Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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oponente. Kirtash lo esquivó sin moverse apenas. El rayo se estrelló contra un árbol y lo partió en dos.

      Cuando Victoria quiso darse cuenta, Kirtash no estaba. Se volvió hacia todos lados, aterrada, y alzó el báculo instintivamente cuando percibió la sombra que caía sobre ella desde la niebla.

      La espada y el báculo chocaron. Saltaron chispas. Kirtash golpeó de nuevo, y Victoria volvió a interponer el báculo entre ambos. Sabía que, estando tan cerca, no debía mirar a Kirtash a los ojos, pero resultaba difícil. Sentía que él la abrasaba con la mirada... una mirada fría como el hielo.

      Kirtash retrocedió unos pasos, aún enarbolando a Haiass. No parecía en absoluto preocupado. Al contrario, actuaba con tanta tranquilidad como si aquello fuese un juego en el que solo él conocía y dictaba las reglas... que podía cambiar en cualquier momento, a su antojo.

      Y así era, comprendió Victoria enseguida. En realidad, él podría haber vencido en aquella lucha desde el principio. Tan solo estaba probando a Victoria, evaluando su habilidad, su fuerza... y el poder del Báculo de Ayshel.

      Kirtash pareció darse cuenta de la vacilación de Victoria, porque decidió poner fin al juego. De nuevo se movió con rapidez; Victoria retrocedió, tropezó y su espalda topó contra el tronco de un árbol. Haiass destelló un momento en la penumbra y, antes de que la chica pudiera entender lo que estaba sucediendo, el Báculo de Ayshel salió despedido de sus manos. Victoria lo vio caer un poco más lejos, sobre la hierba.

      Unas centésimas de segundo después, el filo de la espada de Kirtash rozaba su cuello.

      Alsan recorría el castillo aullando. Nada podía pararle. Corría más rápido, saltaba más alto, golpeaba más fuerte que nadie. Sumlaris le parecía una pluma; la espada absorbía su nueva fuerza animal y, aunque parecía encontrarla extraña a su propia naturaleza, forjada en el seno del honor, el valor y la rectitud de los caballeros de Nurgon, reconocía a su portador y obedecía sus más mínimos gestos, partiendo en dos a los szish como si fuesen de mantequilla.

      Jack iba detrás, a una prudente distancia. No temía perder de vista a Alsan. No tenía más que seguir el rastro de cadáveres destrozados a ambos lados del corredor.

      Los ojos azules de Kirtash se clavaron en los ojos oscuros de Victoria. Ella quiso girar la cabeza, pero no pudo. Se sentía atrapada por su mirada.

      El chico frunció el ceño, levemente extrañado. Victoria pudo sentir cómo la mente de Kirtash sondeaba y exploraba la suya, y quiso rebelarse, quiso resistirse, pero no fue capaz.

      Respiró hondo, aterrorizada. La espada de Kirtash aún rozaba su piel. El tronco del árbol todavía tocaba su espalda. No podía escapar. No podía hacer nada más que aguardar la muerte.

      Kirtash ladeó la cabeza. Seguía mirando a Victoria, y ella se sintió desesperada. «¿Qué hace? Si me quiere viva, ¿por qué no me lleva con él al castillo? Y, si no me necesita, ¿por qué no me ha matado ya?».

      Como si adivinase sus pensamientos, Kirtash dijo:

      —Tengo que matarte, ¿lo sabías?

      Victoria quiso hablar, pero tenía la garganta seca. Los ojos se le llenaron de lágrimas de terror.

      Pero entonces, para su sorpresa, el muchacho alzó la mano izquierda y le acarició la mejilla con los dedos, suavemente. Victoria se estremeció entera. ¿Cómo podía haber tanta dulzura en unas manos asesinas?

      Él le apartó un mechón de pelo de la cara. Seguía mirándola.

      Victoria percibió algo que relucía en el dedo de Kirtash, y vio que era un anillo, un anillo con forma de serpiente que sostenía una pequeña gema redonda, de un color indeterminado. Sacudió la cabeza para apartar la vista de aquel objeto, pero volvió a encontrarse con la fría mirada de Kirtash, y no pudo evitar que un par de lágrimas rodasen por sus mejillas. Kirtash las recogió con la punta de los dedos.

      —Por favor –susurró Victoria; la espada seguía allí, muy cerca, arañándole la piel–. Por favor, mátame o déjame marchar, pero no me hagas esto.

      Él no dijo nada. Le cogió suavemente la barbilla y le hizo alzar la cabeza. Victoria no tuvo más remedio que mirarle a los ojos.

      Aquellos ojos azules que quemaban como el hielo. Victoria sintió una mezcla de emociones contradictorias. Como si ambos fuesen dos imanes que rotaban a toda velocidad, la muchacha sentía atracción, repulsión, atracción, repulsión...

      Entonces, finalmente, Kirtash habló.

      —Pero tú no deberías morir –dijo.

      «Voy a convertirte en uno de los hombres más poderosos de ambos mundos».

      El recuerdo de las palabras de Elrion hizo que Alsan se detuviera en seco.

      Jack se paró también, mareado.

      —¿Qué pasa? –se esforzó por decir.

      Alsan no respondió, y Jack se sentó en la pared, sintiéndose muy débil. No sabía cuánto tiempo más soportaría aquella masacre. Desde que había sacado a Alsan de la celda, los pasillos parecían escenarios de una película gore.

      «... uno de los hombres más poderosos de ambos mundos...» Alsan se apoyó también contra la pared de piedra y se sentó en el suelo. Observó sus manos-zarpas cubiertas de sangre.

      «Sagrada Irial», pensó. «¿En qué me estoy convirtiendo?».

      Jack se atrevió a acercarse un poco a él.

      —¿Estás bien?

      Alsan lo miró a la cara por primera vez. Vio que, por alguna razón, su disfraz de szish se había esfumado, y volvía a parecer un chico rubio y delgado de trece años.

      Pero, por encima de todo, vio el miedo y el horror en sus ojos verdes.

      —¿Qué te han hecho? –preguntó Jack.

      —Me han convertido en un monstruo –respondió él; su voz sonó, de nuevo, como un gruñido.

      —No debería sorprenderme –murmuró Kirtash. Seguía hablando para sí mismo, seguía mirando a Victoria, seguía teniéndola acorralada contra el filo de su espada.

      —Podría dejarte marchar –dijo él.

      —Entonces, hazlo –susurró ella.

      —Si sigues en la Resistencia morirás, tarde o temprano. Lo mejor que puedes hacer es abandonar, Victoria.

      Ella no se sorprendió de que recordase su nombre. Kirtash jamás olvidaba un nombre, ni una cara.

      Tragó saliva y, casi sin darse cuenta, murmuró:

      —No voy a hacerlo.

      En los ojos de Kirtash apareció un breve destello de decepción.

      —Entonces no vuelvas a cruzarte en mi camino, criatura, porque no tendré más remedio que matarte la próxima vez.

      Victoria respiró profundamente.

      —Aunque

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