Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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exclamación.

      —¡Ay! ¡Me ha dado un calambre!

      De pronto, Victoria lo miraba de nuevo con aquella expresión cautelosa.

      —Ha reaccionado contra ti –dijo a media voz–. ¿Es que no crees en la magia?

      —¿La qué?

      —¡Victoria!

      Los dos se volvieron hacia la puerta. Allí estaba Shail, mirándolos con aire alarmado.

      —¿Qué le has contado?

      —¿Qué no le has contado tú, Shail? ¿No dijiste que ibas a hablar con él?

      Shail puso cara de circunstancias.

      —Es que... verás, él no es exactamente como nosotros. Victoria miró a Jack, sorprendida.

      —¿Entonces, por qué lo habéis traído?

      —Porque Kirtash lo atacó.

      —Pero si Kirtash lo atacó, es que es uno de nosotros.

      Jack abrió la boca para intervenir, pero una voz autoritaria irrumpió en la conversación:

      —¿Qué pasa? ¿Por qué gritáis?

      En la puerta estaba Alsan; parecía que había estado haciendo ejercicio, porque estaba desnudo de cintura para arriba, cubierto de sudor y con una toalla colgándole del hombro. Se había cruzado de brazos y los miraba, ceñudo.

      —¿Pero qué...? –soltó Jack, perplejo, mirando al recién llegado–. ¡Shail me ha dicho que no sabías hablar mi idioma!

      —Jack, él no está hablando tu idioma –trató de explicarle Shail, pacientemente–. Tú estás hablando el nuestro.

      Victoria suspiró, exasperada. Alsan se volvió hacia Shail y lo miró, exigiéndole una explicación. Shail se encogió de hombros.

      —Lo siento –intervino Victoria–, ha sido culpa mía. Le he prestado el amuleto de comunicación para entenderme con él, pero no sabía que no le habíais explicado nada...

      —Le he explicado algunas cosas –se defendió Shail–, pero compréndeme, él jamás había oído hablar de Idhún... me habría tomado por loco.

      —¿Pero es idhunita, o no? –preguntó Alsan, frunciendo aún más el entrecejo.

      —¡No lo sé! Es demasiado mayor para ser hijo de idhunitas exiliados. Pero dice que ha nacido en la Tierra. Y no me cabe en la cabeza que Kirtash se haya equivocado con él. Todo esto me desconcierta...

      —¡¡Bueno, basta ya!! –estalló Jack, cortando la discusión que se había iniciado entre los dos–. ¡Estáis todos chiflados! Me vuelvo a casa ahora mismo.

      Se separó bruscamente de Victoria y se dirigió a la puerta de la cocina, pero Alsan no se apartó. Tenía los brazos cruzados, y sus músculos resaltaban bajo el brillo del sudor.

      —Déjame pasar –dijo Jack, temblando de rabia.

      Alsan no se inmutó. Se limitó a mirarle, pensativo.

      —Déjame pasar –insistió Jack–. Quiero irme de aquí.

      Pareció que Alsan cambiaba de idea, porque se apartó para dejarle paso. Jack se alejó pasillo abajo, pero aún escuchó el reproche de Victoria:

      —Tendréis que explicárselo, ¿no? No podéis seguir ocultándoselo siempre.

      II

      LIMBHAD

      L

      A casa estaba silenciosa y oscura. Jack se sentía débil, pero quería escapar de allí, costara lo que costase. Se aferró a aquel pensamiento: escapar de allí. Si estaba ocupado haciendo algo, se distraería y no pensaría en...

      Se le revolvió el estómago de nuevo, recordando la pesadilla que había vivido aquella noche. Parpadeó para contener las lágrimas. No iba a volver a llorar, ahora no. Necesitaba tener la mente clara.

      Descubrió que el edificio tenía una arquitectura extraña: estaba conformado por un gran cuerpo central con forma redondeada, cubierto por una cúpula. A su alrededor se abrían pequeñas habitaciones que reproducían la misma forma de iglú, como medias burbujas rodeando a una media burbuja mayor. Encontró por fin la puerta principal, en forma de óvalo, que conducía a un pequeño y silencioso jardín. Pero estaba cerrada.

      Jack sacudió la aldaba, furioso y desesperado, y terminó pegándole una patada a la puerta. Se hizo daño, pero se sintió mucho mejor. Siguió explorando la casa, en busca de una manera de salir de allí.

      Logró curiosear en varias habitaciones, pero otras se las encontró cerradas con llave. Pronto descubrió que las ventanas estaban cerradas con algo parecido al cristal, pero mucho más flexible, que se abombaba si lo empujaba con el dedo. Sin embargo, no encontró la manera de abrirlas, y tampoco logró romperlas. Aquella sustancia parecía de goma, pero era tan ligera y transparente como el más fino cristal.

      Se topó con una amplia escalera de caracol que conducía al piso de arriba, y decidió subir. La escalera desembocaba ante una enorme puerta cubierta de extraños símbolos, que estaba también cerrada. A la izquierda se abría una puerta más pequeña que daba a una amplísima terraza, con forma de concha, que cubría todo un lado del edificio.

      Jack salió al exterior y cruzó la terraza para asomarse a la balaustrada, de formas suaves y ondulantes. Debajo había un jardín y, más allá, otro edificio más pequeño que reproducía la misma arquitectura de la casa principal. Estaba, sin embargo, coronado por una alta aguja que se alzaba en su centro.

      Jack parpadeó, sorprendido. Algunas de las estructuras que había visto desafiaban la lógica de la arquitectura convencional, parecían contradecir a la misma ley de la gravedad. Y, sin embargo, allí estaban, elevándose sobre el suelo, orgullosas, firmes y seguras.

      Miró hacia el horizonte. Vio un pequeño bosque, pero también distinguió los picos de una sierra detrás de los árboles. Se volvió en todas direcciones, esperando vislumbrar la claridad que denotaba la proximidad del amanecer, para orientarse de alguna manera.

      No la encontró.

      —Qué raro –murmuró para sí mismo–. ¿Por qué no se hace de día? ¿Cuánto tiempo ha pasado?

      Buscó la luna en el cielo, pero tampoco la vio. Volvió a asomarse a la balaustrada, preguntándose si podría saltar desde allí; pero finalmente cambió de idea: estaba demasiado alto, y lo único que conseguiría sería hacerse daño. Quizá lo mejor sería volver al piso inferior e intentar escapar de otra manera. Se apresuró, por tanto, a entrar de nuevo en el edificio.

      Pero, cuando volvió a pasar por delante de aquella enorme y elegante puerta, esta se abrió con un chirrido.

      Fueron apenas unos centímetros, pero Jack se sobresaltó. No había nadie cerca. Se encogió de hombros, pensando que habría sido una ráfaga de aire, y no lo dudó más: entró.

      Se

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