Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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y se preguntó cuánto tiempo más podría aguantar.

      Jack se detuvo en un pasillo, jadeante, y miró a su alrededor. Celdas y más celdas.

      —¿Alsan? –preguntó, vacilante.

      No hubo respuesta. Jack sabía que aún le quedaba mucho sótano por recorrer, pero no pudo evitar pensar que tal vez su amigo ya estaba muerto.

      —No –se dijo a sí mismo–. Los guardias hablaban de él como si siguiese vivo.

      Aferrado a esta esperanza, siguió caminando por los pasillos, llamando a Alsan en voz baja.

      La mayoría de las celdas estaban vacías. Jack podía imaginar por qué. Kirtash no solía hacer prisioneros. Si debía matar a alguien, lo hacía. Si lo que quería era obtener información, le bastaba con sondear su mente.

      Se asomó a un pequeño pasillo oscuro que olía fuertemente a animal. No iba a entrar, pero oyó ruidos y se internó en él para esconderse.

      Fue una mala idea. Tan pronto como entró en el corredor fue recibido con un coro de gruñidos, y se preguntó qué tipo de bestias guardarían allí, y para qué.

      Por el pasillo principal avanzaba un guardia humano. Oyó los gruñidos de los animales y se asomó, con curiosidad.

      Jack se pegó a la pared, temblando, olvidando que él todavía parecía un szish a los ojos de la mayoría de la gente. Costaba recordarlo, después de haberse enfrentado a Kirtash con la certeza de que él veía más allá del camuflaje mágico, y desde el primer momento había descubierto en él no a un temible hombre-serpiente, sino a un asustado chico de trece años.

      Entonces, de pronto, algo parecido a una zarpa surgió de entre los barrotes de un ventanuco y le agarró la cabeza, tapándole la boca. Jack jadeó y manoteó, aterrado.

      Una voz que le resultaba ligeramente conocida le dijo al oído, con una especie de gruñido animal:

      —Silencio, Jack. Soy yo.

      Jack no las tenía todas consigo, pero se quedó quieto. El guardia no llegó a verlo. Se encogió de hombros y prosiguió la ronda.

      Jack se volvió lentamente. Bajo la vacilante luz azul de las antorchas pudo ver que la garra que lo había atrapado era una extraña mezcla entre una pata animal y un brazo humano. A través de las rejas entrevió unos ojos salvajes y brillantes.

      —¿Alsan? –preguntó, vacilante.

      —Sí, chico. Abre la puerta.

      Jack vio también unos colmillos afilados, y se lo pensó.

      —Alsan, ¿qué te ha pasado?

      —Maldita sea, abre la puerta –gruñó el príncipe–. Se supone que has venido a rescatarme, ¿no? Porque, de lo contrario, no sé qué diablos haces en una mazmorra en este nido de serpientes, disfrazado de víbora.

      Jack sonrió, incómodo. Parecía Alsan, aunque no se le ocurrió pensar cómo lo había reconocido. Examinó la cerradura, y no se lo pensó mucho. Sacó a Domivat de la vaina y la descargó contra la puerta. El fuego mágico de la espada hizo saltar los goznes.

      Pero entonces sintió a Kirtash tras él, como un soplo de aire frío. Instintivamente, se apartó.

      Todo fue muy rápido. Jack se hizo a un lado, Kirtash alzó su espada, Alsan rugió y se lanzó sobre la puerta, que cedió de golpe...

      Alsan y la mujer-tigre se precipitaron sobre Kirtash. El muchacho, cogido por sorpresa, tardó un poco en reaccionar pero, cuando lo hizo, fue letal. De un solo golpe mató a la mujer-tigre. De un empujón se desembarazó de ella, y de un salto se puso en pie.

      Pero Alsan y Jack ya escapaban hacia la salida del corredor.

      Kirtash miró a la criatura híbrida que acababa de matar, Elrion se materializó en el corredor, cerca de él. Kirtash no necesitaba preguntarle dónde se había metido todo aquel tiempo. Sabía muy bien que el mago pocas veces daba la cara.

      Empujó con el pie el cuerpo de la mujer-tigre.

      —Oh –dijo solamente Elrion, al ver muerta a su creación.

      Kirtash se volvió hacia el lugar por donde habían escapado Jack y Alsan.

      —Tampoco vosotros dais la cara –murmuró.

      —¿Kirtash? –preguntó el mago, vacilante. El joven volvió a la realidad.

      —Llama a Assazer y Sosset y asegúrate de que reúnen a todos los guerreros en las salidas del castillo –ordenó–. Hay que evitar que escapen de aquí.

      Elrion asintió.

      Kirtash se quedó solo en el corredor un momento, después de que el mago se marchara. Se preguntó entonces por qué razón había aplazado tanto la búsqueda del báculo. Por muchas ganas que tuviera de acabar con Jack, debía reconocer que lo más importante seguía siendo su misión. Además...

      Recordó de pronto a Victoria. Sí, había algo en ella que le intrigaba...

      XII

      «VEN CONMIGO...»

      ¡E

      H! –dijo Victoria–. ¡Se van!

      Efectivamente; los szish se retiraban y, como si hubieran recibido una orden inaudible, volvían hacia el castillo. Victoria apoyó un pie en una rama superior y se impulsó hacia arriba para otear por encima de las hojas del árbol.

      —¿Qué ves? –preguntó Shail desde abajo.

      —Están formando una especie de cordón alrededor del castillo. Hay un pelotón de guerreros en cada puerta.

      —Eso es que ya saben que Jack está dentro, y quieren impedir que salga.

      —¡Oh, no!

      —Son buenas noticias; significa que sigue vivo, y libre. Un momento...

      Victoria advirtió el tono preocupado de las últimas palabras de Shail, y se volvió hacia él.

      —¿Qué?

      —Creo que no se han ido todos. Voy a bajar.

      —Shail, no...

      —Tú quédate aquí. Recuerda que, si Kirtash se hace con el báculo, será el fin para todos nosotros.

      Victoria asintió, sobrecogida. El mago bajó del árbol de un salto y miró a su alrededor. Una sombra se alzó ante él. Shail sonrió.

      —Por fin te atreves a luchar abiertamente –dijo.

      El otro hechicero avanzó unos pasos hacia él. La luz de la luna iluminó los rasgos de un szish.

      Shail no pudo ocultar su asombro. Ignoraba que hubiese magos entre los szish. ¿Los unicornios también entregaban sus dones a los hombres-serpiente?

      —Parecesss

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