Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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de Limbhad. Aquel lugar era acogedor, y Jack se había esforzado por hacerlo más personal, pero seguía sin ser su casa.

      En aquel momento, en concreto, se sentía más deprimido de lo habitual. Sentía muchísimo haber cometido la estupidez de espiar a Kirtash a través del Alma, y se preguntó si Alsan lo perdonaría por haber puesto su empresa en peligro por culpa de su precipitación y su insensatez. Deseó que se le pasara pronto el enfado. Se dio cuenta de que, a pesar de la frialdad con que lo había tratado en los últimos días, en realidad pocas cosas le importaban más que la amistad de Alsan. Quizá porque ya no le quedaba mucho más que conservar, aparte de su vida y su orgullo.

      Alguien llamó a su puerta con suavidad. Jack pensó que se trataba de Shail, o de Victoria; se incorporó y murmuró:

      —Adelante.

      La puerta se abrió, y fue Alsan quien entró en la habitación. Jack lo miró, entre sorprendido y receloso.

      —No hace falta que vuelvas a reñirme –le espetó, antes de que él pudiera decir nada–. Ya he pedido perdón.

      Pero Alsan negó con la cabeza y tomó asiento cerca de él.

      —No se trata de eso, chico. Tenemos que hablar.

      Jack, todavía sentado sobre la cama, cruzó las piernas y apoyó la espalda en la pared.

      — Ya sé lo que vas a decirme –murmuró–. No estoy preparado para pertenecer a la Resistencia, ¿verdad? Y nunca lo estaré.

      Para su sorpresa, Alsan sonrió ampliamente.

      —Nada más lejos de la realidad, Jack. Eres el alumno más prometedor que he tenido jamás.

      Jack lo miró con la boca abierta.

      —¿Me estás tomando el pelo?

      —En absoluto. Y te aseguro que he entrenado a muchos en mi reino, chico. Muchachos de tu edad, hijos de nobles que aspiraban a ser algún día capitanes del ejército de mi padre. Me gustaba probarlos personalmente para conocer las virtudes y defectos de mis futuros caballeros. Ninguno de ellos poseía el temple y la fuerza de voluntad que tú me has demostrado estos días. Ninguno de ellos progresó con tanta rapidez en el manejo de la espada.

      Los ojos de Jack se llenaron de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas.

      —¿Por qué no me lo has dicho antes? –le reprochó.

      —Porque hay algo que no me gusta de ti, y es esa rabia y ese odio que te ciegan, ese orgullo que te lleva a cometer imprudencias que te pueden costar la vida. He tenido que humillarte, he tenido que quemarte física y psicológicamente para que por una vez en tu vida te pares a pensar y aprendas a tener paciencia. Pero reconozco que no esperaba que reaccionaras como lo has hecho... espiando a Kirtash a través del Alma.

      —Quería ser útil de alguna forma –murmuró Jack.

      —Y lo eres, Jack. Si te mantengo alejado de todo esto es por dos motivos: en primer lugar, porque estás obsesionado con Kirtash, y cuando se trata de él no puedes pensar con objetividad. Mientras sigas siendo así de temerario, él tendrá todas las de ganar, y no le costará mucho matarte en vuestro próximo enfrentamiento porque, por mucho que te entrenes, tu enemigo seguirá siendo más frío y templado que tú. Y, en segundo lugar... porque no quiero perder antes de tiempo al gran guerrero que sé que vas a ser... y al amigo que ya eres para mí. Así que supuse que tenía que apartarte de Kirtash hasta que asimilaras un poco la muerte de tus padres y fueras capaz de enfrentarte a él con más calma y frialdad.

      Jack no supo qué decir. Pero tampoco Alsan añadió nada más, por lo que finalmente el muchacho tragó saliva y murmuró, abatido:

      —Comprendo. He metido la pata, ¿verdad?

      —Todos nos equivocamos, chico –replicó Alsan, moviendo la cabeza–. Eso es lo de menos. Lo que realmente importa es que saques algo en claro de todo esto. ¿Entiendes?

      Jack asintió y lo miró, agradecido. Toda la rabia y el rencor parecían haberse esfumado.

      —Entiendo. No volveré a defraudarte, Alsan. Te lo prometo.

      Alsan sonrió.

      —Lo sé, chico –respondió, revolviéndole el pelo con cariño–. Cuento contigo y sé que no me fallarás.

      Jack le devolvió la sonrisa. Alsan salió de la habitación sin decir nada más, pero el muchacho se sentía mucho mejor, como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Pensó en todo lo que había pasado aquellos días, y se acordó de Victoria. Se levantó de un salto. Tenía un asunto pendiente con ella.

      Salió de su cuarto y la buscó por la casa. La encontró en su habitación, leyendo, y llamó suavemente a la puerta para anunciar su presencia.

      —Hola –dijo, cuando ella levantó la cabeza–. ¿Puedo hablar contigo un momento?

      —Claro –respondió Victoria, cerrando el libro–. Pasa.

      Jack se sentó sobre una de las sillas, junto a ella, la miró a los ojos y le dijo:

      —Llevo varios días sin hablar contigo, prácticamente ignorándote, porque he estado demasiado obsesionado con mi entrenamiento. Quiero que sepas... que no tengo nada contra ti, al contrario. Es solo que a veces me olvido de lo que realmente importa. Me he comportado como un estúpido, y quería pedirte perdón.

      Victoria se quedó sin habla.

      —¿Me perdonas? –repitió Jack, con suavidad.

      —Claro –pudo decir ella–. Yo... te veía todo el día entrenando y estaba preocupada por ti, pero no quería entrometerme porque...

      —Te doy permiso para que te entrometas todo lo que quieras –cortó Jack, muy serio–. Alsan dice que soy orgulloso, impulsivo y temerario, y que así solo conseguiré que me maten. Y creo que tiene razón. Por eso, como tú eres mucho más sensata que yo, seguro que me vendrá bien que me ates corto.

      Victoria lo miró un momento, preguntándose si le estaba tomando el pelo. Pero no, el chico hablaba en serio; la muchacha no pudo reprimir una carcajada.

      —Está bien, me entrometeré si eso es lo que quieres. Pero luego no te quejes, ¿eh?

      Jack sonrió a su vez.

      —Gracias por no guardarme rencor –dijo con sencillez.

      —No hay de qué, Jack. Somos amigos, ¿no?

      —Claro que sí –le cogió la mano y se la estrechó con fuerza, aún sonriendo–. Y no sé si es porque pasamos mucho tiempo juntos, porque tenemos muchas cosas en común, o por qué, pero eres la mejor amiga que he tenido nunca.

      Victoria enrojeció, halagada, y aceptó el cumplido con una inclinación de cabeza.

      Hubo un breve silencio. Victoria vaciló. Jack la miró y supo que quería decirle algo.

      —¿Qué?

      —Lo has visto, ¿verdad? –dijo ella en voz baja–. ¿Dónde estaba? ¿Qué hacía?

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