Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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Haiass?

      —Ya te he dicho que estaba a tu alcance.

      —¿Y dónde está el truco?

      —Lo sabes muy bien –respondió ella, con una risa cruel. Christian se separó de ella con un suspiro exasperado.

      —A estas alturas ya deberías haber aprendido que tus hechizos no pueden afectarme, Gerde.

      —Entonces, ¿por qué dudas?

      Él la cogió del brazo y la atrajo hacia sí, casi con violencia.

      —Sé cuál es tu juego –le advirtió–. Conozco las reglas.

      —Entonces deberías saber que no puedes perder –sonrió ella–. A no ser, claro... que hayas perdido ya.

      Christian entornó los ojos. Entonces, sin previo aviso, se inclinó hacia ella y la besó, con rabia.

      Gerde echó los brazos en torno al cuello del muchacho, pegó su cuerpo al de él, enredó sus dedos en su cabello castaño. Christian sintió el poder seductor que emanaba de ella. Lo conocía, lo había experimentado en otras ocasiones, aunque nunca se había dejado arrastrar por él.

      Aquella vez, sin embargo, el contacto de Gerde lo volvió loco. Trató de resistirse pero, cuando quiso darse cuenta, estaba bebiendo de aquel beso como si no existiera nada más en el mundo, había cerrado los ojos y se había rendido al deseo. Sus brazos rodearon la esbelta cintura del hada, sus manos acariciaron su cuerpo, con ansia, buscando fundirse con él.

      Fue entonces cuando oyó una exclamación ahogada a sus espaldas, y se dio cuenta, de pronto, de lo que estaba sucediendo. Furioso porque, por primera vez, Gerde había conseguido envolverlo en su hechizo, Christian la apartó bruscamente de sí y se dio la vuelta, sabiendo de antemano a quién iba a encontrar allí.

      Se topó con la mirada de Victoria, que los observaba, profundamente herida. Christian le devolvió una mirada indiferente.

      La muchacha recuperó la compostura y se volvió hacia Gerde, con los ojos cargados de helada cólera.

      —¿Qué estás haciendo tú aquí?

      Gerde la obsequió con su risa cantarina.

      —¿No es evidente?

      Victoria miró a Christian, esperando ver algo parecido a culpa o arrepentimiento en su expresión, pero el rostro de él seguía siendo impasible. Intentó borrar de su mente la imagen de Christian besando a Gerde, acariciando su cuerpo...

      Pero la imagen seguía allí, atormentándola. Y se entremezclaba con recuerdos que habría preferido olvidar, recuerdos que tenían que ver con una torre en la que ella estaba prisionera, con un hechicero que la había utilizado de forma salvaje y cruel, con Kirtash viéndola morir, impasible, mientras besaba a Gerde.

      Se sintió enferma de pronto, solo de recordarlo. La angustia de lo que había sufrido entonces volvió a oprimir sus entrañas como una garra helada. Las náuseas la hicieron tambalearse y tuvo que apoyarse en el tronco de un árbol para no caerse.

      Cerró los ojos un momento y trató de sobreponerse. No era posible que él la hubiera traicionado otra vez. Tan pronto...

      —Es una lástima que nos hayan interrumpido –comentó Gerde–. Pero en fin, has cumplido tu parte del trato, así que...

      Victoria vio cómo Gerde depositaba la espada en manos de Christian, y entendió lo que había pasado.

      —Lárgate –dijo Christian solamente.

      Gerde se puso de puntillas para besarlo otra vez, pero Christian se apartó de ella y la miró con frialdad.

      —No abuses de tu suerte.

      —Eras mío, Kirtash, te guste o no –susurró Gerde, con una encantadora sonrisa–. No lo olvidarás fácilmente.

      El hada desapareció entre las sombras. Victoria le dio la espalda a Christian, temblando, esperando una disculpa o, al menos, una explicación. Pero casi enseguida comprendió que él no iba a darle ninguna de las dos cosas, de modo que fue ella quien habló primero:

      —Así que ha venido a devolverte la espada. ¿Gerde también venía en el lote?

      —Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío, Victoria –replicó Christian.

      Ella se volvió hacia él, furiosa.

      —Al final va a resultar que Alexander tenía razón, y que no podemos confiar en ti. ¡Te pierdo de vista un segundo y te encuentro en pleno arrebato pasional con esa... furcia de pelo verde!

      —Victoria...

      —¡Por poco me mata, maldita sea! –gritó ella–. ¡Sabes lo que ella y Ashran me hicieron, lo viste con tus propios ojos, estabas allí mientras la... la besabas! ¡Y vuelves a hacerlo ahora! ¿Cómo quieres que me sienta después de esto? ¿Qué quieres que piense de ti? ¡Te importa más esa condenada espada que yo!

      Le dio la espalda de nuevo para que él no la viera llorar. No pensaba darle esa satisfacción.

      Sintió la presencia de Christian muy cerca de ella. Deseó por un momento que la abrazara, que la consolara, que le susurrara palabras de amor al oído, pero sabía, en el fondo, que no iba a hacerlo.

      —No intentes controlarme, Victoria –le advirtió Christian con cierta dureza–. No pretendas ser la dueña de mi vida. No me digas qué es lo que he de hacer. Nunca.

      Ella se esforzó por reprimir las lágrimas.

      —Entonces, es verdad que los sheks no podéis amar –dijo a media voz.

      —¿Eso es lo que crees?

      La voz de él la sobresaltó, porque había sonado muy cerca de su oído. Victoria se apartó de él, molesta, pero todavía herida en lo más hondo.

      —He renunciado a todo cuanto conozco –prosiguió Christian tras ella–. A todo el poder que me pertenecía por derecho. He dado la espalda a mi gente, a mi padre... incluso he renunciado a mi identidad... a mi nombre... por ti. Dime, ¿qué más he de hacer? Quizá cuando me veas caer a tus pies, muriendo por tu causa, seas capaz de comprender por fin hasta qué punto soy tuyo.

      Había hablado con calma, sin levantar la voz, pero Victoria percibió la profunda amargura que se ocultaba tras sus palabras, y ya no pudo aguantarlo por más tiempo. Se volvió hacia él, queriendo decirle, con el corazón en la mano, lo mucho que significaba para ella... pero Christian ya se había marchado.

      Gerde debería haberse ido tras entregar la espada a Kirtash, pero no pudo evitar la tentación de acercarse al poblado de los renegados.

      No era la primera vez que entraba en el bosque de Awa a espiar para su señor. Aunque su poder no bastaba para hacer caer las defensas feéricas y franquear a los sheks la entrada en el bosque, sí le permitía penetrar en él sin problemas. Había comprendido que, después de su conversación con Kirtash, la Resistencia estaría advertida de aquello, y en lo sucesivo le sería mucho más difícil infiltrarse en el poblado. Por eso quería aprovechar al máximo aquella incursión, antes de que Victoria

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