Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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lo previsto, empezamos a sospechar que algo andaba mal. Y cuando comenzaron a llegar emisarios de todos los rincones de Idhún, diciendo que los dragones y los unicornios estaban muriendo en masa, supimos que algo de verdad debía de haber en aquella profecía.

      »Porque los Oráculos también habían anunciado que solo el fuego de un dragón y la magia de un unicornio unidos lograrían destruir la Puerta y devolver a los sheks a su dimensión.

      —¿Quieres decir...? –empezó Jack, sorprendido, pero no llegó a terminar la pregunta.

      —Quiero decir que los sheks creían en la profecía y, de alguna manera, sabían que era cierta; por eso invocaron el poder de los astros, para matar a todos los dragones y los unicornios del planeta, antes de que fuese tarde. No sabemos cómo lo consiguieron. Sí conocemos, en cambio, el nombre de ese mago que les franqueó el paso. Ya te lo he comentado en alguna ocasión: se llama Ashran, el Nigromante, y fue elegido por los señores de los sheks para convertirse en su aliado, sumo sacerdote y llave de la Puerta que les permitiría regresar a Idhún. Es un hombre de inmenso poder; sin duda él tuvo mucho que ver con la muerte de los dragones y unicornios en nuestro mundo.

      —Entonces, ahora nadie puede derrotarlos –murmuró Jack.

      —Ellos pueden –intervino Victoria–. Ellos dos. Están aquí, en alguna parte. Y los estamos buscando.

      Jack alzó la mirada hacia Shail, que asintió.

      —Yo me vi mezclado en todo aquel asunto por casualidad. Veréis, estaba en el bosque de Alis Lithban, renovando mi magia, cuando oí el estruendo y vi que los seis astros entraban en conjunción... Por supuesto, supe inmediatamente que algo andaba mal. Y lo vi todo claro cuando empecé a descubrir cadáveres de unicornios entre la espesura. Tal vez aún no lo entiendas, Jack, pero en Idhún el unicornio es la única criatura que puede conceder la magia a los mortales. Canalizan la energía del mundo y la entregan a todo ser vivo que rozan con la punta de su cuerno. La muerte de todos los unicornios supone, a la larga, la muerte de toda magia. Por eso me sentí tan aterrado... Y después vi las serpientes en el aire... Fue como si hubiese llegado el fin del mundo.

      Shail calló un momento, perdido en sus recuerdos, y después siguió contando su historia...

      El joven mago se escondió aún más entre los árboles. La serpiente alada sobrevolaba aquella sección del bosque, una y otra vez, y Shail sospechaba que lo había descubierto.

      Hasta aquel momento, Shail solo había visto a los sheks en los libros antiguos de la biblioteca de la Torre de Kazlunn, donde había estudiado. Aquellos monstruos habían sido expulsados del mundo mucho tiempo atrás, gracias a los dragones. Pero los dragones... ¿dónde estaban ahora? ¿Por qué no acudían a luchar contra los sheks?

      Shail no tenía la respuesta, porque todavía no sabía lo que estaba sucediendo en otras partes de Idhún, donde los dragones estaban cayendo del cielo, uno tras otro. Solo veía aquella aterradora serpiente alada en el cielo. Había leído en alguna parte que los sheks tenían una extraordinaria sensibilidad para la magia. Sospechaba que, si se atrevía a emplear un hechizo de mimetismo o de invisibilidad, la criatura lo descubriría.

      Aguardó, conteniendo la respiración, hasta que finalmente el shek dio una última pasada, rozando las copas de los árboles, se elevó en el aire y se alejó de allí.

      Shail prosiguió su avance a través del bosque. Sabía que sería una presa fácil en cuanto saliese a campo abierto, y por ello llevaba todo el día en el bosque, deambulando de un lado para otro. Podría haber intentado teletransportarse lejos de allí, pero algo se lo impedía.

      Los unicornios.

      Entonces, Shail todavía no había oído hablar de la profecía, pero sabía que nada que resultase tan mortal para los unicornios podía ser bueno. En circunstancias normales, los unicornios no se dejaban ver. Nadie que buscase un unicornio lograría encontrarlo, a no ser que la criatura se mostrase ante él voluntariamente. Y solo los unicornios sabían qué criterio empleaban para escoger a los futuros magos, por qué entregaban la magia a unos y a otros no. Los estudios que se habían realizado sobre el tema no habían aportado ninguna conclusión al asunto. Los unicornios no siempre tocaban a los más listos, a los más fuertes ni a los más honrados. Su elección parecía ser aleatoria.

      En cualquier caso, Shail se sentía afortunado. Cuando era todavía un bebé, un unicornio se había acercado a él mientras dormía en su cuna. Nadie lo había visto, pero sus padres se habían dado cuenta enseguida de que el chiquillo había cambiado, y su futuro también. Shail no seguiría los pasos de su padre como comerciante en la próspera Nanetten. Sería enviado a una de las cuatro Torres donde los magos estudiaban su arte.

      Shail nunca había vuelto a ver un unicornio desde entonces. Había acudido a Alis Lithban, la morada de los unicornios, porque el bosque respiraba magia por los cuatro costados, y todo mago solía viajar allí de vez en cuando, para renovar su magia. Aunque muy pocos lograban ver un unicornio por segunda vez.

      Shail había visto muchos aquel día, pero habría deseado no hacerlo.

      Muchos unicornios, todos muertos. Había llegado a ver a uno que caminaba tambaleante bajo la luz de los seis astros. Había corrido hacia él, esperando llegar a tiempo para teletransportarse con él a alguna de las Torres, donde tal vez magos de más nivel lograsen salvarle la vida. Pero el unicornio tropezó y cayó, y cuando Shail llegó a su lado, ya estaba muerto.

      Había seguido vagando durante toda la mañana, buscando unicornios vivos, pero no había tenido suerte. Y cuando ya empezaba a pensar que su búsqueda era en vano, el milagro se produjo.

      Fue poco después de que la serpiente alada se alejase de él. Vio un hada llamándole la atención desde los arbustos, cosa que tampoco era corriente; pues, si bien las hadas eran más fáciles de sorprender que los unicornios, no disfrutaban de la compañía de los humanos, y por lo general no deseaban tratos con ellos.

      Shail siguió al hada hasta un escondrijo debajo de unos arbustos.

      Y entonces la vio.

      Era un unicornio hembra, muy joven, tal vez recién nacida. Se había acurrucado bajo el follaje y temblaba. Un grupo de hadas, duendes, gnomos y demás criaturas de los bosques se había reunido en torno a ella, y la observaban, en silencio.

      —Tienes que salvarla –dijo un gnomo, volviendo hacia Shail su cabeza gris.

      —Ella es la última –suspiró una dríade, que contemplaba la escena desde su encina, pesarosa.

      —¿La última? –repitió Shail.

      —El último unicornio –señaló un viejo duende–. Si ella muere, la magia morirá en el mundo.

      Shail se acercó a ella, sobrecogido. La criatura abrió los ojos y lo miró. El joven mago supo, en lo más íntimo de su ser, que jamás olvidaría aquella mirada.

      —Llévatela –dijeron las hadas–. Llévatela lejos de aquí. Shail envolvió al unicornio en su capa. Ella estaba tan débil que no opuso resistencia.

      —¿Cómo vamos a salir de aquí? –preguntó–. No puedo teletransportarme a la Torre de Kazlunn, está muy lejos; y si lo intento de cualquier otra manera no llegaremos a tiempo.

      Las hadas no dijeron nada, pero formaron un círculo en torno a él y empezaron a entonar una canción sin palabras. Shail sintió que un torrente de magia feérica recorría su ser,

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