Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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la espada del muchacho lo estaba esperando. Los aceros chocaron y saltaron chispas. Ambos combatientes retrocedieron un poco y se detuvieron un momento, jadeando, observándose con cautela.

      —Aprendes rápido –observó Alsan.

      Jack sabía que aquello era un cumplido, y asintió, pero no sonrió. Se estaba esforzando mucho para recuperar el aprecio de Alsan, aunque sabía que lo había decepcionado e intuía que, a pesar de que habían hecho las paces, nada volvería a ser como antes.

      En Idhún, Alsan había sido un líder, un heredero educado en el deber, la disciplina y el esfuerzo. Pocos habrían aguantado como él la idea de que el destino de la Resistencia, y con él el de todo Idhún, estaban en sus manos.

      Él había cargado con aquella responsabilidad con total naturalidad. Lo había considerado un deber. Y era perfectamente consciente de la importancia de su misión. Por eso para él todo lo relacionado con la Resistencia y con la seguridad de Limbhad era de vital importancia.

      Y Jack había estado a punto de echarlo todo a perder.

      El chico sabía que no era culpa de Alsan. El idhunita le había instruido en el rigor, la serenidad, y el control sobre sus emociones. Era Jack quien, desoyendo todos sus consejos, se había precipitado, creyendo que todo estaba bajo control. Había sido un engreído y también un inconsciente.

      Después de descansar un par de días, había vuelto a sus lecciones con humildad, y parecía que Alsan le había perdonado, porque todo había vuelto a la normalidad. Pero había algo que ya no era igual.

      El chico alzó la espada. Vio a Alsan venir hacia él, pero se mantuvo en su puesto, firme y sereno, con la cabeza fría. Calculó el momento apropiado y entonces se movió hacia la derecha pero se desplazó hacia la izquierda, desconcertando así a su rival. Alsan quedó ligeramente desequilibrado y, cuando quiso darse cuenta, la punta de la espada de Jack apuntaba a su corazón.

      —Estás muerto –dijo Jack, con calma.

      Alsan lo miró con seriedad. Jack sostuvo su mirada, imperturbable. Entonces, lentamente, Alsan sonrió.

      —Caramba, chico –comentó–. No te he enseñado esa finta todavía.

      —Sí lo has hecho –replicó Jack–. Te vi hacerla el otro día. Simplemente tomé nota.

      Alsan lo miró con aprobación.

      —Veo que has aprendido la lección.

      Jack sabía que era una apreciación positiva, pero no pudo dejar de sentirse un poco herido. Sí, había sido un estúpido inconsciente. Ahora sabía que la rabia no lo llevaría a ningún lado. Alsan era un buen guerrero porque era también un buen estratega, y era capaz de mantener la sangre fría sin permitir que la ira cegase su visión objetiva de las cosas.

      —Basta por hoy –dijo Alsan, y Jack asintió sin discutir.

      Tiempo atrás, antes de haber visto a Kirtash a través del Alma, se habría sentido muy orgulloso de haber vencido a Alsan en el entrenamiento. Ahora, sin embargo, aunque se sentía satisfecho, no lo consideraba importante. «Aún tengo mucho que aprender», se dijo.

      Fue directamente al cuarto de baño a ducharse. Cuando salió, más relajado, vio a Victoria, que lo estaba esperando. Todavía vestía con el uniforme del colegio y parecía impaciente por enseñarle algo. Jack la siguió, intrigado, hasta el estudio. Victoria se sentó ante el ordenador y le señaló la imagen que mostraba el monitor.

      —Mira. ¿Es esto lo que viste?

      Jack echó un vistazo y el corazón le dio un vuelco. La pantalla mostraba una fotografía del edificio en el que había visto a Kirtash.

      —Lo has encontrado –murmuró.

      —No ha sido muy difícil. ¿Sabes qué es? ¡La Biblioteca Británica!

      —¡La British Library! –exclamó Jack–. He oído hablar de ella. Viví en Londres un par de años, ¡debería haber reconocido la ciudad cuando la vi!

      —¿No conocías la biblioteca?

      —No; Londres es una ciudad muy grande, y nunca he pasado por allí. No me la imaginaba así, sin embargo.

      ¿Qué haría Kirtash en un sitio como ese?

      Los dos tuvieron la misma idea a la vez y cruzaron una mirada.

      —¿Sacar un libro? –susurró Victoria, pero Jack negó con la cabeza.

      —¿Un libro de magia idhunita en la Biblioteca Británica? Suena absurdo.

      —¡Tal vez no! Piénsalo, Jack. Un libro escrito en un idioma desconocido. Sería un ejemplar muy raro. Es lógico que acabase en un museo, o en una biblioteca importante, ¿no? ¡A lo mejor alguien estaba tratando de descifrarlo!

      Los dos se miraron, emocionados por su descubrimiento. Entonces, una extraña sensación de familiaridad los recorrió. Jack enrojeció levemente y a ella se le escapó un suspiro casi imperceptible.

      Él carraspeó, incómodo, apartando la mirada.

      —Me parece que deberíamos hacer una visita a la biblioteca, ¿no crees? –dijo por fin.

      —¿Y qué es exactamente lo que esperas encontrar allí? –preguntó Victoria.

      —No estoy seguro, pero pienso averiguarlo.

      —¿Averiguar el qué? –dijo una voz tras ellos.

      Jack se volvió hacia Shail, que acababa de entrar y los miraba con curiosidad.

      —Es que el otro día –respondió Jack, algo incómodo–, cuando vi a Kirtash, acababa de conseguir un libro en idhunaico arcano y estaba en un edificio que, según lo que acabamos de descubrir, es el de la Biblioteca Británica de Londres.

      —¿Qué? –exclamó Shail–. ¿Y por qué no lo dijiste antes?

      —Nadie me preguntó nada al respecto –se defendió Jack.

      —Bueno –dijo Shail–, no nos pongamos nerviosos. Voy a llamar a Alsan. Tienes que contarnos eso con más detalle.

      —De acuerdo –decidió Alsan, muy serio–. Eso tenemos que investigarlo: Shail, nos vamos.

      —¿A la Biblioteca Británica? –preguntó Jack.

      Alsan asintió. Jack respiró hondo; estuvo a punto de pedirle que lo dejase acompañarlos, pero, después de todo lo que había pasado, no se atrevió. Shail lo miró, adivinando lo que pasaba por su mente. Pareció que iba a hacer algún comentario, pero en aquel momento se oyó la voz de Victoria:

      —Mirad esto.

      Se volvieron hacia ella. Había pasado un buen rato buscando en internet noticias y artículos relacionados con la Biblioteca Británica, y seguía con la vista fija en la pantalla del ordenador.

      —¿Qué es, Vic? –preguntó Shail, acercándose–. ¿Qué has encontrado?

      Los cuatro

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