Lo primero es el amor. Scott Hahn

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Lo primero es el amor - Scott  Hahn Patmos

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como el Hijo nos lo ha revelado» (n. 2779).

      Hemos de esforzarnos por llevar a cabo esta purificación, porque el plan familiar de Dios es más que una mera receta para mejorar nuestra vida doméstica (aunque también sea eso). Es un modo de colmar nuestros anhelos más profundos: de amor, de familia, de hogar. Se trata de recuperar el romance para cuyo disfrute... para siempre... fuimos creados. Más que eso, es el título de otorgamiento de un estado familiar que nadie, ni siquiera el inspector de Hacienda, nos puede quitar. Mucho más, es la revelación de Dios mismo, en su misterio más profundo.

      4. UNIÓN EN EL PARTO

      Creo en todo esto, porque lo he visto. Me casé con Kimberly Kirk el 18 de agosto de 1979. Creamos nuestro hogar y disfrutamos del placer y la alegría de la unión de un hombre y una mujer. Sin embargo, no fue en el éxtasis de nuestra unión corporal cuando vislumbré por vez primera que una familia manifiesta del modo más vívido la vida de Dios..., aunque esa unión tenía ciertamente algo que ver.

      Empecé a comprenderlo cuando Kimberly estaba embarazada de nueve meses y medio de nuestro primer hijo. Su cuerpo había ido tomando nuevas proporciones, y me di cuenta, más que nunca, de que su carne no había sido creada exclusivamente para mi deleite. Lo que yo había disfrutado como algo hermoso se estaba convirtiendo ahora en medio para un fin más grande.

      Cuando sintió sus primeros dolores de parto, nos fuimos apresuradamente al hospital con la ilusión de que el bebé estaría pronto en nuestros brazos. Sin embargo, el parto de Kimberly fue difícil desde el principio. Hice la broma de que si los hombres pudieran quedarse embarazados, el género humano se habría extinguido poco después de su creación.

      Las horas se prolongaron, horas de duro parto, y el dolor de Kimberly se hizo cada vez más intenso. Lo que dije de broma lo desmentía mi corazón, porque me hubiera cambiado gustosamente por ella en ese momento.

      Pasamos un día de esta forma, y después una noche, y luego comenzó otro día. Tras treinta horas de parto, el médico observó poco progreso, y recomendó hacer una cesárea. No era así como nos habría gustado que fueran las cosas, pero nos dábamos cuenta de que la elección no estaba en nuestras manos.

      Exhausto, vi cómo las enfermeras ponían a Kimberly en una camilla y la llevaban a otra habitación. Iba a su lado, cogiéndola de la mano, rezando con ella y contando chistes..., cualquier cosa que le levantara el ánimo.

      Cuando llegamos a la sala de operaciones, las enfermeras levantaron a Kimberly de nuevo y la pusieron en una mesa; allí la sujetaron y la sedaron. Kimberly estaba congelada, tiritando y con mucho miedo.

      Permanecí junto a mi esposa; su cuerpo estaba atado, puesto en forma de cruz sobre la mesa, y rajado para traer una nueva vida al mundo.

      Nada de lo que me había enseñado mi padre sobre los detalles de la reproducción, nada de lo que había aprendido en las clases de biología del instituto, podría haberme preparado para ese momento. Los médicos me dejaron quedarme a ver la operación. Cuando el cirujano hizo sus incisiones, pude contemplar todos los órganos principales de Kimberly. «Realmente, pensé, ¡estamos hechos al detalle y de maravilla!». Entonces llegó el momento en que, de entre aquellos órganos, con unos pocos movimientos cuidadosos de las manos del médico, apareció el hermoso cuerpo de mi hijo, mi primer hijo, Michael.

      Pero fue el cuerpo de Kimberly lo que se convirtió en algo más que hermoso para mí. Ensangrentado, con cicatrices y retorcido de dolor, se convirtió en algo sagrado, un templo vivo, un sagrario, un altar de sacrificio que daba vida.

      La nueva vida que ella dio al mundo, esta vida que habíamos creado con Dios, podía ahora mirarla y tocarla con mis manos. Una tercera persona había entrado en la unidad íntima de nuestro hogar. Era el principio de algo nuevo para mí, y para Kimberly y para mí juntos. Dios había tomado las románticas miradas de dos amantes y las había reconducido, sin que dejaran de ser románticas y amorosas. Ahora había tres personas en un hogar feliz cuyo amor les dirigía a un hogar aún más dichoso.

      Dios lo sabe: no es bueno que estemos solos. No quiere que estemos solos. Esta es la historia más antigua del mundo, y está escrita en lo más profundo de nuestra naturaleza humana: Él quiere que tengamos un hogar.

      [1] Cf. el tratamiento de la «soledad original» en Juan Pablo II, Matrimonio, amor y fecundidad, Palabra, Madrid 1998.

      [2] Scott Hanh suele dividir los capítulos con algunos ladillos en los que hace frecuentes juegos de palabras, intraducibles al español; en este caso, el original inglés es From Garden to Grove, refiréndose, con esta última palabra, a la universidad en la que estudió. En otras ocasiones la traducción puede reflejar algo de la intencionalidad del autor, como en el caso de Children of a Lesser Good (Hijos de un bien menor), en vez de Children of a Lesser God (Hijos de un dios menor, película de 1986 dirigida por Randa Haines), National Family Planning (por Natural Family Planning) o Hey Judea, que, en la pronunciación inglesa, recuerda la conocida canción de los Beatles Hey, Jude. Por lo general, hemos optado por una traducción lo más literal posible de estos subtítulos, aun a sabiendas de que, en los casos de homofonía inglesa, resultan anodinos en la versión y sin la gracia provocadora del original; a título de ejemplo, véase The Son (por Sun) also Rises, This (por Dis-) Functional Family, etc. [n. del tr.].

      [3] Cf. Juan Pablo II, «La santísima Trinidad: modelo para todas las familias» en L’Osservatore Romano, 10-VI-1998: «En la Trinidad podemos discernir el modelo primordial de familia humana, que consiste en un hombre y una mujer llamados a entregarse el uno al otro en una comunión de amor que está abierta a la vida. En la Trinidad encontramos, también, el modelo de familia eclesial, en la que los cristianos son llamados a vivir en una relación de participación real y solidaridad».

      II. LOS VALORES DE LA FAMILIA DE ADÁN

      Puede parecer del todo evidente que la gente tiende por naturaleza a vivir en familia, y que no es bueno que el hombre esté solo. Hasta los anuncios personales del periódico dan fe de estos principios. Por tanto, ¿por qué habría alguien de escribir un libro sobre este tema? y ¿por qué ibas a leer un libro así?

      Porque hay muchas cosas que debemos desaprender para poder entender lo que significaba la familia para los antiguos judíos y cristianos. ¿Cuál es, a fin de cuentas, la clase de familia para la que fuimos creados? ¿Qué tipo de amor, y qué tipo de hogar, constituyen nuestras más profundas necesidades? La respuesta a estas cuestiones puede ayudarnos a ver por qué tanta gente está insatisfecha con el amor y por qué muchos lo buscan en todo tipo de lugares equivocados.

      Para la mayoría de nosotros, familia quiere decir (al menos en cierto sentido ideal) «mamá, papá y los niños». Familia es ese grupo estrechamente unido de personas, relacionadas por matrimonio o por sangre, que comparten un hogar común. Una familia es lo que se encuadra en un chalet o en un piso. Algunos de nosotros extenderíamos los lazos un poco más, para incluir a los tíos, primos y los abuelos

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