Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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y Victoria tienen problemas –dijo–. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.

      —Eso es lo que estábamos intentado hacer, por eso has destrozado a tantos guardias –le recordó Jack–. Pero me da la sensación de que no hacemos más que dar vueltas. Además, todas las puertas están vigiladas.

      —Tengo una idea. Sígueme.

      Alsan echó a correr por el pasillo hasta que llegó a una estrecha escalera de caracol. Jack supuso que bajaría las escaleras pero, ante su sorpresa, tomó el sentido ascendente. El chico fue tras él, inquieto.

      Poco después llegaron a lo alto de un torreón. Jack respiró aliviado el aire fresco de la noche. Desde allí escudriñó las sombras del bosque por si veía señales de Victoria o de Shail, pero todo parecía tranquilo. Deseó que estuvieran bien. Mientras subían las escaleras se había dado cuenta de que su camuflaje mágico había desaparecido. Esperó que eso no significase que Shail había sido apresado... o algo peor.

      Alsan se asomó a las almenas. La altura no era nada desdeñable.

      —¿Qué tramas? –preguntó Jack, inquieto.

      Alsan no respondió. Se alejó de las almenas y se volvió hacia Jack. Antes de que este pudiera intuir cuáles eran sus intenciones, lo agarró, lo levantó en alto y se lo cargó a la espalda.

      —¡Eh! –exclamó el muchacho, sorprendido por la fuerza de Alsan, que lo había alzado con tanta facilidad como si de una pluma se tratase–. ¿Qué...?

      —Agárrate bien.

      Jack abrió la boca para protestar, pero no llegó a hacerlo. Alsan cogía carrerilla y él no tuvo más remedio que aferrarse con fuerza a él.

      Alsan corrió hacia las almenas y dio un poderoso salto, con Jack sobre su espalda. Ambos sintieron cómo sus cuerpos cortaban el aire, cómo caían a plomo al suelo...

      Alsan aterrizó de pie sobre la hierba. Algo mareado, y sin terminar de creerse lo que acababan de hacer, Jack bajó de su espalda.

      —¡Alucinante! –murmuró–. Ha sido casi como volar. El corazón se le aceleró un poco más. Volar...

      —No hay tiempo para soñar –le advirtió Alsan–. No tardarán en venir por nosotros.

      Victoria lanzó un grito de rabia, dolor e impotencia. Sintió que le fallaban las piernas y cayó de rodillas sobre la hierba, con los ojos anegados en lágrimas. Un único pensamiento le martilleaba la cabeza: «Shail está muerto... Shail está muerto... Shail ha muerto por salvarme la vida...» Apenas oyó la voz de Elrion:

      —No sé a qué estás jugando, Kirtash, pero a Ashran no le va a gustar. Si no fuera porque te conozco, creería que estás traicionando a...

      El hechicero nunca llegó a terminar aquella frase. Silencioso y letal, Kirtash se había deslizado hacia él con la espada desenvainada. Cuando Elrion descubrió el destello de la muerte en sus ojos, era demasiado tarde.

      Victoria vio caer al mago al suelo, muerto, pero eso no hizo que se sintiera mejor. Fijó su mirada en la figura de Kirtash, que se erguía de espaldas a ella, todavía con la espada en la mano.

      El hechizo se había roto. Ahora solo quedaba lugar para el odio y la sed de venganza. Con una orden silenciosa, Victoria llamó al báculo a su mano, y este obedeció.

      Cuando Kirtash se dio la vuelta, vio a Victoria armada ante él, de pie, con los ojos relampagueantes, llenos de rabia y dolor.

      —Te mataré –afirmó ella.

      Con un grito salvaje y los ojos todavía húmedos, Victoria se lanzó contra él.

      Los szish parecían inquietos, apreció Jack, pero acudían a plantar batalla por docenas. Alsan y él habían logrado alcanzar el bosquecillo; sin embargo, tenían a los hombres-serpiente pisándoles los talones.

      Alsan se detuvo de pronto.

      —Vete a buscar a Shail y a Victoria –gruñó–. Yo los entretendré.

      Jack lo miró.

      —No voy a dejarte solo otra vez.

      —Maldita sea, chico, haz lo que te digo. Hay que plantarles cara, es mejor que darles la espalda.

      Jack aún se sentía algo reticente, pero no se atrevió a contradecir a Alsan, y menos en aquellas circunstancias. Con un nudo en el estómago, dio media vuelta y se internó en el bosque.

      Victoria gritó de nuevo y descargó su báculo con todas sus fuerzas contra Kirtash. El muchacho saltó a un lado con ligereza y detuvo el golpe con su espada. Hubo un chisporroteo de luz cuando ambas armas chocaron. El Báculo de Ayshel emitía un suave resplandor palpitante, como si fuese un corazón bombeando magia. La espada de Kirtash también brillaba, con un color blanco-azulado que le daba un aspecto gélido.

      Victoria golpeó otra vez, y otra más. Kirtash se movía a su alrededor, silencioso, ágil, manejando su espada con precisión y habilidad. Si Victoria no hubiese estado tan cegada por el odio y el dolor, se habría dado cuenta de que él podría haberla matado enseguida, si hubiese querido. Pero Kirtash se limitaba a parar sus golpes, sin inmutarse, a pesar de que seguramente ya debía de saber que Victoria no estaba en condiciones de controlar el báculo, y eso implicaba que el artefacto, inflamado de magia, podía ser letal para cualquiera que lo rozase, excepto para su portadora. No parecía importarle, sin embargo. Quizá porque sabía que, a pesar de todo el empeño que ponía Victoria en golpearle, a pesar de todo su odio, jamás lograría tocarle si él no se lo permitía.

      Victoria estaba física y psicológicamente agotada, pero seguía tratando de alcanzar a Kirtash con el báculo. Solo deseaba pegar, pegar, pegar... y matar.

      A Kirtash, que seguía esquivándola y defendiéndose sin atacar.

      Finalmente, Victoria tropezó y cayó de rodillas sobre el suelo. El báculo resbaló de sus manos y ella estalló en sollozos.

      «Lo siento», oyó una voz en su mente. «Traté de evitarlo, lo sabes...» Victoria levantó la cabeza, sorprendida, y miró a su alrededor.

      Kirtash había desaparecido, pero aún percibió su voz en algún rincón de su conciencia: «Volveremos a vernos, Victoria...»

      —¡Victoria!

      Ella dio un respingo y vio, de pronto, a Jack junto a ella. Los ojos verdes del muchacho estaban llenos de preguntas, y su rostro mostraba un gesto profundamente preocupado.

      —Menos mal que estás bien –dijo, mirándola con intenso cariño–. Por un momento he tenido miedo de que...

      Jack no llegó a terminar de pronunciar aquella frase. Victoria se refugió entre sus brazos, llorando con infinita amargura. Jack, confuso y desconcertado, la abrazó con torpeza y murmuró algunas palabras de consuelo.

      Miró a su alrededor, buscando respuestas, y solo halló el cuerpo de Elrion tendido sobre la hierba.

      —¡Habéis matado al mago! –dijo, sorprendido. Victoria se separó de él y se enjugó las lágrimas.

      —Nosotros...

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