La liturgia, casa de la ternura de Dios. José Rivera Ramírez

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La liturgia, casa de la ternura de Dios - José Rivera Ramírez страница 5

La liturgia, casa de la ternura de Dios - José Rivera Ramírez

Скачать книгу

siempre inicial amor del Padre, por la gracia del misterio salvador de Cristo y en la comunicación del Espíritu Santo.

      Esta vida no se recibe en abstracto, sino entrando en comunión, en comunicación real y ontológica con las personas divinas. Y esto en la Iglesia; nunca al margen o fuera de ella. Ya en el credo confesamos a la Iglesia como obra del Espíritu Santo que actúa en ella. Por eso nuestra vida de hijos de Dios es vida también de hijos de la Iglesia: recibimos de la Iglesia, tal como ella es y existe; y hemos de saber recibir lo que ella nos quiere comunicar.

      La Iglesia nos vivifica y hace crecer sobre todo por la liturgia: sacramentos, Liturgia de Horas, continuamente celebrados para hacer eficaz el misterio de la redención de los hombres. Al ritmo del año litúrgico, la Iglesia madre alimenta y vivifica a sus hijos para llevarlos a la plenitud de la madurez en Cristo.

      El año litúrgico es entonces la celebración continuada y progresiva que la Iglesia, movida por el Espíritu Santo, realiza del misterio salvador de Cristo, por cuya «memoria» nos vamos configurando cada vez más perfectamente a Cristo, se nos comunica vitalmente el Espíritu Santo y llegamos a ser plenamente hijos de Dios Padre y hermanos de todos los hombres: santos.

      Cada tiempo litúrgico —Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, Pentecostés, Tiempo Ordinario— y cada fiesta o domingo nos va revelando y comunicando distintamente este amor que nos hace hijos de Dios. Cada acto redentor de Cristo, que celebramos en la liturgia, tiene su matiz específico: expresa y comunica algo de la riqueza insondable que es Cristo, el Padre y el Espíritu. Al celebrarlo nos enriquece y personaliza en esa línea del misterio celebrado.

      2.- Sentido fundamental de todo tiempo litúrgico

      Tomamos como ejemplo el tiempo de Adviento, pero estos son criterios que pueden aplicarse a cualquier tiempo.

      El Adviento es el tiempo litúrgico con el que la Iglesia comienza la celebración de los misterios de la vida de Cristo, a lo largo de todo el año litúrgico.

      Nos prepara directamente a celebrar la Navidad, nos recuerda la primera venida de Cristo y más profundamente nos dispone a vivir el encuentro definitivo con Cristo al final de nuestra vida y de todos los tiempos.

      Las actitudes que suscita en nosotros el tiempo de Adviento deben ir avivándose a lo largo de todo el año.

      En la liturgia, lo fundamental, lo primero es «contemplar para poder recibir»:

      a) La iniciativa amorosa del Padre:

      Este tiempo de Adviento es manifestación de la iniciativa amorosa del Padre que quiere salvar a todos los hombres en Cristo, su Hijo muy amado, por la comunicación creciente del Espíritu. Y no ha dudado en hacer lo imposible para llevar a cabo este plan de salvación.

      El Adviento resume para nosotros eficazmente todo el Antiguo Testamento y así nos hace conocer y gozarnos y recibir el amor infinito del Padre que ha creado todo y ha dispuesto todo desde antiguo, a lo largo de toda la historia del mundo y del pueblo escogido, para nuestra salvación.

      Conocemos así el amor de Dios Padre creador y salvador, su sabiduría infinita, su deseo de comunicarse a los hombres, su misericordia y perdón ante el misterio del pecado de los hombres, su ternura insobornable al redoblar continuamente sus ofrecimientos, su acción incansable en la historia.

      La fuente de la vida en la liturgia es el Padre, dador de todo don, porque es la fuente de la vida trinitaria misma, en cuyo seno se inserta la liturgia misma.

      b) La acción redentora de Cristo:

      Cristo, que está viniendo continuamente, actúa siempre en su Iglesia por laliturgia. Él es el sumo y eterno sacerdote, presente en toda acción sacerdotal. Y actúa eficazmente, porque él es quien nos salva, redime, eleva, diviniza…

      Dejamos que Cristo actúe en nosotros para que nos introduzca en sus misterios: encarnación, nacimiento, vida oculta, muerte y resurrección, glorificación…

      Así vamos creciendo en el conocimiento sabroso, amoroso, confiado, eficaz que Cristo nos tiene a cada uno y cuyo origen es el amor eterno del Padre al Hijo y a nosotros en él. Cristo nos da a conocer y a participar en la liturgia de todo este misterio.

      Por eso la liturgia no es mero recuerdo, sino realización, acto real de Cristo sacerdote. Y nosotros podemos «reaccionar» a su acción, en la medida en que nos dejamos mover por el Espíritu Santo.

      c) Acción santificadora del Espíritu Santo:

      El Espíritu de Cristo, que es santo y vivificador, santifica a la Iglesia, esposa de Cristo, especialmente en la liturgia y siempre en conexión con ella.

      Es en la liturgia donde el Espíritu Santo nos es dado abundantemente, como comunicado por el Padre y el Hijo.

      El Espíritu Santo nos dispone, nos abre a recibir todo lo que el Padre y Cristo nos quieran dar. Nos impulsa continuamente a contemplar a Cristo y a amarle, y en él al Padre. Él trabaja incesantemente en nosotros la purificación de nuestros pecados, la perfección de nuestra santificación.

      Este impulso remata siempre en vida de adoración y glorificación, que vienen de arriba, de la liturgia celestial.

      d) En la Iglesia:

      La liturgia es obra santificadora de las personas divinas en la madre Iglesia. Porque «solo» en la Iglesia actúan y se revelan y comunican las personas divinas. Dios Padre convoca a su Iglesia en atención a Cristo, para entregarla a su Hijo, como regalo de bodas. Cristo es principio de vida para cada hombre, en la medida en que está integrado en la Iglesia que es su cuerpo. Y en el seno de la Iglesia, como en el seno de María, el Espíritu Santo quiere «formarnos», darnos forma a nosotros que somos «informes»; nos forma formando a la Iglesia, unificándola, purificándola, asistiendo a la jerarquía, también en las realizaciones litúrgicas y asistiendo también a los fieles para que reciban lo que por la jerarquía les es dado. «De este modo la Iglesia aparece ante el mundo unificada por virtud y a imagen de la Trinidad, como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu, para alabanza de la infinita sabiduría del Padre» (Prefacio dominical).

      Por todo esto hemos de crecer en la conciencia y en la actitud de recibir en la Iglesia, sobre todo y especialmente en la liturgia.

      Todo esto se nos comunica en la sabia trabazón de tiempos y fiestas, domingos y días de feria, celebraciones de María y de los santos.

      También es eficaz la liturgia en la palabras —sobre todo la palabra de Dios proclamada— y en todos los signos y gestos litúrgicos. En todos ellos, hasta los más simples que estructuran y embellecen la liturgia, las personas divinas se nos quieren comunicar eficazmente.

      De ahí la importancia de calar su sentido, de profundizar su significado, de penetrar la riqueza de su contenido, de «traducir» (normalmente se suele traducir para entender y saborear mejor una cosa) tanta gracia que Dios nos regala en la liturgia.

      3.- Nuestra postura ante la liturgia

      Ya hemos recordado algunas posturas. Señalamos ahora ordenadamente otras.

      a) Visión de fe:

      El año litúrgico, sus tiempos y celebraciones, miran sobre todo a acrecentar nuestro conocimiento de las personas divinas, como ellas son. En definitiva, en esto consiste la vida. Conocimiento de sus atributos, de sus cualidades, de su manera de actuar con los hombres, de sus planes sobre mí y sobre todos los hombres.

      Visión

Скачать книгу