¡Viva Cataluña española!. José Fernando Mota Muñoz
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Durante el acto se ha desgranado el programa político del PNE. Mediada la comida, es el propio Albiñana el encargado de anunciar a la concurrencia la llegada de los delegados de la «españolísima entidad barcelonesa de la Peña Ibérica que a tantos obstáculos ha de hacer frente en Cataluña». Aparecen en la sala José María Poblador, Manuel del Castillo Arechaga, Matías Colmenares y Pedro Pujol. Una atronadora ovación recibe a los barceloneses.
La delegación ibérica llevaba en Madrid desde el día 2, llegada «con el exclusivo objeto de conferenciar con el doctor Albiñana y recibir personalmente sus instrucciones». El día siguiente los ibéricos, acompañados del propio Albiñana, habían participado en el banquete mensual que organizaba el órgano primorriverista La Nación. Allí pudieron departir con su director, Manuel Delgado Barreto, y con José Antonio Primo de Rivera, principal accionista del periódico, que presidía el banquete. Ahora, día 4, son presentados ante los correligionarios de Albiñana.
El neurólogo ve en los ibéricos a unos españolistas viscerales que no rehúyen la violencia física y que además actúan en territorio hostil. Dan el perfil de esos Legionarios de España que está promoviendo. A la Peña Ibérica le ha atraído el discurso españolista y violento del PNE y se han puesto en contacto con ellos. Acuden a Madrid a confirmar su adhesión al proyecto y a estudiar con el líder su organización en Cataluña. Será la Peña Ibérica la plataforma que utilice Albiñana para extender su proyecto a territorio catalán. Se trataba de un refuerzo importante «por su peso en el conjunto de la derecha radical catalana y porque permitía al PNE dotarse sin esfuerzo de la colaboración de una organización ya consolidada».33
Albiñana está encantado con sus aliados barceloneses. En un artículo en La Nación afirma con su retorcido estilo:
Hay en Barcelona una fuerte agrupación españolista –¡Y no es poco tratándose de Cataluña!– llamada Peña Ibérica [...]. Los ibéricos, bravos campeones de pértiga, manejan tan gentilmente el Código Nacional, con nudos y contera, que siembran el pánico en las desatentadas hordas separatistas. Los jefes del separatismo, personas adineradas y que no quieren «líos», cuando presumen que van a perder, en vez de hacer frente a tan bravos españolistas han inventado un artilugio, cómodo y barato, para atenuar, ya que no anular la acción de los «ibéricos». Consiste en denunciar a las autoridades, «como agentes provocadores», a los patriotas de la Peña Ibérica [...] creen deshacerse de sus adversarios fichándoles como alborotadores.34
La alianza entre la Peña Ibérica y Albiñana acaba de sellarse con la visita del líder del PNE a Barcelona a finales del mismo mes de mayo de 1930. Albiñana conoce la ciudad, ha estado matriculado, siempre por libre, en diferentes ocasiones, en la Universidad de Barcelona. En el curso 1905/1906 se matriculó en cinco asignaturas de Medicina, en 1912/1913 lo hizo en cinco de Farmacia y en el curso siguiente en cuatro asignaturas de Filosofía y Letras, Sección Historia. Además, en 1913 y 1914 visitó la Ciudad Condal como presidente de la Federación Nacional de Sanidad Civil, la última vez pronunciando una conferencia en el Ateneu Barcelonès. Fueron estancias fugaces, para matricularse y realizar los exámenes, para conferenciar, pero seguramente le sirvieron para percibir el crecimiento de lo que para él acabará convirtiéndose en «el auténtico talón de Aquiles de la construcción nacional española», el catalanismo.
El día 27 llega al apeadero de Gracia. Lo espera una nutrida representación de ibéricos, que lo acompaña, entre vítores, hasta el local social en la calle Aribau. Allí pronuncia un discurso de agradecimiento en el que deja fluir toda su retórica demagógica. Afirma que el PNE «tiene como uno de sus primordiales fines rescatar Cataluña de las garras del separatismo», que no es más que «un fantasma explotado por unos cuantos negociantes para obtener directa o subrepticiamente todas las gangas del poder». No deja de utilizar tópicos anticatalanistas: «la moneda española tiene las armas nacionales, y a pesar de esto ningún catalán la rechaza» y, como es habitual en sus mítines, defiende la violencia, habla de virilidad, patriotismo, anticomunismo y en una misma frase hace gala de su antiintelectualismo y antisemitismo, criticando a esos «seudointelectuales, monopolizando las columnas de una prensa judía y sin entrañas para dar al mundo el timo de una España revolucionaria y decadente». Finalmente, como doctor, ofrece su diagnosis y da su receta: «España padece en estos momentos una forma de psitacosis, especie de verborrea fétida localizada en la región izquierda, que se cura fácilmente con jarabe de estaca legionaria, médicamente novísimo y activo, que viene a enriquecer la farmacopea nacional».35 El público congregado no esperaba menos de él, palmas y vivas lo aclaman.
Albiñana pasa algunos días en la Ciudad Condal. Se desplaza a Terrassa, donde pronuncia un mitin en el local de la Peña Ibérica egarense y es agasajado por los ibéricos con una cena en el Hotel Metropolitano, de la avenida Tibidabo. Según la prensa afín, son trescientos los asistentes al banquete. En el comedor se coloca una enorme bandera española, que ocupa toda una pared y que es izada a los acordes de la Marcha Real. A la hora de los brindis toma la palabra el canónigo José Montagut Roca, que aprovecha para recordar «la inmensa obra de progreso espiritual y material que Cataluña debe a la Dictadura». Se escuchan los primeros vítores en la sala, resuena un ¡Viva Primo de Rivera, salvador de la Patria!
José Montagut Roca, originario de Mora d’Ebre, era un anticatalanista furibundo e integrista católico que, procedente del carlismo, había pasado por el mellismo y se había convertido en un reconocido propagandista de la Dictadura. Había sido uno de los oradores estrella de los círculos de la Unión Patriótica de Barcelona, además de consiliario de su Agrupación Femenina. También había tomado la pluma para ensalzar las bondades del régimen. En 1928 publicó El Dictador y la dictadura, donde se deshacía en elogios hacia Primo de Rivera y su obra. En 1930 había escrito una réplica al libro crítico con la Dictadura de Francesc Cambó y, a pesar de la caída de la Dictadura, seguía siendo un firme primorriverista, como el propio Albiñana.
Tras Montagut, toma la palabra el agasajado, «que pronuncia una oración grandilocuente, plena de masculinidad y patriotismo». Así lo escribe La Nación, que denuncia que la prensa regional ha ocultado la visita de Albiñana y «se ha conjurado para silenciar esta campaña de vindicación patriótica». En su discurso, Albiñana denuncia a la izquierda, que «pretende destruir los altos valores de España, poniendo la Religión, el Ejército y la Monarquía a los pies de un desvergonzado comunismo ruso, que avanza por Europa impulsado por el dinero judío», un comunismo que «se ha enroscado en Cataluña al separatismo, comenzando su obra con la ruptura de la unidad nacional». Afirma que «todo el esplendor actual de la magnífica Barcelona es debido a la gestión honrada y fecunda de la Dictadura» y finaliza entusiastamente: «¡Españoles! ¡Catalanes de Prim! i Los Legionarios de España, amos de la calle, al servicio de la Patria, conquistaremos el Poder para imponer la prosperidad y el engrandecimiento y el respeto a nuestra nación ¡inmortal!».36 El desatado ponente es aclamado por un público entregado.
Albiñana deja todo atado para la fundación de la delegación del PNE en Barcelona y Terrassa. En junio la Peña Ibérica queda autorizada por el Comité Central del PNE para organizar el partido en Barcelona. Sitúa su sede en Aribau 21, su propio local. En julio, una vez el PNE es legalizado en Madrid, se convoca asamblea general de