Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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asintió y se concentró en la Torre de Kazlunn. La energía que le habían proporcionado las hadas seguía allí, vibrante, límpida y resplandeciente, y no pensaba desaprovecharla.

      En el último momento, cuando su cuerpo y el del pequeño unicornio comenzaban a difuminarse, percibió una sombra que se abalanzaba hacia ellos desde las alturas, y un viento gélido sacudió el claro. Las hadas palidecieron, y las más pequeñas gritaron de terror.

      —No te preocupes –susurró una de las mayores–. Márchate. Ponla a salvo.

      Con un nudo en el estómago, Shail completó el conjuro. El shek se precipitó sobre el círculo de hadas, pero el mago y el unicornio ya se habían marchado.

      —La llamé Lunnaris –recordó Shail–. Es un nombre un poco obvio para un unicornio, puesto que significa «Portadora de Magia», y, en realidad, todos los unicornios lo son. Pero ella era el último. Por eso, en el fondo, no podía llamarse de otra manera.

      En la Torre de Kazlunn, Shail descubrió que se había convertido en un héroe. Los líderes de la Orden Mágica se habían reunido con el Padre de la Iglesia de los Tres Soles y la Madre de la Iglesia de las Tres Lunas para tratar de encontrar una solución al gravísimo problema que amenazaba Idhún. Se habían acordado de la profecía. Y habían llegado a la conclusión de que, costara lo que costase, había que salvar al menos a un dragón y a un unicornio. Habían hecho un llamamiento para que todos colaborasen en la búsqueda.

      Y Shail lo había logrado sin saber realmente lo que estaba en juego.

      Las noticias que le recibieron allí eran aterradoras.

      —Todo Awinor está ardiendo en llamas –le contaron–. Los dragones caen del cielo, uno tras otro, envueltos en fuego. Los incendios que están provocando son incontrolables. Muy pronto, la tierra de los dragones habrá muerto con ellos.

      —Cientos de sheks cubren los cielos de Idhún, y se dice también que un ejército de espantosos hombres-serpiente ha invadido Raheld desde el norte.

      —No queda un solo dragón con vida. Ni uno solo. Shail escuchaba todo esto con honda preocupación. Sabía que los Archimagos estaban preparando un rito especial, muy complejo, pero no tenía idea de en qué consistía.

      Entonces llegó Alsan.

      Todos los caballeros de Nurgon, junto con nobles, aventureros, héroes y mercenarios de todas las razas y de todos los reinos, habían sido movilizados en la búsqueda de dragones y unicornios. Los hechiceros los habían transportado hasta Awinor mediante la magia, pero todos volvían con las manos vacías.

      Por eso la llegada de Alsan, príncipe heredero de Vanissar, con una pequeña cría de dragón dorado en los brazos, causó un gran revuelo.

      —Nunca me ha hablado de cómo ni dónde lo encontró –comentó Shail–. No se lo dijo a nadie. Pero lo importante es que allí estaban los dos, mi pequeña Lunnaris y el dragoncito. No llegamos a averiguar por qué ellos habían resistido más que los demás. Tal vez por ser tan jóvenes. Pero el caso es que llegaron moribundos a la Torre de Kazlunn, y no teníamos mucho tiempo.

      —¿Qué pasó entonces? –preguntó Jack, estremeciéndose. Por alguna razón, la historia le conmovía profundamente.

      —Debíamos llevarlos a un lugar seguro, un lugar donde la luz de los seis astros no los alcanzase, al menos hasta que la conjunción hubiese acabado. Pero no teníamos ni la más remota idea de cuánto duraría. Y, por otro lado, no existía tal lugar en Idhún. Así que los magos pensaron...

      —... ¡que podrían enviarlos aquí! –adivinó Jack, sorprendido.

      Shail asintió.

      —Sabemos que hay muchos mundos. Pero sabemos también que en la Tercera Era los magos abrieron un canal de comunicación con la Tierra. Ese canal seguía abierto.

      »En circunstancias normales, pocos magos se atreverían a realizar el viaje. La mayoría no había vuelto para contarlo, y los que había regresado contaban cosas aterradoras. Pero no teníamos otra salida.

      »Cuando parecía claro que todos aquellos acontecimientos extraordinarios anunciaban la llegada de una nueva Era Oscura a Idhún, muchos hechiceros abrieron la Puerta por su cuenta y escaparon. Pero ellos no eran importantes. No lo eran tanto como nuestro dragón y nuestro unicornio.

      »Los hechiceros más poderosos de la Orden los enviaron a través de la Puerta interdimensional. Cuando la conjunción pasó, y los astros volvieron a sus posiciones habituales, llegó la hora de traerlos de vuelta. Alsan y yo nos ofrecimos voluntarios. No en vano los habíamos llevado a la torre; además, yo me había encariñado con Lunnaris, y me consideraba responsable de ella.

      Hizo una pausa. Jack esperaba, atento.

      —El viaje no salió exactamente como esperábamos. Cuando atravesamos el umbral, súbitamente, la Puerta interdimensional se cerró tras nosotros.

      —¿Qué quiere decir eso?

      —Ashran y los sheks habían descubierto que se les habían escapado un dragón y un unicornio, por no hablar de varias docenas de magos lo bastante competentes como para viajar a otro mundo. Suponemos que tomaron el control de la Puerta. Tal vez destruyeron la Torre de Kazlunn y a todos sus moradores. No podemos saberlo, porque no podemos volver.

      Jack respiró hondo, intentando asimilar toda aquella información.

      —Los problemas no acabaron ahí. La Tierra era un mundo inmenso y, por si fuera poco, Ashran envió a Kirtash tras nosotros, para destruir a los únicos que podrían, en un futuro, acabar con él. Llevamos tres años buscando en la Tierra a un dragón y un unicornio. Sabemos que están vivos, en algún lugar, porque Kirtash también los está buscando... para matarlos. Nuestra verdadera misión consiste en encontrarlos y salvarles la vida para que la profecía pueda cumplirse. Ya lo hicimos una vez... y debemos hacerlo de nuevo.

      Hubo un silencio. Jack meditaba toda aquella nueva información. Se volvió entonces hacia Victoria.

      —Tú lo sabías, ¿verdad?

      Ella asintió.

      —Yo le había hablado de Lunnaris –dijo Shail–. Quien ve a un unicornio, Jack, no lo olvida jamás. Yo no he logrado olvidar a Lunnaris, y haría lo que fuera para encontrarla antes de que lo haga Kirtash. No se trata solo de que ella sea la última esperanza para Idhún. Es una cuestión personal.

      —Además –añadió Victoria–, se supone que yo tengo que haberla visto en algún momento.

      —¿Por qué? –preguntó Jack, confuso.

      —Porque soy una humana nacida en la Tierra –explicó Victoria– y, sin embargo, soy también una semimaga. Esto quiere decir que he visto a un unicornio... lo malo es que no lo recuerdo.

      —Si Lunnaris está en este mundo –asintió Shail–, puede que haya personas que ya la hayan visto. Y que, debido a ello, posean cierta sensibilidad para la magia. O puede, incluso, que la propia Lunnaris haya consagrado a más hechiceros aquí. En la tierra no hay magos, Jack, ya te lo dijimos el primer día. Solo están los que llegaron de Idhún... y aquellos que hayan tenido algún tipo de contacto con nuestro unicornio perdido.

      Victoria desvió la mirada.

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