Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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será menor.

      »En cualquier caso, y si creemos lo que dice la leyenda, ese báculo es un objeto de gran valor. Armado con él, Ayshel y el pequeño ejército rebelde que reclutó a lo largo de su viaje fueron derrotando uno a uno a todos los lugartenientes de Talmannon, hasta llegar al mismo Emperador, a quien ella venció tras una dura batalla. Una vez muerto él, la Puerta se cerró y los sheks fueron desterrados de nuevo.

      Alsan asintió.

      —Hay una leyenda que dice que los dragones condenaron a los sheks a vagar por los límites del mundo durante toda la eternidad. Solo pueden regresar si alguien les franquea la entrada. Dependen de esa persona, una especie de sacerdote, para permanecer en Idhún. Una vez muerto, si no han encontrado a un sucesor, son absorbidos de nuevo hacia su dimensión.

      —Es más que una leyenda –replicó Shail, sombrío–. Es lo que ha hecho Ashran el Nigromante. Él es el nuevo sacerdote de los sheks.

      —¿Qué fue de Ayshel? –preguntó Victoria.

      —Murió en la batalla contra Talmannon –dijo Alsan–. Con honor. Como una heroína.

      —Pero, ¿qué pasó con el báculo? –preguntó Jack–. Si es un objeto tan poderoso, ¿por qué nadie lo ha utilizado hasta ahora?

      —Porque no creo que pueda utilizarlo cualquier persona –dijo Victoria a media voz–. Los unicornios eligieron a una semimaga a propósito, ¿no?

      —Bueno, es evidente que esa cosa debe de tener una afinidad especial con los unicornios –reconoció Shail–. Y es verdad, tal vez no pueda ser manejada por cualquiera porque, de lo contrario, los magos exiliados habrían empleado su poder en lugar de esconderlo... donde quiera que lo hayan escondido. Tenéis razón los dos, buena observación: probablemente el báculo solo puede ser empleado por semimagos, personas afines a la magia porque han visto un unicornio. Si lo tocara un no iniciado, el báculo no reaccionaría y, si lo hiciese un hechicero, absorbería toda su magia, en lugar de recogerla del ambiente. Tiene su lógica. Pero, si eso es así, no sé qué pretende hacer Kirtash con... –calló de pronto y se puso pálido. Cruzó una mirada con Alsan y este pareció entender enseguida lo que estaba pensando–. No puede ser.

      —No –dijo Alsan en voz baja–. No se atreverá.

      —¡Maldita sea! –casi gritó Shail, dando un puñetazo sobre la mesa–. ¡Claro que se atreverá!

      Jack lo miró, preocupado. Nunca había visto al jovial Shail tan desesperado y enfadado. Lo vio sumergirse de nuevo en la lectura del Libro de la Tercera Era, temblando de rabia.

      —Como le ponga la mano encima, lo mataré... –susurró Shail–. Juro que lo haré.

      —¿Lunnaris? –preguntó Victoria–. ¿Te refieres a Lunnaris?

      Jack los miró, preguntándose una vez más quién sería aquella Lunnaris que parecía ser tan importante para sus amigos. Pero vio el rostro desencajado de Shail y no se atrevió a preguntar, porque supo que no debía poner el dedo en la llaga. Era evidente que aquel asunto era muy doloroso para él.

      —No dejaremos que eso pase –dijo Alsan con gravedad–. Llegaremos antes que él.

      Victoria se situó tras el joven mago y puso suavemente las manos sobre sus hombros.

      —No lo dudes. Esta vez no se nos adelantará.

      Jack asistía a la escena sin comprender qué estaba pasando exactamente. Parecía que los tres sabían algo que no le habían contado, algo acerca de los planes próximos de Kirtash y que, por alguna razón, parecían afectar profundamente a Shail. También Alsan y Victoria estaban pálidos; Jack se sintió frustrado y traicionado. Frustrado por no entender lo que estaba sucediendo, y traicionado porque Victoria, su mejor amiga, no le había contado nada al respecto.

      —Solo hay una cosa que podamos hacer –declaró Shail–: terminar de descifrar el Libro de la Tercera Era, averiguar dónde ocultaron los magos el Báculo de Ayshel... y tratar de llegar allí antes de que lo haga Kirtash.

      —¿Podemos ayudarte? –preguntó Victoria.

      —Sí: buscad más información sobre el báculo y la Segunda Era... a ver si averiguáis alguna otra cosa.

      Enseguida la mesa de la biblioteca se llenó de antiguos volúmenes. Algunos de ellos eran libros de historia; otros, tratados de objetos mágicos; y algún otro, manejado por Shail, era un manual para descifrar textos en arcano antiguo. Pronto, Shail estuvo tan inmerso en la traducción que Victoria se dio cuenta de que ya no podía ayudarle. Se unió entonces a la búsqueda de información sobre el Báculo de Ayshel, consultando los libros en idhunaico arcano que Jack y Alsan no sabían leer.

      Pero ninguno de los tres encontró muchos más datos acerca de la Doncella de Awa y su prodigioso báculo. Al tratarse de un personaje mítico, pocos libros de historia lo mencionaban. Y, sin embargo, su leyenda se había transmitido de generación en generación, hasta que un joven aprendiz de mago la había contado a sus amigos mientras tomaban unas cervezas en la cantina de la Torre de Kazlunn, como un cuento de hadas que le había relatado su abuela en su niñez.

      Por suerte para la Resistencia, a Shail siempre le habían gustado los buenos cuentos, y había prestado atención aquella noche.

      Al cabo de un par de horas de trabajar frenéticamente, sin apenas levantar la mirada de aquellos polvorientos libros, el joven mago alzó la cabeza.

      —Ya está –dijo; llevaba un buen rato examinando un mapamundi y haciendo sobre un papel extraños cálculos que solo él parecía comprender–. Ya sé dónde escondieron el Báculo de Ayshel.

      Señaló un punto sobre el mapamundi: algún lugar en el norte de África.

      VII

      LA PORTADORA DEL BÁCULO

      E

      L sol abrasador del desierto caía a plomo sobre las dunas, arrancando de ellas reflejos cegadores y provocando una extraña ondulación en el aire. Ni el más leve soplo de brisa alentaba aquella inmensa caldera. Jack se detuvo un momento, algo mareado. El Alma los había llevado hasta allí al instante, y su cuerpo había acusado el contraste entre la suave noche de Limbhad y la atmósfera ardiente y agobiante del desierto. Además, llevaba una espada prendida en el cinto, y eso le hacía sentirse extraño. Se volvió hacia Victoria, que lo seguía a duras penas.

      —¿Estás bien?

      Ella asintió, pero no tenía buen aspecto. Jack le tendió la mano y ella la aceptó, agradecida.

      Alsan y Shail iban en cabeza. Se suponía que era Shail quien sabía adónde se dirigían, pero no podía seguir el ritmo de su tenaz y resistente compañero. Jack quiso preguntar si faltaba mucho para llegar, pero tenía la boca seca.

      Por lo visto, o bien el Alma no los había llevado exactamente al lugar calculado por Shail, o este se había equivocado en un par de kilómetros.

      De pronto, Alsan se detuvo. Todos vieron enseguida lo que había llamado su atención: unas palmeras solitarias al pie de una montaña que daba algo de sombra. Entre las rocas se distinguía lo que parecía una cueva.

      —Por fin –suspiró Victoria.

      Shail

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