Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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–dijo Ashran finalmente–. ¿Qué hay del báculo?

      —Me temo que solo la chica, Victoria, puede utilizarlo. La buscaré. Podría capturarla, pero, si me lo permites, mi señor, encuentro más práctica la idea de seguirla para que ella misma me conduzca hasta el unicornio.

      »En cuanto al muchacho, Jack, también lo buscaré y lo mataré, si esa es tu voluntad.

      El Nigromante reflexionó.

      —No –dijo finalmente–. Es más urgente encontrar al dragón y al unicornio.

      Kirtash asintió.

      —Pero –añadió su oscuro señor–, si vuelve a cruzarse en tu camino...

      —No habrá piedad –murmuró Kirtash.

      Fijó en la imagen de Ashran unos ojos fríos como cristales de hielo.

      XIV

      EL FIN DE LA RESISTENCIA

      E

      STABAN a salvo.

      Limbhad los había acogido en su seno como una madre, y su clara noche estrellada había calmado, en parte, su miedo, su frustración y su dolor.

      En parte, pero no del todo.

      Ni siquiera en aquel silencioso micromundo, donde nada parecía cambiar, donde su enemigo no podía alcanzarlos, donde todo lo sucedido no parecía haber sido más que un mal sueño, podían dejar de pensar en los que habían perdido.

      A Victoria le parecía todo tan irreal que allí mismo, sentada junto a la ventana, en camisón, acariciando a la Dama, contemplaba el jardín, esperando inconscientemente a que Shail regresara de uno de sus paseos por el bosque.

      Pero, de vez en cuando, un aullido de dolor, un grito de rabia o unos furiosos golpes sacudían toda la Casa en la Frontera, recordando a Victoria que aquello era real, muy real, y que Shail no volvería, porque estaba muerto.

      Jack entró en la habitación, y Victoria se volvió hacia él y lo miró, interrogante.

      Los dos mostraban muy mal aspecto. Victoria tenía los ojos enrojecidos de llorar. Había tenido que regresar a casa al día siguiente de su desastroso viaje a Alemania. Su abuela la había mirado a la cara y no le había permitido ir al colegio; la había obligado a meterse en la cama y había llamado al médico.

      A Victoria no le quedaban fuerzas para discutir. Estaba débil y se sentía muy cansada. El médico no había sabido decir qué le ocurría exactamente, pero le había aconsejado reposo, y ella había obedecido, sin una palabra. Sin embargo, por las noches volvía a Limbhad para ayudar a Jack.

      El muchacho estaba agotado, pálido y ojeroso porque llevaba más de cuarenta horas sin dormir. Habían encerrado a Alsan en el sótano, porque con frecuencia se enfurecía y se volvía contra lo que tenía más cerca. Lo oían aullar, gruñir, gritar y gemir a partes iguales, y Jack tenía que contenerse para no acudir junto a él. Era cierto que Alsan estaba sufriendo una espantosa agonía mientras su alma humana y el espíritu de la bestia luchaban por tomar posesión de su cuerpo; pero no era menos cierto que, si le abría la puerta, los mataría a los dos. Así que, por el momento, Alsan tendría que librar su batalla completamente solo.

      —Está peor –murmuró Jack–. Pensé que no tardaría en derrumbarse de agotamiento, y entonces podría entrar a dejarle algo de comida, pero esa cosa que lo está destrozando por dentro no lo deja en paz ni un solo momento.

      En aquel mismo instante oyeron un horrible aullido y un golpe sordo que hizo temblar toda la casa.

      —Está intentando echar la puerta abajo –dijo Victoria. Jack sacudió la cabeza con cansancio.

      —No te preocupes, la he asegurado bien. No es la primera vez que lo intenta.

      Se sentó junto a ella y hundió el rostro entre las manos con un suspiro. Victoria lo miró y tuvo ganas de abrazarlo, de consolarlo y sentirse a su vez reconfortada por su presencia. Cuando Jack levantó la cabeza con aire abatido, Victoria alzó la mano para apartar de su frente un mechón de pelo rubio que le caía sobre un ojo. Notó que su piel estaba caliente y colocó la mano sobre su frente.

      —Oye, creo que tienes algo de fiebre. Deberías descansar.

      Jack negó con la cabeza.

      —No tengo fiebre, soy así. Mi temperatura corporal es un par de grados superior a lo normal. Siempre lo ha sido, desde que era pequeño. Quizá es por eso por lo que nunca me pongo enfermo.

      —Es raro –comentó Victoria.

      —Sí. Ya sabes que hay muchas cosas en mí que son raras, y para las que no tengo ninguna explicación –murmuró Jack, sombrío–. Antes habría dado lo que fuera por comprender quién soy en realidad, pero ahora me doy cuenta de que, sencillamente, hay un precio que no estoy dispuesto a pagar. Hemos perdido a Shail, y Alsan se ha convertido en algo... que no puedo describir. Y también he estado a punto de perderte a ti, y, si eso hubiera sucedido... me habría vuelto loco –confesó, mirándola con seriedad.

      Victoria bajó la cabeza, azorada, sintiendo que el corazón le palpitaba con fuerza. Jack sacudió la cabeza, con un suspiro, y concluyó:

      —Habría dado mi vida para encontrarme a mí mismo, pero no la de mis amigos. Por desgracia, lo he comprendido demasiado tarde.

      —¿Habrías actuado de otra forma, de haberlo sabido?

      Jack se quedó pensativo.

      —No lo sé –dijo por fin–. Puede que no tuviera elección, al fin y al cabo. Hay algo que me empuja a luchar, una y otra vez. Es como si... a través de esta guerra, a través de mi espada, a través incluso de Kirtash... me descubriese a mí mismo. Tengo la sensación de que, aunque me mantuviese alejado de todo esto, acabaría por toparme con Kirtash igualmente, de una manera o de otra. Es como si estuviese... predestinado.

      Calló, confuso, y frunció el ceño. Aquellos pensamientos resultaban extraños y no acababa de comprenderlos del todo.

      —Te entiendo –suspiró Victoria, con un escalofrío–. A mí me pasa algo parecido.

      Jack la miró fijamente.

      —Y tú, ¿cómo estás? No tienes buen aspecto. Victoria apartó la mirada.

      —Sobreviviré –dijo, con un optimismo forzado; estaba muy lejos de sentirse así. La pérdida de Shail había sido un golpe del que, probablemente, jamás se recuperaría por completo.

      Otro agónico aullido de Alsan estremeció la casa. Jack alzó la cabeza, preocupado.

      —Jack –dijo Victoria–. ¿Qué vamos a hacer si Alsan no se recupera?

      Jack la miró casi con fiereza.

      —Se recuperará –afirmó–. Ni se te ocurra pensar lo contrario.

      —De acuerdo –concedió Victoria con suavidad; vaciló antes de preguntar–. ¿Y qué podemos hacer para ayudarle?

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