Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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se le ocurrió dónde podía estar el disco. Encendió el equipo de sonido y oprimió el botón de apertura del CD. El aparato escupió la bandeja sin ruido.

      En ella había un único disco regrabable, sin ninguna indicación. Jack tuvo una corazonada.

      —Prueba con esto, Shail –le dijo al mago, tendiéndoselo.

      —Jack, eso es música –dijo Victoria, que lo había estado observando.

      —Tal vez. O tal vez no.

      Shail introdujo el CD en el ordenador. Los cuatro se inclinaron hacia la pantalla, conteniendo el aliento.

      Una retahíla de documentos de imagen apareció ante sus ojos. Shail abrió uno de ellos...

      ... y la pantalla parpadeante del ordenador les mostró la fotografía de una página amarillenta recorrida por líneas de símbolos extraños, como patas de mosca salpicadas de pequeños triángulos. Shail respiró hondo, sorprendido.

      —Entonces era verdad –murmuró–. Es el Libro de la Tercera Era.

      Pero Alsan sacudió la cabeza, ceñudo.

      —¿Por qué Kirtash dejaría atrás algo así? Shail se encogió de hombros.

      —Puede que Jack tenga razón y simplemente no sepa tanto como creemos.

      —Yo estoy segura de que, si el disco hubiese estado a la vista –intervino Victoria–, se habría dado cuenta enseguida de lo que era y se lo habría llevado.

      Shail contempló, pensativo, la carátula con la imagen del dragón.

      —¿Por qué guardaría Parrell una copia del libro en un lugar como este?

      —Estaba escondido –murmuró Jack–. Lo introdujo en el equipo de música para que no lo encontraran.

      Los otros lo miraron.

      —¿Quieres decir... que era idhunita?

      —No puede ser –declaró Shail–. Un idhunita no saldría en los medios de comunicación diciendo que puede descifrar un libro misterioso. Es una manera muy estúpida de llamar la atención...

      —... A no ser que él no supiera nada de Kirtash –sugirió Jack–. Puede ser, ¿no? Tal vez con eso quiso asegurarse de que le dejaban ver el libro. Luego... quizá se diese cuenta de que alguien andaba tras sus pasos y escondió una copia... esperando que alguien la encontrase.

      —Bien –concluyó Alsan–. Ya tenemos lo que habíamos venido a buscar. Volvamos a casa. Ya seguiremos pensando en ello después.

      Shail cogió algunas de las hojas que escupía la impresora y las examinó, frunciendo el ceño. Victoria se acercó a él y, poniéndose de puntillas, espió por encima de su hombro.

      —¿Entiendes algo? –preguntó.

      —Es una variante antigua del idhunaico arcano –dijo el mago, acercándole la hoja para que pudiera verla–. ¿Reconoces estos símbolos?

      —Algunos me son familiares –repuso ella–, pero la mayoría son diferentes de los que me has enseñado.

      —No tanto. Fíjate bien.

      Los dos se sentaron y esparcieron las hojas por encima de la mesa del estudio. Jack siguió recogiendo las hojas que salían de la impresora. Cuando se las llevó a Shail y Victoria, los vio muy juntos, concentrados en lo que hacían, sus cabezas casi rozándose. Shail explicaba pacientemente el significado de cada uno de los símbolos, y Victoria lo escuchaba poniendo toda su atención en ello. Jack sonrió, pero sintió una punzada de celos. Se preguntó si Alsan y él llegarían a llevarse tan bien como Shail y Victoria.

      —¿Alguna pista? –preguntó el propio Alsan, entrando en la habitación.

      Shail levantó la cabeza.

      —Tardaremos un poco en descifrar el libro. Mientras tanto...

      Pero no terminó la frase. Ni Jack ni Alsan sabían leer el idhunaico arcano, de modo que no podrían ayudar.

      —Subiré a la biblioteca y buscaré información sobre la Tercera Era –decidió Alsan–. No me vendrá mal repasar mis conocimientos de historia.

      —Te acompaño –dijo Jack, contento por tener algo que hacer; dejó los folios que faltaban sobre la mesa, cerca de Shail, y añadió–. Creo que esto es todo.

      Se despidió de sus amigos con un «hasta luego», pero ni Shail ni Victoria parecían oírle; estaban enfrascados en su labor. Alsan ya había salido de la habitación, y Jack lo siguió.

      —¿Qué es la Tercera Era? –preguntó, una vez en la biblioteca.

      —La llamada Era de la Contemplación –explicó Alsan, mientras repasaba con el dedo los lomos de los libros de las estanterías–. Hubo una guerra entre magos y sacerdotes, una de tantas; las dos Iglesias vencieron y se hicieron con el poder en Idhún, y la autoridad de los Oráculos sagrados prevaleció sobre el poder de las Torres de hechicería. Así comenzó la Tercera Era. Los sacerdotes proclamaron que la magia suponía un desafío a los dioses y una aberración nacida de los designios del Séptimo, el dios oscuro, y persiguieron y ejecutaron a gran número de magos. Muchos tuvieron que huir... hacia otros mundos, como la Tierra. Ese fue el primer éxodo de hechiceros idhunitas, los primeros que llegaron aquí. Ellos crearon Limbhad.

      Jack asintió. Recordaba haber oído antes aquella historia.

      —Justo lo que imaginaba –comentó Alsan, dejando un montón de gruesos volúmenes sobre la mesa–. Fíjate en esto: todos estos libros hablan de la Tercera Era, y están escritos en idhunaico común, no en arcano.

      —¿Qué quieres decir con eso?

      —Pues que, al fin y al cabo, los escribieron magos que habían huido de Idhún por culpa de la persecución de los sacerdotes, y vertieron ríos de tinta para hablar de ello. Me apuesto lo que quieras a que estas páginas estarán llenas de lamentos y maldiciones contra los sacerdotes y los Oráculos. El Libro de la Tercera Era, en cambio, está escrito en arcano, por lo que suponemos que cuenta cosas mucho más interesantes, y secretos que los magos no querían que fuesen conocidos fuera de su orden.

      »Pero lo cierto es que ellos nunca son tan locuaces a la hora de hablar de la Era Oscura.

      —¿La Era Oscura? –repitió Jack, interesado–. Cuéntame.

      —La Segunda Era. El llamado Imperio de Talmannon –explicó Alsan con un suspiro–. El más poderoso nigromante que existió jamás. Todos los hechiceros se pusieron de su parte y gracias a ellos los sheks se apoderaron de Idhún por primera vez.

      —¿Ya lo habían hecho antes? –exclamó Jack, sorprendido.

      —Oh, sí. La historia tiende a repetirse, ¿no te parece? La guerra de la que te hablaba antes, la que se libró entre las Torres y los Oráculos y en la que finalmente vencieron los sacerdotes, fue provocada por Talmannon y sus magos aliados. Aquella vez, los dragones vencieron a los sheks, y los sacerdotes a los hechiceros. Pero, lógicamente, los magos cayeron en desgracia. Por eso los Oráculos tomaron medidas

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