Lo primero es el amor. Scott Hahn

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Lo primero es el amor - Scott  Hahn Patmos

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en el hogar atomista, es un modo práctico de compañía. En la familia depositaria, los hijos son bendiciones divinas; en la doméstica, agentes económicos indispensables; en la familia atomista, sin embargo, se convierten en una carga económica, un «gasto» y un obstáculo para la realización personal. En la familia depositaria, el padre es el patriarca, un rey-sacerdote que debe servir a sus antepasados tanto como a su descendencia; en la doméstica, es el autoritario director jefe de la unidad económica fundamental de la sociedad; en la familia atomista, es una patética figura que hay que dejar atrás para poder crecer como individuo. Y cada tipo de familia ve la inmoralidad sexual de forma diferente. Para la familia depositaria, es un acto criminal; para la doméstica se trata de un pecado individual; para la familia atomista es un asunto privado, una elección, un estilo de vida alternativo.

      Zimmerman señala que sólo las sociedades basadas en la familia depositaria han sido capaces de alcanzar el nivel de civilizaciones. Pero ninguna de esas sociedades fueron capaces de mantener para siempre el orden depositario. En algún momento de la historia de las civilizaciones, la gente empieza a vivir según el modelo de familia doméstica. El período de predominio de la familia doméstica, sin embargo, es por lo general de corta duración, una fase de transición hasta que la familia atomista ocupa su lugar. Cuando la familia atomista llega a ser el modelo dominante de la sociedad, entonces las obligaciones familiares se ven habitualmente como impedimentos para el desarrollo personal. La familia atomista, caracterizada por la generalización del divorcio, la actividad sexual desenfrenada y el descenso de la población, indica normalmente que una civilización está en su declive final.

      Todo esto puede ayudarnos a entender lo que la gente del antiguo Israel —y Jesucristo, y los primeros cristianos— quería decir cuando hablaba de los temas más cercanos a sus intereses y a los nuestros. Debemos tener cuidado, después de todo, para no proyectar nuestras ideas modernas sobre las palabras de los autores bíblicos. Familia, sociedad y religión eran, en gran medida, intercambiables para los israelitas. ¡Empresa familiar era sinónimo de culto religioso, y la «unidad familiar» era la sociedad misma!

      Por tanto, si te contabas entre los hijos e hijas de Israel, contabas tus «hermanos y hermanas» por decenas de miles, cientos de miles o incluso millones.

      Se trata ciertamente de una interpretación amplia de la observación de Dios: «no es bueno que el hombre esté solo». Pero podemos ver la lógica de la familia depositaria también en el primer mandamiento que dio a la primera familia: «Creced y multiplicaos, y poblad la tierra».

      No es suficiente con que el hombre sea creado «bueno». Ni parece que sea suficiente para él con «tener una ayuda adecuada a él». Un romance, por grande que pueda ser, da la impresión de que es insuficiente para satisfacer a esas criaturas, para que cumplan sus obligaciones ante Dios o para que completen la imagen de Dios en la tierra. Un romance basta, de forma limitada, para sacar al hombre de sí mismo. Los hijos bastan para llevar a una pareja de enamorados más allá de su románticas miradas.

      Pero parece que Dios nos hizo para vivir en una familia más amplia, para experimentar un amor mucho más grande... un amor que se extiende hasta el infinito.

      [1] Cf. L. Perdue et al., Families in Ancient Israel, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997; C. Osiek y D. Balch, Families in the New Testament, Westminster John Knox Press, Louisville, Ky. 1997. Para un tratamiento profundo de la visión bíblica de la familia como personalidad corporativa, cf. J. de Fraine, S.J., Adam and the Family of Man, Alba House, Staten Island, N.Y. 1965.

      [2] Sobre la naturaleza religiosa de las culturas patriarcales en la antigüedad, cf. K. van der Toorn, Family Religion in Babylonia, Syria and Israel, Brill, Leiden 1995; C. Pressler, The View of Women Found in the Deuteronomic Family Laws, Walter de Gruyter, New York 1993; C. Dawson, «La familia patriarcal en la historia», en Dinámica de la historia universal, Rialp, Madrid 1961, pp. 122-139. Sobre los discutidos «orígenes tribales» del antiguo Israel en la sagrada Escritura, cf. A. Malamat, History of Biblical Israel, Brill, Leiden 2001; W.G. Dever, What Did the Biblical Writers Know and When Did They Know It?, Eerdmans, Gran Rapids, Mich. 2001; T. L. Thompson, The Mystic Past, Basic Books, New York 1998; K. L. Sparks, Ethnicity and Identity in Ancient Israel, Eisenbrauns, Winona Lake, Ind. 1998.

      [3] F. de Coulanges,The Ancient City, Doubleday, Garden City, N. Y. 1956, p. 40; H. Maine, Ancient Law, Dutton, New York 1977; E. Schillebeeckx, Marriage: Human Reality and Saving Mistery, Sheed & Ward, New York 1965, p. 234: «Cada familia tenía su propia liturgia doméstica... Su sacerdote era el paterfamilias del hogar doméstico... Por tanto, la familia antigua era, por definición, una comunidad religiosa».

      [4] H. C. Brichto, «Kin, Cult, Land and Afterlife: A Biblical Complex», Hebrew Union College Annual 44 (1979) 1-54: «Hay pruebas abundantes de que el papel de sacerdote en la familia israelita fue cumplido en la antigüedad por el primogénito» (p. 46). Cf. G. N. Knoppers, «The Preferential Status of the Eldest Son Revoked?» en S. L. McKenzie y T. Romer (eds.), Rethinking the Foundations, Walter de Gruyter, Berlin 2000, pp. 115-126; B. J. Beitzel, «The Right of the Firstborn in the Old Testament», en W. C. Kaiser y R. F. Youngblood (eds.), Essays on the Old Testament, Moody, Chicago 1986, pp. 179-195; I. Mendelsohn, «On the Preferential Status of the Eldest Son», Bulletin of the American Society of Oriental Research 156 (1959) 38-40. Para una perspectiva similar en las fuentes patrísticas y medievales, Cf. San Jerónimo, MPL 23, 980, y Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae II-II, q. 87, art. 1.

      [5] Cf. F. M. Cross, «Kinship and Covenant in Ancient Israel», en From Epic to Canon, Johns Hopkins University Press, Baltimore 1998, pp. 3-21: «El lenguaje de la alianza, parentesco legal, es tomado del lenguaje del parentesco, parentesco carnal» (p. 11). Habría que hacer notar que las alianzas podían darse también entre los que ya estaban relacionados por parentesco (por ejemplo, David y Jonathan en 1 Sam 20, 12-17; los ancianos de Israel y David en 2 Sam 5, 1-3). Las alianzas, por tanto, no servían solamente para iniciar y extender las relaciones y obligaciones familiares, sino para renovar o fortalecer los lazos de parentesco natural; cf. G. P. Hugenberger, Marriage as a Covenant, Brill, Leiden 1994, pp. 177-215. También cf. C. Baker, Covenant and Liberation, Peter Lang, New York 1991, p. 38: «Podemos tomar como descripción de trabajo de la alianza... un compromiso solemne y externamente manifestado que fortalece el parentesco y el interés familiar entre ambas partes».

      [6] D. J. McCarthy, S. J., «Israel My Firstborn Son», Way 5 (1965) 186; cf. Id., Treaty and Covenant, 2.ª ed, Pontificio Instituto Bíblico, Roma 1981; P. Kalluveetitil, Declaration and Covenant, Pontificio Instituto Bíblico, Roma 1982, p. 212; Cross, «Kinship and Covenant», pp. 12-13: «La liga era también una organización de parentesco, un pacto de familias y tribus... Idealmente, la liga estaba concebida como doce tribus, relacionadas por alianza y por parentesco... Israel es la parentela (‘am) de Yahvé... Esta fórmula debe ser entendida como un lenguaje legal, el lenguaje de parentesco de afinidad, o en otras palabras, el lenguaje de la alianza».

      [7] C. C. Zimmerman, Family and Civilization, Harper & Brothers, New York 1947, pp. 128-29.

      [8] Cf. Zimmerman, Family and Civilization, pp. 120-210. Zimmerman introduce su «nueva clasificación» en relación con las siguientes preguntas: «Del poder total de la sociedad, ¿cuánto pertenece a la familia? De la cantidad total de control de las actuaciones en la

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