Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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Debía decírselo antes de embarcarse en aquella misión suicida. Tenían derecho a saberlo.

      —Escuchad –les dijo con seriedad–. Hay algo que debéis saber. Algo acerca de esa espada... y ese báculo.

      —¿Qué? –preguntó Jack.

      —Las hemos llamado «armas legendarias», y no sin una buena razón. Fueron forjadas para ser empuñadas por héroes verdaderos. Solo aquellos destinados a hacer grandes cosas tienen derecho a llevarlas.

      Jack y Victoria cruzaron una mirada, indecisos.

      —Aún sois muy jóvenes –prosiguió Shail–, y vuestro vínculo con Idhún no está del todo claro. Por eso no debería permitir que vinierais conmigo.

      »Pero conozco la historia y las leyendas. Y me han enseñado que, en los momentos importantes, siempre aparece alguien que está destinado a ser un héroe. Tal vez no lo esperaba, tal vez jamás soñó que caería sobre sus hombros semejante responsabilidad, tal vez simplemente estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Pero estas cosas pasan. Le ocurrió a Ayshel, y, de alguna manera, también a mí, cuando me encontré con Lunnaris por pura casualidad. Tal vez Alsan fuera educado para ser un héroe. Yo no y, por tanto, no estoy seguro de estar haciendo lo correcto. Por eso quiero que sepáis por qué he decidido que debéis venir conmigo.

      —¿Por qué? –preguntó Victoria.

      El mago la miró fijamente. Después miró a Jack con la misma intensidad.

      —Hace un rato os dije que Alsan y yo debíamos salvar al dragón y al unicornio por segunda vez. Tal vez no sea así. Tal vez nuestro momento ya ha pasado, tal vez cumplimos ya con nuestra misión cuando los llevamos a ambos a la Torre de Kazlunn. Tal vez caigamos los dos en esta empresa, porque tal vez seáis vosotros el futuro de la Resistencia. Las armas legendarias saben reconocer a los verdaderos héroes. Quizá vosotros dos estéis destinados a encontrar al dragón y el unicornio y a luchar por la salvación de Idhún en la última batalla. Sé que es mucha responsabilidad, y solo deseo poder estar a vuestro lado si eso llegara a ocurrir. Pero, en caso contrario...

      Shail no pudo seguir hablando. Jack y Victoria parecían asustados. «No me sorprende», pensó el mago. «Pero debían saberlo. Ojalá esté equivocado, pero estas cosas no ocurren por casualidad».

      —Tal vez –dijo entonces Jack, tras un momento de silencio–, pero no pienso luchar solo. Si he de hacerlo, Alsan y tú estaréis a mi lado.

      Habló con seguridad y decisión, y Shail aplaudió interiormente su coraje. «Bravo, Jack», pensó. «Y bravo, Alsan. Has convertido a un chiquillo asustado en un futuro héroe de Idhún».

      Se preguntó hasta qué punto era bueno aquello. Se preguntó, incluso, si no habría sido mejor para Jack que Kirtash lo hubiera matado aquella noche. Si tenía razón, y era aquel el destino de Jack, había caído sobre sus hombros una enorme responsabilidad que cambiaría su vida para siempre.

      Su vida... y la de Victoria. Evitó seguir pensando en ello.

      —Vámonos, pues. Alma –pidió al espíritu de Limbhad–, por favor, llévanos cerca del castillo donde se encuentra Kirtash.

      Momentos antes de que el Alma los envolviera en su seno, Victoria buscó la mano de Shail, pero fue la de Jack la que encontró. El chico se la estrechó con fuerza, para infundirle ánimos.

      Y los tres partieron a una misión que, como sabían muy bien, podía ser la última.

      X

      SERPIENTES

      B

      ASTA –dijo entonces una voz clara, fría y firme–. Ya te has divertido bastante.

      De pronto, Alsan sintió que el espíritu del lobo se calmaba un poco y dejaba de luchar contra su alma humana.

      Oyó la voz de Elrion.

      —¿Por qué? Casi lo tenía...

      —Ni de lejos, Elrion –respondió Kirtash–. Sabes que no posees ni una décima parte del talento de Ashran el Nigromante, por mucho que te esfuerces en imitarle. Y sabes también que ese conjuro no está al alcance de cualquiera.

      El muchacho se acercó a Alsan y lo miró, pensativo. El príncipe bajó las orejas y le gruñó, enseñándole los colmillos. Kirtash ni se inmutó.

      —Podría haber sido peor, créeme –murmuró–. Mucho peor.

      En medio de su agonía, Alsan creyó ver un destello de compasión en sus fríos ojos azules.

      —Enciérralo con los demás –ordenó Kirtash–. Y asegúrate de que lo vigilan bien –hizo una pausa y añadió–: La Resistencia acaba de llegar.

      Jack miró a su alrededor, mareado. No terminaba de acostumbrarse a aquellos viajes instantáneos.

      Se encontraban en un bosquecillo bajo la luz de la luna. Por encima de las copas de los árboles sobresalían los torreones de una centenaria fortaleza, que en tiempos remotos había servido de defensa a los habitantes del lugar, pero que ahora había sido elegida por Kirtash para ocultar a su pequeño ejército.

      —Atendedme un momento –dijo Shail–. Aunque hemos utilizado el poder del Alma para llegar hasta aquí, también he aportado parte de mi magia, de modo que lo más seguro es que Kirtash ya se haya dado cuenta de que hemos llegado; estamos demasiado cerca de él como para que haya podido pasarlo por alto. Tenemos que darnos prisa. No tardará en presentarse para recuperar el báculo.

      Jack intentó centrarse. Shail seguía hablando en susurros, pero a él le dio la sensación de que había otro sonido además de su voz.

      —Silencio –dijo–. ¿No oís eso?

      Los tres prestaron atención. Y entonces los oyeron. Siseos.

      Jack se volvió hacia todas partes. Vio sombras en la niebla, sombras humanoides de cabeza extrañamente aplastada.

      Y, de pronto, un horrible rostro apareció ante él, una cabeza de serpiente, unos colmillos y una lengua bífida...

      Alsan dio con sus huesos en una húmeda prisión. Se levantó con unos reflejos que no había creído poseer, y se lanzó contra la puerta, gruñendo. Esta se cerró apenas unas centésimas de segundo antes de que chocase contra ella.

      Alsan arañó la puerta y aulló. No sirvió de nada.

      Oyó entonces un ruido al fondo de la celda. Alzó la cabeza y husmeó en el aire. El olor era extraño, confuso. Alsan no podía asociarlo con nada que conociera.

      —¿Quién eres tú? –gruñó.

      Otro gruñido le respondió desde la oscuridad, y algo surgió de entre las sombras para observarlo con atención.

      Alsan lo estudió con cautela. Era una mujer.

      O, mejor dicho, había sido una mujer. Ahora tenía ojos felinos y orejas redondeadas y peludas, y algunas partes de su piel estaban cubiertas por un suave pelaje de color anaranjado, con rayas negras. Caminaba con el cuerpo echado hacia adelante y las

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