Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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y esperó pacientemente a que alguien lo atendiera. Cuando la empleada se acercó a él para ver qué quería, el chico le preguntó algo con exquisita educación. Ella pareció molesta al principio, pero Jack siguió hablando, y la bibliotecaria no tardó en sonreír ampliamente. Victoria contempló con admiración cómo Jack se ganaba la confianza de la mujer con su simpatía natural. Sonrió cuando vio a su amigo tomar notas frenéticamente y quiso acercarse, pero comprendió enseguida que, con su escaso dominio del inglés, poco podría hacer ella para ayudar. De modo que se sentó en un asiento libre y, simplemente, esperó.

      Poco después llegó Jack, con los ojos brillantes. Victoria supuso enseguida que había averiguado cosas interesantes.

      Salieron a la plaza y aguardaron a sus amigos junto a la estatua del hombre sentado, que resultó ser Newton, según averiguó Jack, estudiando un folleto que había obtenido en la entrada.

      —Bueno, cuéntame –lo apremió Victoria–. ¿De qué habéis hablado?

      —Le he preguntado acerca de los libros antiguos que llegaban a la biblioteca. Me ha dicho que no están a disposición del público, sino que solo los investigadores y expertos pueden consultarlos, y solo con un permiso especial. ¿Y sabes qué? Que puede que el siglo de la informática haya salvado el Libro de la Tercera Era, Victoria. Porque suelen guardar una copia de los libros más raros en microfilm, o escanean sus páginas para poder trabajar con ellas en el ordenador.

      —¡Entonces, tal vez podamos recuperar el libro y averiguar qué buscaba en él Kirtash!

      —Eso es lo que estaba pensando. Aunque ya no me he atrevido a preguntar por nuestro libro en concreto.

      —Pero, ¿cómo has conseguido que te cuente todo eso? Jack se encogió de hombros.

      —Le he dicho que era para un trabajo del colegio. Y que de mayor quería ser bibliotecario, como ella. Y... no sé, algunas cosas más.

      —Eres diabólico, Jack –comentó Victoria, admirada.

      El chico sonrió.

      —Lo sé.

      Alsan y Shail no tardaron en aparecer por allí. Jack les contó lo que había averiguado; por su parte, ellos también traían noticias.

      —Nos hemos colado en la zona de los despachos –dijo el mago–, y hemos oído algunas cosas interesantes. Por lo que he podido entender, todos están que echan chispas porque han perdido definitivamente el Libro de la Tercera Era. No solo ha desaparecido el manuscrito, sino también todas las copias que había en la biblioteca: microfichas, copias en papel y hasta las páginas escaneadas en los ordenadores. No cabe duda de que Kirtash hace su trabajo a conciencia.

      —¿Quieres decir que borró los documentos del ordenador? –preguntó Jack, incrédulo–. ¿No se supone que es idhunita?

      —¿Y qué? Yo también lo soy, y he aprendido a usar los ordenadores. Ese chico es endiabladamente listo. No me extrañaría que conociese tu mundo mejor que tú.

      —Pero tiene que haber un límite –murmuró Jack, sacudiendo la cabeza–. Lleva solo tres años aquí, ¿no? No puede haberlo aprendido todo.

      —En cualquier caso, le han echado todas las culpas a Parrell, pero hace varios días que nadie sabe nada de él.

      Jack negó con la cabeza.

      —No, tienen que quedar copias en alguna parte. Es un libro muy valioso. Además, una vez escaneado, se puede enviar por correo electrónico a cualquier parte. Parrell tiene que conservar alguna copia, aunque sea en el ordenador, o en un CD.

      —¿Creéis que podríamos registrar su casa para ver si encontramos alguna copia del libro? –dijo Victoria–. Tal vez descubramos algo que la policía haya pasado por alto.

      Alsan asintió.

      —Me parece una buena idea.

      —Pero, ¿cómo vamos a hacerlo? –dijo Jack, preocupado–. Ni siquiera sabemos dónde vive.

      —Pues lo averiguaré –sonrió Shail–. Un mago tiene sus métodos...

      Los «métodos» de Shail consistían en mirar la guía telefónica. Había varios Peter Parrell en Londres, de modo que pasaron el resto del día llamando por teléfono para tratar de averiguar en cuál de aquellas casas vivía el investigador que buscaban. En cuatro de ellas no cogió nadie el teléfono, así que tuvieron que acudir en persona.

      La suerte les sonrió. En el segundo domicilio que visitaron, situado en un viejo edificio de la calle Weston, una vecina locuaz les confirmó que, en efecto, allí vivía el investigador al que habían acusado de fugarse con un libro de gran valor.

      Los miembros de la Resistencia decidieron acudir por la noche, cuando estuviera todo más calmado. Ya sabían que Parrell vivía solo y que, por tanto, no encontrarían a nadie en la casa. Subieron las escaleras en silencio, sintiéndose unos ladrones. Cuando estuvieron ante la puerta de la casa de Parrell, Shail cruzó una mirada con sus amigos y giró el picaporte. La puerta debía de estar cerrada con llave, pero se abrió sin resistencia ante el mago. Los cuatro entraron en la vivienda sin hacer ruido.

      No se atrevieron a encender la luz, pero Jack había traído una linterna y, por otro lado, por las ventanas entraba bastante claridad. Recorrieron la casa hasta encontrar el despacho; entraron en él y comenzaron a curiosear por las estanterías y los archivadores. Shail encendió el ordenador y empezó a examinar los documentos más recientes.

      —Este tipo era muy desordenado –suspiró Victoria, revolviendo en un montón de papeles.

      —Puede que Kirtash lo dejara todo así cuando registró el despacho –opinó Jack.

      —No –replicó Shail, con la vista fija en la pantalla–. Te aseguro que dejó el despacho exactamente como lo encontró. Es muy cuidadoso en ese aspecto. Solo habrá hecho desaparecer lo que le conviene que no sea descubierto. El resto lo habrá dejado tal cual.

      —¿Hay algo ahí? –preguntó Jack, acercándose a Shail.

      —Nada –dijo el mago finalmente, sacudiendo la cabeza–. Es como si este tipo jamás hubiera visto un libro extraño. Kirtash también había previsto esto.

      Victoria rebuscaba entre las estanterías. Alsan se había quedado parado en medio de la estancia, inseguro. Jack sonrió. Alsan era un guerrero y un estratega. No se le daba bien entrar a hurtadillas en las casas para registrar despachos.

      —Si no hay nada en el ordenador –dijo Jack– es porque Kirtash, efectivamente, lo ha borrado todo. Pero Parrell se tuvo que traer la información a casa, en algún CD, o algo parecido. Con un poco de suerte, ese CD seguirá por aquí.

      —¿Creéis que Kirtash ya ha pensado en ello? –preguntó Victoria.

      —Kirtash tal vez no, pero la policía sí –les recordó Shail–. De todas formas, no cuesta nada mirar.

      Todos se unieron a la búsqueda, y Shail fue comprobando en el ordenador, uno por uno, todos los CDs que encontraron en el despacho. Pero fue inútil.

      Jack iba a rendirse cuando sus ojos se detuvieron en el equipo de música que había sobre una de las estanterías. Ladeó la cabeza, sopesando

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