Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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Alsan y Shail, casi se le había olvidado por completo.

      —No estoy seguro –respondió–. Tal vez no fuera nada importante, pero, por otra parte... no me imagino a Kirtash haciendo nada por casualidad.

      Le contó todo lo que había visto a través del Alma; cuando terminó, Victoria hizo un gesto de extrañeza.

      —¿Un libro de magia idhunita? Qué raro, ¿no? ¿De dónde sacarían algo así en la Tierra?

      —Esos dos tramaban algo, me apostaría lo que fuera –murmuró Jack, pensativo–. Quizá si... ¡un momento!

      Se levantó de la cama de un salto y alcanzó el bloc de dibujo que estaba sobre la mesa. Cogió un lápiz y se sentó de nuevo, mordiéndose el labio inferior.

      —Era un edificio muy poco común –dijo–. Creo que podría dibujarlo.

      Victoria lo contempló en silencio mientras el chico deslizaba el lápiz sobre el papel, con trazos suaves pero firmes y seguros, con el ceño fruncido en señal de concentración. Esperó pacientemente hasta que Jack alzó la mirada y le tendió el bloc.

      —¡Oye, dibujas muy bien! –se admiró ella.

      Él se encogió de hombros.

      —Lo hago desde que era muy pequeño. Dime, ¿te suena de algo ese sitio?

      Victoria lo observó con atención. Un edificio con forma trapezoidal, de ladrillo rojo y tejados grises en distintas alturas. Un patio con enormes baldosas blancas y rojas. Una estatua que representaba a un hombre sentado.

      —No –dijo finalmente–, pero sí es cierto que es un edificio muy peculiar. Además, parece importante. ¿Puedo llevármelo? Lo escanearé y lo pondré en algunos foros de internet, a ver si alguien sabe decirme qué es.

      —Buena idea. Cuando tengamos más pistas, se lo diremos a Alsan y Shail. A lo mejor podemos averiguar algo importante...

      Muy lejos de allí, en la azotea del edificio de ladrillo rojo, sacudido por una helada brisa, Kirtash contemplaba la ciudad que se extendía ante él. Sus ojos no mostraban la menor emoción.

      Sin embargo, por dentro estaba hirviendo de ira.

      Era aquel muchacho que había osado espiarle. Kirtash había captado su intrusión al instante, y había logrado contactar con él lo bastante como para descubrir una serie de datos vitales.

      El chico se llamaba Jack, y estaba con la Resistencia. Eso lo sabía. Era la segunda vez que Jack escapaba de él en sus mismas narices, aunque siempre por intervención de un tercero.

      No habría más ocasiones.

      La operación de Silkeborg había sido una auténtica chapuza. Jack era el único que debía haber muerto aquella noche, y, sin embargo, todavía seguía vivo. Elrion se había precipitado, y Kirtash todavía se preguntaba por qué había sido tan benevolente con él, por qué le había perdonado la vida. Tal vez porque, de momento, no disponía de otro hechicero, y no podía permitirse el lujo de perderlo.

      Sin embargo, lo que más preocupaba a Kirtash era aquella rabia que sentía por dentro. No estaba acostumbrado a alterarse por nada, pero aquel muchacho, Jack, tenía la habilidad de sacarlo de sus casillas. Kirtash no sabía por qué, y detestaba no controlar sus propios sentimientos.

      —¿Kirtash? –preguntó Elrion, inseguro.

      —Teníamos compañía –dijo el chico con suavidad.

      —¿Qué? –el mago se volvió hacia todos lados–. Yo no he sentido nada.

      «No me sorprende», murmuró Kirtash en voz baja. Pero dijo:

      —No era un ser físico, ni tampoco espiritual, sino una conciencia. Por eso yo lo he sentido, y tú no. Un miembro de la Resistencia nos estaba espiando.

      —¡La Resistencia! –se burló el hechicero–. Son solo un grupo de muchachos. Jamás...

      —No los subestimes –cortó Kirtash–. También yo soy joven.

      —Eso es cierto –reconoció Elrion tras un breve silencio–. ¿Crees que se ha enterado de algo importante?

      Kirtash sonrió.

      —Eso espero –dijo.

      —¿Por qué? ¿Qué quieres decir?

      Kirtash no respondió. Aquel hechicero era el mejor que Ashran había logrado encontrar, y él lo sabía también, aunque no acabara de acostumbrarse a él. Para la forma de actuar del joven asesino, Elrion era demasiado ruidoso y llamaba mucho la atención. Además, jamás sería tan efectivo como él mismo. Pero no podía negar el hecho de que necesitaba un mago.

      Elrion malinterpretó su silencio.

      —¿Por qué no confías en mí? ¿Todavía estás molesto por lo de Silkeborg?

      Kirtash no dijo nada. Elrion respiró hondo. Sí, era cierto, se había precipitado con lo de aquel matrimonio; los había quitado de en medio sin dar a Kirtash la oportunidad de interrogarlos. Por no mencionar el hecho de que el chico se les había escapado en sus mismas narices.

      —Reconoce que voy aprendiendo –añadió el mago–. Hasta he cambiado mi túnica por esta ridícula ropa terráquea, como tú me dijiste.

      Kirtash se volvió hacia él, y Elrion retrocedió un paso, casi instintivamente. ¿Por qué aquel mocoso le daba tan mala espina? Sabía que estaba muy próximo a Ashran, el Nigromante, el poderoso aliado de las serpientes en Idhún, pero no era más que un crío con poderes sorprendentes. ¿O no?

      En cualquier caso, le molestaba, le molestaba muchísimo. Elrion había consagrado toda su vida a la magia, había renunciado a muchas cosas y sacrificado muchos años de su vida para llegar a ser un poderoso hechicero. Y no encajaba bien el hecho de ser superado de forma tan rotunda y evidente por un mocoso de quince años que ni siquiera era mago, a pesar de la extraña aura de poder que parecía irradiar.

      Pero, por desgracia, no podía hacer nada al respecto. Su señor, Ashran el Nigromante, había puesto a Kirtash al mando y, por mucho que le irritase, Elrion debía acatar sus órdenes.

      —Tengo mis propios planes –dijo Kirtash despacio–, y no son de tu incumbencia. No quiero interferencias esta vez.

      Elrion tardó un poco en responder.

      —Está bien –dijo finalmente–, aunque sabes que no eran esas las órdenes de Ashran.

      Kirtash no se molestó en contestar. Se volvió de nuevo hacia la ciudad, que bullía de actividad a sus pies, a pesar de lo avanzada de la hora, y la contempló como lo habría hecho un conquistador que llegase a un mundo nuevo y extraño, un mundo lleno de infinitas posibilidades por explorar.

      VI

      EL LIBRO DE LA TERCERA ERA

      J

      ACK esquivó la estocada de Alsan y contraatacó a la velocidad del rayo. El joven idhunita, sin embargo, lo estaba esperando,

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