Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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ya lo sé –dijo ella, aburrida–, Kirtash quiere el báculo y debemos impedir a toda costa que...

      —No –cortó Shail; la miró, muy serio–. Kirtash no solo quiere el báculo; también te quiere a ti. Y por nada del mundo voy a dejar que se te lleve. ¿Comprendes?

      Victoria lo miró, sin creer lo que acababa de escuchar. Shail la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza.

      —¿Recuerdas lo que te dije cuando te traje a Limbhad la primera vez?

      —Sí –respondió ella en voz baja–. Dijiste que cuidarías de mí.

      —Siempre –prometió Shail–. Por eso no quiero ponerte en peligro. ¿Me entiendes? Se me puso la piel de gallina cuando Kirtash dijo que quería cambiarte por Alsan, y tú le dijiste que sí. No quiero volver a pasar por eso otra vez. No me lo perdonaría.

      Victoria tardó un poco en responder. Pero, cuando lo hizo, no dijo lo que Shail estaba esperando escuchar. Se separó de él y lo miró a los ojos, y Shail pensó que parecía mayor de lo que era.

      —Lo entiendo –dijo–, pero no, esta vez no voy a quedarme en casa. Cada vez que Alsan y tú os ibais, yo tenía miedo de que no volvierais más. Puede que ya hayamos perdido a Alsan. No quiero perderos a Jack y a ti también. Y por una vez tengo la oportunidad de hacer algo, de luchar por lo que creo y por las personas que me importan. Sé que es arriesgado sacar el báculo de aquí, pero es un arma poderosa y creo que deberíamos aprovecharla. Vamos a necesitar toda la ayuda posible si queremos rescatar a Alsan con vida.

      Shail quedó un momento callado, pensando. Luego asintió.

      —De acuerdo. Voy a ver cómo le va a Jack con su nueva espada. No tardaremos en irnos.

      Se dio la vuelta para marcharse.

      —Shail.

      —¿Qué?

      —Lo he intentado –dijo Victoria en voz baja.

      El mago no respondió. Solo la miró y esperó a que siguiera hablando.

      —He buscado a Lunnaris a través del báculo –prosiguió ella–. Pero su magia no hace nada por intentar encontrarla. Es como si ella... no estuviera aquí.

      Shail asintió gravemente.

      —Lo siento –añadió Victoria, bajando la cabeza–. No soy muy buena con estas cosas.

      Shail la cogió por los hombros.

      —Escúchame, Vic –le dijo–. Tú haces lo que puedes, y punto. No seas tan dura contigo misma. Yo estoy muy orgulloso de ti.

      Victoria lo miró. Shail sonrió.

      —Y los encontraremos, ya verás. Y rescataremos a Alsan. Cuenta con ello.

      —¿Sabes una cosa? –dijo entonces ella, en voz baja–. En mi casa ya es más de medianoche, según mi reloj.

      ¿Y sabes qué día es hoy?

      Shail negó con la cabeza.

      —No, Vic, confieso que no lo sé. Aquí en Limbhad es difícil llevar la cuenta de los días.

      Victoria sonrió.

      —Hoy es mi cumpleaños –dijo suavemente–. Hoy cumplo trece años.

      Shail la miró y sintió una cálida emoción por dentro.

      —Mi pequeña Vic –le dijo, acariciándole el pelo–. Ya eres toda una mujer. Siento haber olvidado tu cumpleaños, pero te prometo que cuando pase todo esto lo celebraremos como te mereces. ¿De acuerdo?

      —No hace falta que me trates como si fuera una niña pequeña. Comprendo perfectamente que eso no es nada importante comparado con lo que tenemos que hacer ahora. Pero... quería decírselo a alguien.

      Sonrió de nuevo, incómoda y algo avergonzada. Shail la contempló durante unos instantes y después se quitó uno de los muchos amuletos que llevaba colgados al cuello.

      —Mira esto –le dijo–. ¿Sabes qué es?

      Victoria miró. Se trataba de una fina cadena de un metal parecido a la plata, pero que mostraba bajo las estrellas un suave brillo blanquecino. De ella pendía un cristal con forma de lágrima que relucía misteriosamente.

      —Es precioso –murmuró ella, fascinada.

      —Los llaman Lágrimas de Unicornio. Estos amuletos están hechos de un cristal especial, muy puro, y solo se fabrican en un pequeño pueblo perdido entre las nieves, al norte de Raheld, la ciudad de los artesanos. Son muy populares entre los magos porque se dice que desarrollan la magia, la imaginación y la intuición. Este, en concreto, fue el regalo que me hizo uno de mis hermanos mayores cuando ingresé en la Orden Mágica.

      »Y ahora quiero que lo tengas tú. Victoria lo miró, muda de asombro.

      —¿Qué? –pudo decir al final–. Pero, Shail, ¡no puedo aceptarlo!

      —Por favor, hazlo. Es mi regalo de cumpleaños. Para la chica del báculo, la de los bonitos ojos, que no quiero ver llorar nunca más.

      Victoria alzó la mano para rozar el amuleto, pero le temblaban los dedos, y, sin poder contenerse por más tiempo, echó los brazos al cuello de Shail y lo abrazó con todas sus fuerzas. El joven mago sonrió, y le devolvió el abrazo.

      —Feliz cumpleaños, Vic –dijo–, estoy seguro de que harás grandes cosas. Pero aún eres una flor que apenas ha empezado a abrirse. Cuando estés preparada para mostrar todo lo que vales, asombrarás al mundo, estoy convencido de ello. Y espero estar allí para verlo.

      —¡Gracias, gracias, gracias! –susurró ella, emocionada–. Es el mejor regalo de cumpleaños de toda mi vida. Y te prometo que no te decepcionaré.

      Los dos se separaron, y Shail puso la cadena de la Lágrima de Unicornio en torno al cuello de Victoria. Ella lo contempló una vez más, sonriendo, y sintiéndose mucho más aliviada y segura de sí misma.

      —Voy a ver cómo le va a Jack con su nueva espada –dijo Shail–. No tardaremos en irnos.

      Victoria asintió, aún sonriente, pero el mago intentó que no se le notara lo preocupado que estaba. «Me gustaría saber si hago bien embarcando a estos dos chicos en una guerra que tal vez no sea la suya», pensó. Volvió a mirar a Victoria y recordó cómo el báculo había acudido a sus manos, y cómo Jack había empuñado a Domivat como si no hubiera nacido para otra cosa, y una inquietante idea cruzó por su mente. Se preguntó si debía comentarlo con ellos. «Ojalá Alsan estuviera aquí», deseó en silencio. «Él sabría qué hacer».

      Alsan aulló. Su cuerpo se convulsionó de nuevo, mientras él movía la cabeza a un lado y a otro, tratando de volver a su apariencia humana.

      Casi lo logró.

      A su lado, Elrion murmuraba, desconcertado:

      —No lo entiendo. No lo entiendo.

      Se habían

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