Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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se preguntó entonces cómo pensaba expulsar a la bestia del cuerpo de Alsan, pero no formuló sus dudas en voz alta.

      —Aunque no lo parezca, Victoria –prosiguió Jack, como si hubiese leído sus pensamientos–, él sigue siendo Alsan, y sé que luchará hasta el final. Mientras él esté con nosotros, la Resistencia seguirá viva.

      Victoria sacudió la cabeza.

      —Jack, hemos perdido a Shail y, por más que te empeñes, no creo que Alsan esté en condiciones de...

      —Cuando estábamos en el castillo –interrumpió él– le dije que, si decidía unirse a Ashran para buscar un remedio a... lo que quiera que le hayan hecho... le dije que yo lo entendería, que no se lo echaría en cara. ¿Y sabes qué me contestó? «Jamás». Ese es el espíritu de la Resistencia, el espíritu de Alsan, y por eso sé que sigue con nosotros aunque ahora parezca un monstruo. En el fondo sigue siendo Alsan.

      Victoria bajó la cabeza y ocultó su rostro tras una cortina de pelo, deseando que Jack no viese que se le había encendido de la vergüenza.

      Ella sí había cedido a la tentación. Había tomado la mano que Kirtash le ofrecía.

      «Oh, Shail», pensó, «ojalá estuvieras a mi lado. No sé en quién confiar ahora».

      Jack no la había creído cuando le había contado que Kirtash había tratado de impedir que Elrion los matase a ella y a Shail. Pero, de todas formas, Victoria no le había contado la extraña conversación que había mantenido con el joven asesino. Jack seguía odiando a Kirtash y, si se enterase de que Victoria había estado a punto de marcharse con él, se sentiría herido y traicionado.

      Pero Victoria sabía que, si ahora ella seguía viva y libre, era porque Kirtash había querido que así fuera. Y no solo eso: había tratado de salvarla de Elrion.

      Pero Shail se le había adelantado.

      Victoria gimió interiormente. Todo era tan confuso... Shail había quedado inconsciente tras su lucha contra el hechicero szish, pero luego había recobrado el sentido y se había levantado para interponerse entre ella y el rayo mágico de Elrion... ¿cuánto rato llevaba consciente? ¿Habría oído la conversación entre ella y Kirtash? ¿La habría visto cogiendo la mano del asesino?

      Se estremeció. «Me engañó», pensó. «Él puede controlar a la gente con sus poderes telepáticos. Me hipnotizó...»

      ¿Por qué? ¿Para qué?

      «Estaba jugando conmigo...», se dijo Victoria, abatida. «Y fui tan tonta como para dejarme engañar... porque creí ver en sus ojos...»

      ¿Qué? ¿Sinceridad? ¿Interés? ¿Afecto? ¿Ternura? Kirtash no tenía sentimientos. No podía tenerlos alguien que asesinaba de la manera en que él lo hacía.

      Sintió de pronto que Jack pasaba un brazo por sus hombros.

      —No llores, por favor –le dijo con suavidad, y fue entonces cuando Victoria fue consciente de que, en efecto, sus ojos estaban llenos de lágrimas–. Todo saldrá bien.

      —No –negó ella, levantándose bruscamente, sintiéndose sucia y mezquina por haber traicionado a la Resistencia, porque Shail había muerto por su culpa, porque no tenía valor para confiar en Jack y tampoco había tenido fuerza de voluntad suficiente para rechazar a Kirtash igual que Alsan había dicho «Jamás»–. Nada saldrá bien, Jack, ¿es que no lo ves? Digas lo que digas, hemos perdido. La Resistencia ha muerto.

      Se asustó del sonido de sus propias palabras. Sin mirar a Jack, salió corriendo de la habitación.

      Jack la encontró en el bosque, en su refugio secreto. En realidad no era secreto para nadie, pero todos sabían que, cuando se perdía allí, era mejor dejarla tranquila.

      Junto al arroyo crecía un enorme sauce llorón, el mismo bajo el cual Victoria había curado a Shail, apenas un par de semanas atrás, y la chica había dispuesto un montón de mantas entre sus grandes raíces. A menudo se acurrucaba en aquella especie de nido y dormía allí, bajo la luz de las estrellas, arrullada por el sonido del arroyo.

      Jack le había preguntado más de una vez por qué hacía eso, pero ella nunca había sabido responder. Aunque cualquier cama sería más cómoda que su extraño «campamento», la chica había descubierto que se despertaba más despejada si dormía en aquel lugar.

      Jack retiró las ramas del sauce que caían como una cortina entre él y Victoria y asomó la cabeza.

      —Toc, toc –dijo–. ¿Se puede?

      El bulto acurrucado entre las raíces del sauce alzó la cabeza, y Jack pudo ver el rostro de su amiga a la luz de las estrellas y las luciérnagas que sobrevolaban el arroyo. A pesar de su palidez y su cansancio, parecía haber algo mágico y sobrenatural en ella, o tal vez se debía al marco que la rodeaba.

      —Estás en tu casa –murmuró Victoria.

      Jack eligió una enorme rama para acomodarse sobre ella. Se tumbó cuan largo era, apoyando la espalda en el tronco del árbol.

      —Una vez, no hace mucho, traje a Shail a este mismo lugar –recordó ella–, para curarlo. Me resulta extraño pensar que él ya no está, que nunca volvería a verlo.

      Jack no respondió. También él sentía en lo más profundo la pérdida de Shail, pero no encontraba palabras para expresarlo. Victoria suspiró y lo miró.

      —Siento lo que he dicho antes –dijo. Jack negó con la cabeza.

      —No importa. Puede que tengas razón. De todas formas, siempre hemos llevado las de perder en esta lucha.

      Victoria reparó en el tono amargo de sus palabras y lo miró.

      —Te enfrentaste a Kirtash, ¿verdad?

      Jack asintió.

      —Peleamos. Tuve que salir corriendo, pero al menos planté cara.

      —También yo luché contra Kirtash. Pero lo mío no tiene mérito. Él no quería matarme.

      «Tengo que matarte, ¿lo sabías?», había dicho él. «Pero tú no deberías morir». Victoria sacudió la cabeza para olvidar aquellas desconcertantes palabras.

      —Tampoco logró llevarte con él. Debiste de defenderte como una leona.

      Victoria se encogió sobre sí misma, sintiéndose, de nuevo, muy culpable. Iba a confesarle a Jack la verdad de lo que había pasado, pero él seguía hablando:

      —Sabes, antes pensaba que Kirtash me odiaba, igual que yo le odio a él. Pero ahora creo... que no puede odiar, simplemente porque no tiene sentimientos.

      Victoria se estremeció; también ella había pensado aquello momentos antes. Pero aquel brillo en los ojos de hielo de Kirtash... Sacudió la cabeza. Jack tenía razón. Todo habían sido imaginaciones suyas, y eso la hizo sentirse aún más mezquina.

      —No luché, Jack –confesó finalmente–. No tuve fuerzas. Kirtash podría haberme llevado consigo si hubiese querido.

      Jack la miró con sorpresa.

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