Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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él, encogiéndose de hombros–. Tengo que ir acostumbrándome a esto.

      Pero había visto a Jack hundiendo su espada de fuego en el corazón del shek, y ambos sabían que, aunque Christian entendía y aprobaba aquella actitud, su instinto le empujaba a enfrentarse al muchacho, el dragón, su enemigo, para defender a la serpiente. Y el instinto era algo muy difícil de reprimir.

      Jack había notado también la mirada que le había dirigido Christian entonces. Al pasar junto a él, aún con la espada desenvainada, lo miró a los ojos, como retándole a hacer algún comentario al respecto. Pero Christian no dijo nada, y Jack tampoco percibió odio en su mirada. Solo... una honda y sincera comprensión que no era propia de él, y que dejó a Jack sorprendido y confuso.

      Victoria se había inclinado junto a Shail, preocupada por la herida de su pierna. El joven mago había perdido el conocimiento y deliraba, como atacado por una fiebre especialmente virulenta.

      —Veneno shek –dijo Christian en tono neutro–. Tendrá suerte si sale con vida.

      —Me sorprende que no sea un veneno de efecto instantáneo –dijo Jack, con un sarcasmo que pretendía enmascarar su rabia y su impotencia.

      Christian le dirigió una breve mirada.

      —Lo es –dijo–. La magia de Victoria lo ha protegido de una muerte inmediata, pero si no recibe tratamiento, no tardará en morir.

      —¿Dónde estamos? –preguntó Victoria, angustiada, mirando en torno a sí, en busca de un refugio.

      —En los límites de Shur-Ikail –respondió Alexander, con gesto torvo–. No muy lejos de la Torre de Kazlunn.

      Señaló en una dirección determinada, y sus compañeros vieron, más allá de la amplia planicie de color púrpura a la que habían llegado, una fina aguja recortada a lo lejos, en el horizonte.

      Allegra movió la cabeza, con un suspiro.

      —No he podido llevaros más lejos. Lo siento.

      —No importa –dijo Jack–. Por lo menos nos hemos alejado de ellos.

      —No por mucho tiempo –intervino Christian, sombrío–. Habrán detectado ya la muerte de este shek. Saben dónde estamos y es cuestión de tiempo que nos alcancen.

      —Poco tiempo –asintió Alexander, que iba, lentamente, recuperando su fisonomía humana–. No estamos en condiciones de avanzar muy deprisa.

      —¿Avanzar hacia dónde? –dijo Victoria de pronto–. La Torre de Kazlunn ha sido conquistada por Ashran. Era el único refugio con el que podíamos contar –alzó la mirada y añadió–: ¿Por qué no volvemos atrás, a Limbhad?

      Alexander iba a responder, pero Christian se le adelantó:

      —No podemos. Ya lo he intentado, traté de abrir la Puerta interdimensional cuando nos rodearon los sheks al pie de la torre, pero no lo conseguí.

      —¿Por qué? –preguntó Jack, inquieto ante la posibilidad de haberse quedado atrapado en aquel mundo.

      —Porque Ashran ha bloqueado la Puerta, incluso para ti –intervino Allegra, mirando a Christian–. ¿No es así?

      El joven asintió, sombrío.

      —Nos ha dejado volver porque sabe que, sin mí, no tiene ninguna posibilidad de acabar con la Resistencia en la Tierra. No puede enviar sheks a través de la Puerta, y tardaría años en crear a otro híbrido como yo. Pero, ahora que estamos en Idhún, un mundo que él controla totalmente, no quiere dejarnos escapar.

      —Entonces, no nos queda donde ir –murmuró Jack.

      —Queda el bosque de Awa –dijo Christian a media voz.

      Allegra asintió.

      —El bosque de Awa resiste todavía –dijo, cerrando los ojos un momento–. Puedo sentir que mi gente nos llama desde allí.

      —El bosque de Awa está demasiado lejos –objetó Alexander, frunciendo el ceño.

      —Ya lo sé. Pero, ¿qué otra opción tenemos?

      —Vanissar, el reino de mi padre, está mucho más cerca. Tal vez allí...

      —Vanissar no es un lugar seguro para Victoria –cortó Christian, rotundamente.

      Para él, todo se reducía a aquello: proteger a Victoria. Jack pensó que Christian podría ver morir a todos y cada uno de los miembros de la Resistencia sin lamentarlo ni un ápice, mientras la muchacha estuviera a salvo.

      Victoria, ajena a la discusión que mantenían sus compañeros, se esforzaba por emplear su magia curativa con Shail.

      —No puedo –dijo por fin, desalentada–. He conseguido paralizar la acción del veneno, pero no he podido hacerlo desaparecer. Estoy demasiado cansada. No sé si Shail aguantará el viaje –añadió, con un nudo en la garganta.

      Christian, Allegra y Alexander cruzaron una mirada de circunstancias. Jack se dio cuenta de que dudaban de que Shail fuera a sobrevivir a la terrible herida infligida por la serpiente, pero no querían decirlo en voz alta. Y, a pesar de lo cansado que estaba, algo se rebeló en su interior ante la idea de rendirse tan pronto.

      —Tenemos que intentarlo –dijo–. Tenemos que luchar hasta el final. Cuanto antes nos pongamos en marcha, antes llegaremos... a Vanissar o al bosque de Awa, me da igual. Lo importante es alejarnos de aquí.

      Alexander lo miró un momento, pero finalmente asintió. Comenzaron a caminar hacia oriente, Jack y Alexander cargando con Shail, pero avanzaban muy lentos, y pronto incluso Jack comprendió que no lograrían escapar. Sobre todo porque tras ellos, el horizonte comenzaba a cubrirse de largas siluetas amenazadoras.

      Los sheks los perseguían, y no tardarían en alcanzarlos. Jack lo sabía, pero sencillamente no podía rendirse, no podía parar, a pesar de lo agotado que estaba, y esperar la muerte. De modo que seguía caminando, mientras las sombras del horizonte se hacían más grandes.

      Christian y Victoria avanzaban tras ellos. Christian todavía cojeaba, y a veces tenía que apoyarse un poco en Victoria para poder andar. Jack evitaba volver la cabeza atrás para mirarlos. Intuía que la muchacha ya había elegido entre los dos y, por desgracia, no lo había elegido a él. Por eso se quedó sorprendido cuando Victoria apresuró el paso para colocarse junto a él, y le tomó la mano que tenía libre. Jack la miró, un poco perplejo. Victoria le devolvió la mirada, como intentando decirle algo importante, pero estaban rodeados de gente y aquel no parecía el momento más oportuno. Y, sin embargo, la sombra de las alas de los sheks cubría el horizonte, lo cual significaba que, probablemente, no habría otro momento para ellos. Nunca más.

      Alexander echó una breve mirada atrás y dijo:

      —No podemos seguir así. No tardarán en alcanzarlos. Tenemos que plantar cara y pelear, porque...

      —... Es mejor que darles la espalda –completó Jack con una sonrisa.

      Los miembros de la Resistencia cruzaron una mirada. Sabían lo que eso significaba. Si seguían caminando, los sheks los alcanzarían y los matarían. Si se detenían a luchar, los sheks acabarían por

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