Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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style="font-size:15px;">      Jack se acercó a la puerta delantera y se esforzó por moverse y caminar como lo hacían los otros hombres-serpiente. Aprovechó que dos de ellos volvían a entrar en el castillo para hacerlo él también.

      Uno de los szish se volvió y le dijo algo con un airado siseo. Jack se sintió aterrado al principio, hasta que se dio cuenta de que había entendido al szish perfectamente.

      Le había dicho:

      —¿Adónde crees que vas?

      Jack no supo qué responder al principio, pero enseguida se le ocurrió una idea.

      —A pedir refuerzos –respondió en el lenguaje de los szish, aquella mezcla de siseos y silbidos–. Han visto a dos intrusos en el bosque.

      —¿De verdad? –los szish cruzaron una mirada–. No me han informado.

      Pero en aquel momento llegó un cuarto hombre-serpiente.

      —Renegados –siseó–. Están atacando la entrada trasera.

      El szish que parecía ser el jefe miró a Jack.

      —Está bien –dijo–. Corre a avisar a Sosset.

      Jack asintió y entró en la fortaleza. No tenía ni idea de quién era ese tal Sosset y, desde luego, no pensaba averiguarlo.

      Sintió de pronto un soplo gélido en el alma y se pegó a la pared, a la sombra de un pilar, temblando.

      —¿Qué es lo que pasa? –oyó la voz de Kirtash, hablando en la lengua de los szish.

      —Renegados. Íbamos a...

      —No. No ibais a ninguna parte. Quiero que os quedéis aquí, vigilando esta puerta, ¿entendido?

      Jack se deslizó despacio, pegado a la pared. Kirtash estaba de espaldas a él y bastante lejos, pero el chico tenía la certeza de que, si él le miraba, ni el más perfecto disfraz de szish lograría engañarle.

      Lenta, muy lentamente, Jack se alejó de allí.

      Kirtash se dio la vuelta. Había algo que...

      Ladeó la cabeza, tratando de definir aquella molesta sensación. Había decidido vigilar él mismo la puerta principal, pero algo le decía que Jack ya había logrado entrar en el castillo. Kirtash conocía sus propias limitaciones y sabía que no tenía modo de detectar la presencia de Jack.

      ¿O sí?

      Su intuición jamás le había fallado.

      —Assazer –llamó.

      El szish acudió presuroso ante él.

      —Quedaos aquí y llamad a otro destacamento. Si entran, lo harán por esta puerta.

      El hombre-serpiente ladeó la cabeza y sus ojos brillaron con inteligencia.

      —El mago y la chica... son una maniobra de distracción, ¿es eso, señor?

      —Eso parece. No os fiéis de nadie y, sobre todo, no dejéis entrar a nadie. ¿Está claro?

      Assazer vaciló.

      —Señor...

      Kirtash se volvió hacia él.

      —... momentos antes de que llegaras ha entrado alguien. Un szish que decía que iba a avisar a Sosset de la presencia de renegados en el bosque.

      Los ojos de Kirtash se estrecharon, pero no dijo nada. Aguardó a que el hombre-serpiente siguiera hablando. Assazer y su compañero cruzaron una mirada.

      —Era un szish un tanto extraño, señor –explicó–. Nos pareció que su cuerpo despedía algo de calor.

      Kirtash no hizo ningún comentario. Silencioso como una sombra, se adentró de nuevo en el castillo, a la caza del intruso.

      Victoria alzó el báculo por encima de su cabeza. Shail lanzó un nuevo hechizo, y algunos de los szish retrocedieron, temerosos. La chica miró de reojo a su amigo. El mago parecía agotado, y ella deseó que Jack encontrase pronto a Alsan y saliese del castillo de una vez.

      Shail y Victoria estaban aguantando bien en el bosque. La vegetación impedía que los szish atacaran todos a la vez, y solo podían llegar hasta ellos en pequeños grupos. Pero los dos jóvenes escudriñaban las sombras, nerviosos, esperando al enemigo que los había llevado hasta allí.

      Sin embargo, Kirtash seguía sin aparecer.

      —¿Qué estará haciendo? –dijo Shail entre dientes–.

      ¿Por qué no viene a buscar el báculo?

      —¿Crees que se habrá dado cuenta? –susurró Victoria.

      —Por el bien de Jack, espero que no.

      Victoria no dijo nada, pero recordó la mirada de los ojos azules de Kirtash, unos ojos a los que nada parecía escapar. Y comprendió entonces que, si Kirtash no se había presentado allí todavía, era porque sabía que Jack estaba intentando entrar en el castillo. «No tiene prisa por venir a buscarme», pensó, «porque sabe que esperaremos a Jack hasta el último momento».

      Deseando estar equivocada, se puso de nuevo en guardia y se alzó junto a Shail para detener al nuevo grupo de szish que acudían a su encuentro.

      Jack vagó por los pasillos del castillo y se topó con algunos guerreros que lo saludaban sin hacerle preguntas. Había humanos y szish, y estos se le quedaban mirando con desconfianza. Jack se preguntó cuál sería el fallo de su disfraz.

      Al cabo de un rato llegó a una gran sala iluminada con antorchas de fuego azul. En el centro había una plataforma con correas; parecía una especie de instrumento de tortura, y a Jack no le gustó. Junto a aquel artefacto había una jaula que contenía el cuerpo de un lobo muerto.

      —¿Qué haces aquí?

      Jack se sobresaltó. La voz de Elrion había sonado muy cerca. El chico dio un paso atrás para camuflarse entre las sombras, por si acaso. Pero Elrion no parecía prestarle atención. Estudiaba un enorme libro apoyado en un atril con forma de cobra.

      —Yo... –tartamudeó Jack–. Buscaba a Sosset –añadió, recordando oportunamente el nombre del jefe de los hombres-serpiente.

      —¿Y qué te ha hecho pensar que lo encontrarías aquí? –gruñó el mago, de mal humor–. ¡Vuelve al sótano a vigilar a los prisioneros!

      Jack atrapó al vuelo aquella información y se dio media vuelta para marcharse. Cuando estaba en la puerta se volvió para mirar a Elrion.

      El asesino de sus padres.

      Sintió que hervía de ira, pero logró controlarse. No era la primera vez que se encontraba con Elrion desde la muerte de sus padres, pero en todas aquellas ocasiones había estado Kirtash delante y, por alguna razón, a Jack le resultaba mucho más fácil volcar su odio sobre él. Se esforzó en recordar para qué había entrado en

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