Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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tarde, Christian había regresado al campamento de los refugiados, y después de la cena, compuesta por distintos tipos de frutas, bayas y raíces, Victoria había aprovechado para pedirle que les enseñara cómo enfrentarse a los sheks. Todos se esforzaban ahora por prestar atención a lo que el joven les estaba diciendo, pero sus pensamientos estaban lejos de allí... con Shail.

      —Cabría pensar –prosiguió Christian– que, con lo grandes que son, prefieren atacar en lugares descubiertos. Pero, al contrario, se sienten más cómodos en lo más profundo del bosque, donde pueden camuflarse entre la espesura; o en las montañas, para ocultarse en las grietas, cuevas y quebradas, y atacar cuando su víctima está desprevenida.

      —Ya sabíamos que son tramposos y traicioneros –gruñó Alexander–, y que prefieren atacar por la espalda a dar la cara y pelear con honor.

      Christian se lo quedó mirando un momento, pero no respondió a la provocación.

      —No tienen garras ni nada que se le parezca –prosiguió–, y las alas les estorban a la hora de pelear en tierra. No están preparados para luchar contra humanos y similares, porque estos son pequeños en comparación con ellos y les cuesta clavarles los colmillos. De modo que son buenos en la lucha cuerpo a cuerpo, siempre y cuando esta se desarrolle en el aire, y contra adversarios de su tamaño, o incluso mayores.

      —Los dragones, por ejemplo –dijo Jack a media voz.

      —Exacto –asintió Christian, con suavidad.

      —¿Tienen algún punto débil? –quiso saber Alexander.

      —Odian... odiamos el fuego –admitió Christian–. Y lo tememos. Es algo contrario a nuestra naturaleza, que no podemos controlar. Por eso los dragones –añadió, mirando a Jack– pueden vencernos en ocasiones. Y por eso es importante que aprendas a usar tu fuego de dragón.

      Jack desvió la mirada, entre incómodo y molesto. No le hizo gracia que Christian le recordara que como dragón no valía gran cosa. Victoria entendió lo que sentía y cambió de tema:

      —¿Qué nos puedes contar acerca de los poderes telepáticos de los sheks? –preguntó; aquello siempre le había fascinado.

      Christian la miró con una media sonrisa, adivinando lo que pensaba.

      —Que son peligrosos para otros seres telepáticos –respondió–. Las ondas telepáticas de los sheks solo pueden ser captadas por otros seres telépatas, con mentes lo bastante sensibles como para percibirlas.

      —Pero tú puedes leer las mentes de las personas, ¿no es así? –preguntó Victoria, sin poderse contener–. Incluso puedes obligarlas a hacer cosas que no quieren hacer...

      —... Mirándolas a los ojos –completó Christian, asintiendo–. Es lo que os iba a explicar a continuación. Los ojos son la puerta de la mente de las criaturas no telépatas. Un shek puede comunicarse con vosotros por telepatía, puede hacer sonar su voz en vuestra mente, pero no puede manipularla, a menos que os mire a los ojos. Con criaturas como los szish o los varu, más sensibles al poder mental, esto no es necesario.

      —¿Y los propios sheks? –preguntó Jack–. ¿Puede un shek controlar a otro de esta manera?

      —Nosotros conocemos maneras para proteger nuestra propia mente de las intrusiones –respondió Christian a media voz–. Aunque no nos hace falta protegernos contra los de nuestra especie... normalmente.

      Jack comprendió lo que quería decir, y se abstuvo de añadir nada más. Su preocupación por el estado de salud de Shail le había impedido pensar en lo que Ha-Din le había dicho, pero ahora lo recordó, y observó a Christian con un nuevo interés. Era cierto que había en él algo diferente. Su mirada parecía más cálida que de costumbre, y Jack se preguntó si era debido a que él era cada vez más humano... o se trataba, simplemente, del reflejo del fuego de la hoguera en sus ojos.

      Christian percibió su mirada y se volvió hacia él. Jack volvió a sentir que algo se estremecía en el ambiente. Ambos pertenecían a dos razas poderosas que se habían odiado desde el principio de los tiempos, y hasta entonces siempre les había costado mucho reprimir el instinto que los empujaba a luchar el uno contra el otro... hasta la muerte. Pero, en aquel momento, Jack descubrió que cada vez le resultaba más difícil odiarle.

      Christian pareció comprenderlo también. Jack creyó detectar en sus ojos un breve destello de tristeza.

      Alexander volvía a la carga:

      —Es decir, que los sheks matan con la mirada. Eso me resulta familiar.

      Christian se volvió hacia él, con una expresión indescifrable. Todos entendieron enseguida a qué se refería Alexander. Christian había asesinado a mucha gente mediante Haiass, su espada mágica, pero otros muchos habían encontrado la muerte en sus ojos de hielo.

      —También a mí –respondió sin alterarse.

      Alexander lo miró un momento. Un salvaje fuego amarillo relucía en sus pupilas, y Jack temió que fuera a perder el control. Hacía rato que las tres lunas brillaban en el firmamento; aunque, en teoría, los cambios de Alexander seguían las fases del satélite de la Tierra, el muchacho no pudo evitar preguntarse hasta qué punto las lunas de Idhún podían tener poder sobre él. Por otro lado, el joven estaba furioso por lo de Shail, y tenía que descargar su frustración con alguien. Era lógico que atacase a Christian.

      Pero Alexander logró controlarse. Sacudió la cabeza, se levantó y se alejó de ellos, sin una palabra.

      Jack, Christian y Victoria se quedaron solos. Jack y Victoria estaban sentados el uno al lado del otro, muy juntos, y el brazo del muchacho rodeaba la cintura de ella. Los tres se dieron cuenta enseguida de que aquella situación era muy incómoda, pero fue Christian quien reaccionó primero. Se despidió de la pareja con una inclinación de cabeza... y desapareció entre las sombras.

      Jack y Victoria cruzaron una mirada. Jack se preguntó si debía decirle a su amiga lo que Ha-Din le había contado acerca de Christian... pero no tuvo ocasión de hacerlo, porque en aquel momento llegó un hada con la noticia de que Shail había despertado de su sueño.

      Cuando Shail abrió los ojos, solo Zaisei estaba junto a él. Le pareció que debía de ser un sueño; el rostro de la sacerdotisa desapareció un momento de su campo de visión, y la oyó decirle a alguien que fuera a avisar a sus amigos. Se esforzó por despejarse.

      —¿Qué... dónde estoy?

      —En el bosque de Awa –dijo la celeste con suavidad–. A salvo.

      Shail intentó recordar lo que había sucedido. Las imágenes de la desesperada batalla junto a la Torre de Kazlunn le parecían confusas, y más propias de una pesadilla que de una experiencia real.

      —¿Zai...sei? –murmuró al reconocerla.

      Ella sonrió con cariño.

      —Me alegro de volver a verte.

      Shail le devolvió una cálida sonrisa. La había conocido al regresar a Idhún, dos años atrás; eran amigos desde entonces.

      —También yo –confesó.

      Los ojos de ella estaban llenos de emoción contenida, y Shail fue consciente de que él la estaba mirando de la misma forma. Incómodos, ambos desviaron la

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