Lo primero es el amor. Scott Hahn

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Lo primero es el amor - Scott  Hahn Patmos

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Adán se vio fenecer

      se esforzará de nuevo contra el enemigo,

      se esforzará y logrará vencer.

      Y un don más alto que la gracia

      carne y sangre pondrá en refino:

      la presencia de Dios y su mismo Ser

      y Esencia totalmente divinos.

      Comienza este libro con la historia de aquel primer Adán y vuelve una y otra vez a esa historia, como en espiral, examinando la narración del Génesis a la luz del segundo Adán, Jesucristo. En Cristo, nuestras pequeñas familias humanas han de ser introducidas en la sublime familia de Dios y saber, con el calor de la fe, que Dios es verdaderamente su Padre. Pero nuestras familias han de ser introducidas también en la gran familia visible que nos abarca, más bendita y salvadora que ninguna de las «familias depositarias» de la antigüedad (cf. capítulo 2). Nuestras familias han de ser introducidas en la familia de la Iglesia. Porque la Iglesia refleja esa Familia de Dios, que es la Trinidad, y al mismo tiempo es en la tierra la Familia de Dios, que da aliento constante y dones de vida a las pequeñas familias.

      Son del todo sorprendentes los caminos por los que Jesús, el Hijo eterno, aúna el misterio de la familia humana y el misterio, mucho mayor, de la Familia de Dios. En este libro se habla con gran ardor del lugar que ocupa la Eucaristía (capítulo 7). Cuando Adán fue incapaz de mostrar el amor que Dios le dio para que lo compartiera, y condujo a su familia humana al pecado, el Hijo eterno se hizo nuestro propio hermano y nueva cabeza y fundador de nuestra familia humana..., y Él no fracasó. Nos dio a nosotros, y a todos en nuestras familias, un parentesco con Dios. Como escribe el profesor Hahn: «Nuestro parentesco con Dios es tan real que su misma sangre fluye por nuestro cuerpo... En la comida de la nueva Alianza, la Familia de Dios come el cuerpo de Cristo y por tanto se convierte en el cuerpo de Cristo... “Los hijos participan en la carne y en la sangre” (Heb 2,14)».

      El libro incluye también un tesoro de citas y notas a pie de página, cuya riqueza te animo a consultar.

      En la familia visible de la Iglesia, como en la familia trinitaria que es Dios, cada persona, por mucho que se hayan roto su hogar y sus esperanzas, puede encontrar una familia de lo más entrañable. La Iglesia ofrece fuerza y luz a toda pequeña familia, de manera que pueda ser con alegría y perfección aquello para lo que fue creada: un lugar de amor, que reluce con los dones de Dios, que es quien capacita a la familia y a cada uno de sus miembros para que puedan conseguir diversos y maravillosos modos de perfección.

      Toda familia, incluso la más débil y sufrida, está llamada a ser grande. Y puede llegar a ser grande, porque esto significa ser introducida (y eso es posible) en la gran familia de Dios, que es la fuente de la alegría de la grandeza sin fin.

      RONALD D. LAWLER, O. F. M. Cap.

      Miembro de la Pontificia Academia Romana de Teología

      I. LA HISTORIA MÁS ANTIGUA DEL MUNDO

      Hay pocas cosas que puedan apartar a un universitario de la cafetería. El universitario varón tiene un enorme y primario apetito de comida... incluso de comida de menú. Y yo era, en cuanto universitario y en cuanto chico, como cualquier otro estudiante de la Universidad de Grove City.

      Pero un día de otoño descubrí que había una fuerza de la naturaleza que superaba incluso a la comida. Su nombre era Kimberly Kirk.

      La divisé tocando el piano en el antecomedor. La melodía era bonita, pero la música —aun la más excelente..., y sus canciones eran deslumbrantes— ocupa un puesto relativamente bajo en las prioridades de un chico universitario.

      De lejos podía ver que la joven del teclado tenía un bonito y atractivo corte de pelo... y una sonrisa aún más atractiva.

      Me puse en marcha y, entre canción y canción, intenté entablar una conversación intrascendente. Pude enterarme de que le apasionaba el teatro y le interesaba la literatura; estudiaba comunicación. Tocó una pieza que había compuesto ella misma y era magnífica.

      Luego cantó mientras se acompañaba, y pensé: podría ganarse la vida así.

      Me di cuenta de que tenía que pasar del tema, y rápido. Scott Hahn no estaba por la labor de enamorarse de otra mujer. Me explico: no muchos días antes de ese encuentro, había tomado la firme decisión de no entablar una nueva relación. Después de varias relaciones, llegué a la conclusión de que salir con una chica era una trampa sentimental, un amplio desgaste de juegos psicológicos... que hacen daño y te hacen daño. Ya había tenido suficiente. Además, estaba haciendo tres especialidades (Economía, Filosofía y Teología) y también trabajaba como ayudante. No tenía tiempo.

      Así que ese día de otoño, con un educado «encantado de conocerte», giré mi cuerpo de universitario de vuelta a la cafetería.

      Mi cabeza, sin embargo, era otra cuestión. Unos días después atravesaba yo el patio y pude echar un vistazo a Kimberly Kirk, que estaba por allí. Al observar su paso, pensé: Chico, es muy guapa. Entonces me acordé de nuestro encuentro en el antecomedor: Y es realmente inteligente y con talento musical...

      Con todo, mi obstinada decisión seguía en pie. No podía pedirle una cita. Salir era implanteable en aquel momento de mi vida: incluso quedar con una chica radiantemente guapa, tan ingeniosa e inteligente. No, no podía hacerlo.

      Así que elegí la siguiente mejor opción. Le pregunté si le gustaría echarme una mano en Young Life, un programa de pastoral juvenil que estaba ayudando a poner en marcha en un instituto de la localidad. Con gran alegría por mi parte, ella dijo que sí, sin mencionar en ningún momento que su padre había sido uno de los fundadores de Young Life, hacía dos décadas.

      En esta colaboración fue cuando realmente descubrí a Kimberly Kirk. Tenía fe, y un celo evangélico que superaba todos sus otros dones. Nunca me cansaba de su compañía. Al poco tiempo pasábamos juntos cuatro, cinco o seis horas al día, y rematábamos nuestro trabajo con guerras de bolas de nieve, largos paseos, profundas conversaciones y música, dulce música.

      En menos de un mes, mi precipitada promesa se había esfumado. Estaba perdido. Kimberly Kirk y yo nos estábamos enamorando.

      No quiero aburrirte con detalles personales. Sé que no hay nada excepcional en nuestra historia. Nos conocimos; nos sentimos atraídos el uno por el otro, pero decidimos aguantar el tipo sin ceder; así que nos resistimos a esa atracción hasta que no pudimos resistir más. Chico conoce a chica: ésta es, al pie de la letra, la historia más antigua del mundo.

      Cuando cristianos y judíos cuentan la historia del género humano, comienzan «en el principio», con la creación por Dios de un hombre llamado Adán. «Adán» es el nombre de un individuo, el padre del género humano, pero es mucho más. Adam es la palabra hebrea que significa «humanidad». Es algo parecido a la forma en que usan los estadounidenses el nombre «Washington» para referirse al primer presidente, a la capital y al gobierno de su país. La historia de Washington es, en cierto sentido, la historia de los Estados Unidos. Pero la historia de Adán es aún más grande. Pertenece a todas las naciones del mundo y a todas las personas. La historia de Adán es nuestra historia: la mía y la de Kimberly, y la tuya.

      Recordemos esa historia del comienzo de la Biblia. El libro del Génesis empieza con el relato de la creación del universo. En seis «días» consecutivos, creó Dios todas las cosas: noche y día; el cielo

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