Inteligencia social. Daniel Goleman

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Inteligencia social - Daniel Goleman Ensayo

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que podrían traslucir esa mentira– consume una dosis extra de recursos neuronales del área prefrontal que la deja provisionalmente sin recursos para acometer otra tarea.

      Sólo las palabras pueden mentir. Pero el signo más frecuente de que alguien miente tiene que ver con la discrepancia entre sus palabras y su expresión facial, como cuando alguien nos asegura que está “muy bien” mientras el temblor de voz revela claramente la angustia que está experimentando.

      «No existe ningún detector de mentiras completamente fiable –me dijo Ekman–. Pero cualquiera puede detectar las situaciones críticas», es decir, los momentos en que las emociones de la persona no coinciden con lo que nos dice verbalmente, indicio de un esfuerzo mental adicional que requiere a gritos una consideración más detenida. Y las razones de esa discrepancia pueden ser muy diversas, desde el simple nerviosismo hasta la más desvergonzada de las mentiras.

      Los músculos faciales y la decisión de mentir se hallan controlados, respectivamente, por la vía inferior y por la vía superior. Por eso, cuando estamos contando una mentira nuestro rostro contradice lo que estamos diciendo. A fin de cuentas, la vía superior encubre, mientras que la inferior revela.

      Los circuitos de la vía inferior abren muchos caminos al puente neuronal silencioso que conecta nuestros cerebros. Son precisamente ellos los que nos ayudan a eludir los escollos que amenazan nuestras relaciones, contribuyendo a detectar también en quién podemos confiar y a quién debemos evitar… y transmitiendo contagiosamente nuestros sentimientos.

       EL AMOR, EL PODER Y LA EMPATÍA

      El poder desempeña un papel muy importante en el flujo interpersonal de la emoción. Aunque no sea posible calibrar el poder relativo de los integrantes de una pareja, siempre podemos estimarlo aproximadamente en términos prácticos diciendo que el miembro más poderoso es el que menos esfuerzo debe hacer para cambiar y aproximarse al otro.29 En el caso de una relación amorosa, el miembro más poderoso es el que más influye en el modo en que el otro le siente o se siente a sí mismo y el que más cosas tiene que decir a la hora de tomar decisiones conjuntas sobre cuestiones económicas o aspectos de la vida cotidiana como, por ejemplo, ir o no a una fiesta.

      A decir verdad, las parejas suelen repartirse tácitamente el poder y uno, por ejemplo, se ocupa de las cuestiones económicas, mientras que el otro se encarga, pongamos por caso, de la planificación de las relaciones. Por otra parte, y en lo que respecta al dominio global de las emociones, el miembro menos poderoso es el que se ve obligado a realizar los mayores ajustes internos para converger emocionalmente con el otro.

      Estos ajustes son más evidentes cuando uno de los miembros asume de manera deliberada una actitud emocionalmente neutra, como sucede en el caso de la psicoterapia. Desde la época de Freud, los psicoterapeutas han advertido que sus cuerpos reproducen las emociones que experimentan sus clientes. No es de extrañar que, cuando un cliente evoque un recuerdo doloroso o se sienta aterrado por un recuerdo traumático, al terapeuta se le hu- medezcan los ojos o experimente en su propio estómago la emergencia del miedo.

      Freud señaló que el hecho de conectar con su propio cuerpo proporciona a los psicoanalistas una ventana para asomarse al paisaje emocional de sus clientes. Mientras que la mayoría de la gente puede registrar las emociones que se expresan abiertamente, los grandes psicoterapeutas han aprendido a dar un paso más allá y conectar con matices emocionales que sus pacientes ni siquiera han permitido que aflorasen a su conciencia.30

      Casi un siglo después de que Freud descubriese esas sutilezas, los investigadores han empezado a desarrollar un método a fin de detectar los cambios fisiológicos simultáneos que ocurren de continuo durante una conversación.31 El avance vino de la mano de la aparición de nuevos métodos estadísticos y ordenadores que permiten a los científicos analizar la ingente cantidad de datos (como el ritmo cardíaco y similares) que se producen durante una determinada interacción.

      Estos estudios han puesto de relieve que, durante una discusión de pareja, el cuerpo de uno de los implicados tiende a imitar los cambios que acontecen en el otro. No creo que nadie se asombre de que la ciencia haya descubierto recientemente que, cuanto más avanza una discusión, más se exacerban los sentimientos de ira, pena y tristeza.

      Más interesante fue lo que hicieron ciertos investigadores de la relación de pareja, grabar en vídeo una discusión e invitar luego a desconocidos a que visionasen las grabaciones y conjeturasen sobre las emociones que estaba experimentando uno de los participantes.32 El hecho es que, cuando esos voluntarios esbozaron sus opiniones, su respuesta fisiológica se asemejaba a la del miembro del que se ocupaban.

      Cuanto más exacta es la imitación de la persona observada, más exacta es también la sensación de lo que esa persona está sintiendo, un efecto que resulta más patente en el caso de emociones negativas como la ira. Parece, pues, que la empatía (es decir, la capacidad de experimentar las emociones que otra persona está sintiendo) es tanto psicológica como mental y se asienta en el hecho de compartir el estado interno de la otra persona. Esta danza biológica se da cuando una persona empatiza con otra, es decir, cuando comparte sutilmente el estado fisiológico de la persona con la que está conectada.

      Las personas cuyos rostros demuestran las expresiones más intensas son también las que más exactamente juzgan los sentimientos de los demás, lo que parece derivarse del principio general que afirma que cuanto más similar sea, en un determinado momento, el estado fisiológico de dos personas, más fácilmente podrán sentir lo que el otro está experimentando.

      Cuanto mayor, pues, es la conexión con una determinada persona, más fácilmente podremos entender lo que ésta, aunque sólo sea de manera sutil, está experimentando. En tales casos, la resonancia es tal que, aunque no queramos, sus emociones son las nuestras.

      Resumiendo, por tanto, las emociones que percibimos tienen consecuencias, lo que nos proporciona una buena razón para esforzarnos en cambiarlas en una dirección positiva.

      2. LA RECETA DEL RAPPORT

      La sesión de psicoterapia está en marcha. El psiquiatra está tenso y permanece formalmente sentado en su butaca, mientras su paciente yace tumbada y abatida sobre un sofá de cuero. Es evidente que se encuentran en longitudes de onda muy diferentes.

      El psiquiatra acaba de cometer un grave error terapéutico, interpretando desafortunadamente un comentario de su paciente. Entonces se disculpa diciendo: «Sólo quería subrayar algo que creo que obstaculiza el tratamiento».

      –No… –comienza la paciente, pero el terapeuta la interrumpe de nuevo con otra interpretación y, en el momento en que está a punto de responder, vuelve a cortarla.

      Cuando finalmente logra hilvanar una frase entera, la paciente se queja de lo que se vio obligada a soportar mientras vivía con su madre –un comentario que también encierra una queja implícita hacia la actitud del terapeuta.

      Así va discurriendo la sesión como un concierto discordante de instrumentos desafinados.

      Veamos ahora lo que sucede, en otro entorno psicoterapéutico, en un momento de relación o rapport especialmente intenso.

      El paciente acaba de comentarle a su terapeuta que ayer mismo concertó con su novia la fecha de su boda. Llevaban varios meses explorando el miedo al compromiso, pero finalmente su paciente pareció haber acopiado el coraje necesario para enfrentarse al matrimonio. Por ello celebraron contentos y en silencio ese momento.

      El

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