuleyo), ahora con un nuevo conjunto de textos que apuntalaba dicho prestigio.

      Para el siglo XVII, el sabio jesuita Athanasius Kircher, personaje de proyección internacional, cuyos libros y grabados llegaron incluso a la Nueva España, como puede apreciarse en sor Juana Inés de la Cruz y en Carlos de Sigüenza y Góngora, retoma de los clásicos, sobre todo de Plutarco, la metáfora del “velo de Isis” como símbolo de los secretos de la Naturaleza, esto en su libro Oedipus Aegyptiacus (1652-1654). En su tratado Isis y Osiris, Plutarco se refiere a la inscripción que había en el pedestal de Isis, en la ciudad egipcia de Sais: “Soy todo lo que fue, todo lo que es y todo lo que será y jamás mortal alguno ha levantado todavía mi velo” (1986, 13).

      El siglo XVIII, el de la Ilustración y el de la Revolución, no abandona a la diosa con velo sino que la seculariza. Ella, la naturaleza, posee secretos que la razón humana se encargará de develar. En palabras de Pierre Hadot:

      Muchos grabados representarán el desvelamiento de la Naturaleza como el triunfo de la filosofía de las Luces sobre el oscurantismo. Será uno de los temas preferidos de la Revolución […]. De una manera general, el motivo del desvelamiento de Isis desempeñó un papel capital en la ilustración de los libros científicos en los siglos XVII y XVIII. Pero ha sido también un tema literario y filosófico muy importante a finales del siglo XVIII y a principios del siglo XIX, que deja entrever una transformación significativa de la actitud de los filósofos y de los poetas con respecto a la naturaleza (2015, 310-311).

      Con el surgimiento del romanticismo a finales del XVIII y principios del XIX, Isis velada sufre nuevas metamorfosis, empezando con Goethe, quien considera que no es Isis quien está velada, sino los ojos de quienes buscan contemplarla, los que requieren, para traspasarlo, una percepción estética de la naturaleza (cf. Hadot, 313-330). Otros autores germanos retomarán la figura de la diosa, como Schiller, quien escribió su famoso poema “La imagen velada de Sais” (1795), en el que la contemplación directa de la diosa acarrea la muerte, o Novalis, quien acudirá a la diosa y su inscripción plutarquiana en su texto Los discípulos en Sais (1802) y, en oposición a Schiller, acepta el reto de mirarla: “si, de acuerdo con la inscripción del templo, ningún mortal descorre el velo, tendremos que tratar de convertirnos en inmortales: el que no quiere descorrerlo, o no tiene suficiente voluntad como para levantar el velo, ese no es un verdadero discípulo, ni es digno de permanecer en Sais” (1988, 32). En otros autores alemanes se aprecia esta referencia isiaca, y algo parecido ocurre en el ámbito francés, de manera ejemplar en Gérard de Nerval, en quien la figura de Isis es recurrente y se manifiesta como el centro de una red imaginaria que combina misterio, sabiduría y feminidad (cf. Aubaude, 1997 y Spiquel, 1999), pero la lista es larga y abundante, e incluye entre otros a Victor Hugo, Flaubert, Gautier y Villiers de l’Isle Adam.

      Podemos ver entonces que la Isis hermética del Renacimiento y del Barroco se seculariza en una Isis ilustrada y neoclásica que representa tan solo los secretos de la naturaleza que la razón humana se apresta a descubrir. Con el romanticismo, Isis recupera su carga numinosa, pasa del plano natural al metafísico, y “el sentimiento fundamental ya no será la curiosidad, el deseo de conocer, de resolver un problema, sino la admiración, la veneración, quizá también la angustia, ante el misterio insondable de la existencia (Hadot, 2015, 330). La naturaleza se torna inaccesible, y ante ella, más que una reacción intelectual, lo que se experimenta es un estremecimiento sagrado. La categoría romántica de lo sublime (recuperada de la tradición neoplatónica) ayuda a recomponer esta visión de

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