Edgar Allan Poe y la literatura fantástica mexicana (1859-1922). Sergio Hernández Roura

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Edgar Allan Poe y la literatura fantástica mexicana (1859-1922) - Sergio Hernández Roura Pública Ensayo

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asimilaron en particular las concepciones de lo fantástico atribuidos a E.T.A. Hoffmann y a Edgar Allan Poe, y por supuesto a la recepción de obras de esta tradición.

      Al respecto de su arribo a tierras mexicanas, al que he dedicado otro estudio, es posible destacar dos casos interesantes de recepción selectiva que tuvo Ignacio Manuel Altamirano y José María Roa Bárcena.

      En lo que concierne al primero, quien conocía a Hoffmann y bordeó su concepción de lo fantástico, es destacado el papel que tienen como desencadenante de la acción de Clemencia (1869), una de las novelas de corte nacionalista más importantes del siglo XIX (Gutiérrez de Velasco, 2006: 369), “El corazón de ágata” y “La cadena de los destinados”, dos de los cuentos de Hoffmann. Si bien no responden al género fantástico, permiten observar la concepción que Altamirano tenía de este autor.

      A la muerte de Juárez, en 1872, Sebastián Lerdo de Tejada le sucedió en el poder. Su intento de reelección en 1876 desató la revolución de Tuxtepec, con Porfirio Díaz a la cabeza, quien triunfó y se proclamó jefe del Poder Ejecutivo de la República (González, 2000: 655).

      Al contrario de lo que ocurrió durante la República Restaurada, durante el mandato de Díaz, un periodo de 34 años (1877-1911) sólo interrumpido en una ocasión (1880-1884), “contaron más los hombres de la espada que los de la pluma” (González, 2000: 656). A su lado comenzó a gobernar el ala más moderada de los liberales. Los planes de orden económico que durante la República Restaurada fueron ejecutadas “en dosis mínimas” (González, 2000: 650), dieron paso a una dictadura de carácter positivista y maneras afrancesadas dominada por el lema de “poca política y mucha administración”. En líneas generales, el Porfiriato se caracterizó por la estabilidad política (denominada Pax porfiriana) y económica (de la mano de la industrialización) (Katz, 2001: 132).

      Francia se convirtió en el modelo de nación civilizada y moderna en lo cultural, cuyos pasos México debía seguir si quería obtener los mismos beneficios. Su influencia se vio reflejada en el afrancesamiento de la élite, beneficiaria exclusiva de la modernización. La élite, compuesta en su mayoría por terratenientes, militares y algunos letrados, soñaba con formar parte de una metrópoli a la altura de las ciudades europeas, rehusando, ver la situación general del país; “el cacareado progreso material únicamente fue visible en las ciudades” (González, 2000: 704) y la modernidad capitalista convivió con los modos feudales de existencia y de represión.

      La Constitución de 1857 se convirtió en letra muerta; se reconocía que su radicalismo la hacía impracticable, “un noble ideal, difícilmente realizable” (Zea, 1968: 253). Esta concepción supuso la adhesión al nuevo Régimen tanto de la Iglesia como del ejército (Zea, 1968: 280).

      Para la legitimación del régimen en el plano internacional fue clave el papel desempeñado por los inversionistas extranjeros. El gobierno otorgó facilidades y concesiones.

      Esta situación contradictoria queda de manifiesto tanto en el porcentaje de población alfabetizada, como en el tiraje de los diarios. Aunque la censura existía, no fue un impedimento para que los contenidos de las publicaciones se diversificaran. Se tiene documentada la presencia en 1892 de 665 periódicos de carácter variado: “protestantes, infantiles, científicos, socialistas, comerciales, literarios e internacionales” (Bazant, 1997: 212).

      Si bien la dictadura amordazó a la prensa, y consideró “fuera de la ley a todos los periódicos de la oposición” (Katz, 2001: 112), en esa época conviven algunos importantes periódicos, entre los que se encuentran El Universal, El Monitor Republicano, El Siglo XIX, con el surgimiento de otros como El Tiempo, La Voz de México, El Diario del Hogar, El Mundo Ilustrado y El Imparcial, por mencionar algunos. Uno de los hechos más importantes es el advenimiento del periodismo moderno, representado por este último, fundado por Rafael Reyes Spíndola en 1896.

      Un cambio notable fue la evolución de los suplementos dominicales y literarios que se caracterizaron por tener un formato distinto al de la publicación de origen. Una consecuencia directa fueron las revistas literarias, entre ellas la Revista Azul (1894-1896), que apareció el 4 de mayo de 1894, como suplemento literario de El Partido Liberal, fundada y codirigida por Carlos Díaz Dufoo y Manuel Gutiérrez Nájera, miembros de la primera generación modernista. Con la aparición de otras revistas literarias autónomas se inauguró una nueva etapa en las publicaciones de este género, el paradigma es representado por la Revista Moderna (1898-1903), cuyo papel fue central para la segunda generación modernista. Ciertamente, estos impresos iban dirigidos a un público restringido, “selecto, culto, a una élite intelectual y profesional que forma un porcentaje mínimo de la población” (Bazant, 1997: 221).

      En cuanto a las publicaciones literarias predominaron las obras en francés o traducidas de esa lengua, lo cual no fue impedimento para la aparición de importantes obras mexicanas. Gracias a la proliferación de suplementos y revistas, los géneros breves tuvieron un auge y las nuevas corrientes estéticas y artísticas se abrirán paso.

      La caída del “espejismo” en el que vivía el país ocurrió en 1910, cuando al desgaste del Régimen se sumaron la lucha en contra de la reelección y el descontento social. Esto dio lugar a la Revolución Mexicana.

      Notas

      1] La categoría fue reinterpretada por el filósofo Edmund Burke en A Philosophical Enquiry into the Origin of Our Ideas of the Sublime and Beautiful (1757). Para él, el concepto definido por Longino en el siglo III a.C. en su tratado De lo sublime, pasó de ser una teoría retórica a “un nuevo campo de especulación intelectual”. De acuerdo con Molina Foix (1995: 15-16): “Determinados fenómenos físicos (acantilados muy altos, simas espantosas, vastos océanos) o ciertas proezas humanas, y en general todo aquello que ‘suscite las ideas de dolor y peligro, es decir, todo lo que de alguna

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