Retrato de la Lozana Andaluza. Francisco Delicado
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Читать онлайн книгу Retrato de la Lozana Andaluza - Francisco Delicado страница 13
Ramp. ¿No veis que todos estos son judíos, y es mañana sábado, que hacen el adafina? mirá los braseros y las ollas encima.
Loz. Sí, por vuestra vida, ellos sabios en guisar á carbon que no hay tal comer como lo que se cocina á fuego de carbon y en olla de tierra; decíme, ¿qué es aquella casa que tantos entran?
Ramp. Vamos allá y vello hés; ésta es sinoga de catalanes, y esta de abaxo es de mujeres, y allí son tudescos, y la otra franceses, y ésta de romanescos é italianos, que son los más necios judíos que todas las otras naciones, que tiran al gentílico, y no saben su ley; más saben los nuestros españoles que todos, porque hay entre ellos letrados y ricos, y son muy resabidos; mirá allá donde están, ¿qué os paresce? ésta se lleva la flor; aquellos dos son muy amigos nuestros, y sus mujeres las conozco yo, que van por Roma rezando oraciones para quien se ha de casar, y ayunos á las mozas para que paran el primer año.
Loz. Yo sé mejor que no ellas hacer eso espeso con el plomo derretido; por ahí no me llevarán, que las moras de Levante me vezaron engañar bobas; en una cosa de vidrio, como es un orinal bien limpio y la clara de un huevo, les haré ver maravillas para sacar dinero de bolsa ajena diciendo los hurtos.
Ramp. Si yo sabía eso cuando me hurtaron unos guantes que yo los habia tomado á aquel mi amo (por mi salario), fueran agora para vos, que eran muy lindos, y una piedra se le cayó á su amiga, y halléla, veisla aquí, que ha expendido dos ducados en judíos que endevinasen, y no le han sabido decir que yo la tenía.
Loz. Mostrá; éste diamante es, vendámoslo, y diré yo que lo traigo de Levante.
Ramp. Sea ansí; vamos al mesmo jodío, que se llama Trigo, ¿veislo? allá sale, vamos tras él que aquí no hablará si no dice la primera palabra, oro, porque lo tienen por buen agüero.
Loz. ¿No es oro lo que oro vale?
Trigo. ¿Qué es eso que decís, señora ginovesa? el buen jodío, de la paja hace oro; ya no me puede faltar el Dio, pues que de oro habló. Y vos, pariente, ¿qué buscais? ¿venís con esta señora? ¿qué ha menester? que ya sabeis vos que todo se remediará, porque su cara muestra que es persona de bien; vamos á mi casa, entrá. Tina, Tina, vén abaxo, daca un coxin para esta señora, y apareja que coman algo de bueno.
Loz. No aparejeis nada, que hemos comido.
Judío. Haga buen pro, como hizo á Jacó.
Loz. Hermano, ¿qué le dirémos primero?
Ramp. Decilde de la piedra.
Loz. ¿Veis aquí? querria vender esta joya.
Jud. Esto en la mano lo teneis, buen diamante, fino parece.
Loz. ¿Qué podria valer?
Jud. Yo os diré; si fuese aquí qualque gran señor veneciano que lo tomasse, presto haríamos á despachallo; vos, ¿en qué precio lo teneis?
Loz. En veinte ducados.
Jud. No los hallaréis por él; mas yo os diré que dexeme acá hasta mañana, y verémos de serviros, que cuando halláremos quien quiera desbolsar diez, será maravilla.
Ramp. Mirá, si los hallais luégo, daldo.
Jud. Esperáme aquí; ¿traés otra cosa de joyas?
Loz. No agora.
Ramp. ¿Veis qué judío tan diligente? Veislo aquí torna.
Jud. Señora, ya se ha mirado y visto, el platero da seis solamente, y si no, veislo aquí sano y salvo, y no dará más, y áun dice que vos me habeis de pagar mi fatiga ó corretaje, y dixo que tornase luégo, si no, que no daria despues un cuatrin.
Loz. Dé siete, y págueos á vos, que yo tambien haré mi débito.
Jud. Desa manera ocho serán.
Loz. ¿A qué modo?
Jud. Siete por la piedra, y uno á mí por el corretaje; caro sería, y el primer lance no se debe perder, que cinco ducados buenos son en Roma.
Loz. ¿Cómo cinco?
Jud. Si me pagais á mí uno, no le quedan á vuestra merced sino cinco, que es el caudal de un judío.
Ramp. Vaya, déselo, que estos jodíos si se arrepienten no harémos nada. Andá Trigo, daldo y mirá si podeis sacalle más.
Jud. Eso por amor de vos lo trabajaré yo.
Ramp. Vení presto.
Loz. Mirá qué casa tiene este judío, este tabardo quiero que me cambie.
Ramp. Sí hará, veislo viene.
Jud. Ya se era ido, hicístesme detener, agora no hallaré quien lo tome sino fiado. Tina, vén acá, dáme tres ducados de la caxa, que mañana yo me fatigaré aunque sepa perder cualque cosilla; señora, ¿dó morais, para que os lleve el resto? y mirá qué otra cosa os puedo yo servir.
Loz. Este mancebito me dice que os conosce y que sois muy bueno y muy honrado.
Jud. Honrados dias vivan vos y él.
Loz. Yo no tengo casa, vos me habeis de remediar de vuestra mano.
Jud. Sí, bien, y ¿á qué parte la quereis de Roma?
Loz. Do veais vos que estaré mejor.
Jud. Dexá hacer á mí, vení vos comigo, que sois hombre. Tina, apareja un almofrex ó matalace y un xergon limpio y esa silla pintada y aquel forcel.
Tina. ¿Qué forcel? no os entiendo.
Jud. Aquel que me daba diez y ocho carlines por él la portuguesa que vino aquí ayer.
Tin. Ya, ya.
Jud. ¿Quereis mudar vestidos?
Loz. Sí, tambien.
Jud. Dexáme hacer, que esto os está mejor, volveos, si para vos se hiciera no estuviera más á propósito, esperá: Tina, daca aquel paño listado que compré de la Imperia, que yo te la haré á esta señora única en Roma.
Loz. No cureis que todo se pagará.
Jud. Todo os dice bien, si no fuese por esa picadura de mosca gracia teneis vos, que vale más que todo.
Loz. Yo haré de modo que cegará quien bien me quisiere, que los duelos con pan son buenos; nunca me mataré por nadie.
Jud. Procurávos de no haber menester á ninguno, que, como dice el judío, no me veas mal pasar, que no me verás pelear.
Loz. Son locuras decir eso.
Jud. Mirá porque lo digo,