El mediterráneo medieval y Valencia. Paulino Iradiel Murugarren
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En el corazón del libro Progreso agrario estaba la idea de que el modelo social es el envolvente del modelo económico, y en ese punto la diferente relación con la tierra que generaba cada familia campesina en su modo de reproducción social es un aspecto fundamental para entender el lugar que ocupaba en la tipología social. De hecho, la delimitación, todo lo más precisa que sea posible, de la empresa agraria, esto es, la individualización del tipo de unidad productiva predominante en dicho territorio durante los siglos XIV-XV, constituye uno de los elementos más fuertes de su trabajo. La primera tarea debe ser reconocer la ubicación y la composición de las unidades de producción. La historia social del campesinado ha de partir siempre de un análisis de las formas de explotación de la tierra aludiendo al medio físico y los recursos naturales disponibles, la demografía y la organización del espacio, y, en suma, las características fundamentales de la economía agropecuaria. Por ese motivo es necesario centrar el campo de investigación en los límites precisos de un área geográfico-económica bien delimitada o de unidades autónomas y perfectamente conocidas de producción.
Entre las ideas importantes que subyacen de la tesis de Iradiel está la de que el análisis de la producción implica la investigación de las formas específicas que reviste la organización de todo el proceso de trabajo social. En todo intento de real convergencia entre análisis económico y conocimiento histórico es fundamental una investigación tendente a identificar con exactitud las relaciones de producción y la concreta estructura económico-social en la que ellas se insertan. Cuando hoy trabajamos en novedosos programas de investigación como ERMO («Empresas Rurales en el Mediterráneo Occidental»), liderado por la Casa de Velázquez de Madrid, debemos releer esta tesis que tiene casi cuarenta años. En ella ya se planteaba una historia de la economía rural en la que el primado de la producción es el elemento prioritario y que lleva consigo también una reorientación en la búsqueda de la documentación más idónea y unos métodos nuevos.
Al año siguiente de la publicación de Progreso agrario, Paulino Iradiel hablaba ya del «modelo del Colegio de España de Bolonia» para análisis futuros sobre estructuras de producción y consumo de productos agrarios en los siglos XIV y XV (Iradiel, 1979), tomándolo como referente él mismo para estudiar las bases económicas del hospital de Santiago en Cuenca (Iradiel, 1981). Esas dos grandes experiencias investigadoras sobre la industria textil castellana, primero, y sobre las estructuras agrarias boloñesas, después, constituyeron la base de dos artículos sucesivos para la revista del Departamento de Historia Medieval de la Universidad de Salamanca (Iradiel, 1983a y 1984). Con el primero de ellos introdujo el debate sobre la protoindustrialización en el medievalismo español comparando los esquemas de referencia de la industria castellana con la de otros países europeos. Su planteamiento era conectar industrias urbanas e industrias rurales y debatir sobre los modelos de articulación agro-urbana. Y dejó bien claro que la clave de explicación del desarrollo industrial en ámbito rural reside siempre en el sistema agrícola, en el contexto agrario (Iradiel, 1983a).
En el segundo artículo de la revista de Salamanca, Paulino Iradiel recogía ya los comentarios de autores como Moreta o Fontana sobre su Evolución de la industrial textil castellana, aludiendo a las conclusiones más polémicas a las que había llegado, a la vez que abordaba una problemática más general entonces ampliamente debatida, a saber, las realidades feudales o señoriales y las relaciones campo-ciudad en la Baja Edad Media. La relectura que hace del propio Marx –planteando hasta tres formas distintas de comprenderlo– y de los debates posteriores suscitados muestran con claridad a un historiador marxista preocupado por depurar al máximo el uso futuro del materialismo histórico en un sentido innovador y prudente, que se aleje del marxismo leninista-moscovita, del dogmatismo vulgar que se niega a revisar con autocrítica sus propios planteamientos: «aun a costa y con plena conciencia de tocar temas muy debatidos y polémicos, es necesario volver sobre cuestiones viejas, y nunca resueltas, como “feudalismo” y periodización histórica, o si se prefiere, “transición”» (Iradiel, 1984: 62).
Ni en Evolución de la industria textil ni en Progreso agrario Paulino Iradiel había lanzado al aire una pregunta semejante a la que se hizo a sí mismo Pierre Vilar en el prólogo a la primera edición castellana del año 1978 que tuvo su Historia de España: ¿acaso he querido escribir un libro marxista? Vilar contestaba lo siguiente: «Nunca he escondido... mi elección metodológica (que no quiere decir ideológica)... Espero tan solo que mis análisis, en la medida en que su condensación podía permitirlo, se hayan realizado en el espíritu de las exigencias marxistas». También la elección metodológica marxista de Paulino Iradiel viene implícita desde el principio de su trayectoria y comenzaría a hacerse más latente tras su cambio de destino académico. Y es que antes de publicarse esos dos artículos de Salamanca, Paulino Iradiel ya se había incorporado en 1981 a la cátedra de Historia Medieval de Valencia. De hecho, sus primeras publicaciones en ámbito valenciano fueron a la par que las de Salamanca y se editaron en un mismo número de la revista Debats.
El primero de ellos era un estado de la cuestión sobre el feudalismo mediterráneo en el que integraba ya el observatorio valenciano (Iradiel, 1983b). El otro artículo servía para introducir un dosier sobre el conocido debate Brenner, uno de los foros de discusión más fecundos entonces en el seno de la historiografía marxista y fuera de ella (Iradiel, 1983c). El propio Iradiel sería tiempo después uno de los traductores españoles del libro The Brenner Debate, editado por T. H. Aston y C. H. E. Philpin. Su síntesis sobre la Corona de Castilla para el manual de historia medieval de España de la editorial Cátedra constituye la última publicación en la que tratará monográficamente el mundo medieval castellano (Iradiel, Moreta y Sarasa, 1989). Se cerraba así de forma consolidada su visión sobre la historia castellana en perspectiva general. No ha vuelto a entrar en ella, si descontamos ocasiones puntuales como un estudio posterior sobre las ciudades castellanas, la incursión que hizo para la historia de Zamora o su análisis acerca de Fernando III y el Mediterráneo (Iradiel, 1991b, 1995a y 2003c).
A mediados de los años ochenta del siglo pasado, el profesor García de Cortázar ya valoraba positivamente su planteamiento sobre qué era el feudalismo con una alusión directa:
Las respuestas españolas a la pregunta, en cierto modo, las han sintetizado sobre todo tres autores: Julio Valdeón, Luis García de Valdeavellano y Paulino Iradiel. De ellos, en especial, del tercero, podemos deducir unas dosis de sano realismo que nos ilustren en un campo especialmente propenso a la «desorientación e indefinición de especialistas y no especialistas» (García de Cortazar y otros, 1985: 27).
En efecto, el posicionamiento marxista de Iradiel pasaría a reflejarse con claridad en dos grandes campos de reflexión, a saber, el feudalismo peninsular y la crisis bajomedieval –con todo lo que esta última tenía que ver con el gran debate de la transición al capitalismo–. No dedicó más atención a estas cuestiones de forma directa después de inicios de los años noventa. Estamos hablando de aquel breve manual poco conocido, pero muy útil por su tono de divulgación, que se llamó Las claves del feudalismo 860-1500 (Iradiel, 1991a). Una versión ampliada de las ideas esenciales de este la elaboró en su lenguaje académico complejo como ponencia para el congreso Señorío y feudalismo en la Península Ibérica (Iradiel, 1993b).
Quedaba claro en ambas publicaciones que entendía el feudalismo como un conjunto coherente de estructuras más amplias que las simples relaciones de producción, como forma de gobierno, de organización