Inteligencia social. Daniel Goleman

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Inteligencia social - Daniel Goleman Ensayo

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deliberadamente una danza en la que, cuando uno avanza, el otro retrocede.

      Las grabaciones en vídeo de estas sesiones de terapia muestran un par de cajas metálicas rectangulares apiladas a modo de los componentes de un equipo estéreo de las que salen cables que se hallan conectados a uno de los dedos del terapeuta y de la paciente y que se encargan de registrar los cambios sutiles de sus respuestas de sudoración durante toda la sesión.

      Estas sesiones se grabaron durante una investigación destinada a poner de manifiesto la danza biológica que subyace a nuestras interacciones cotidianas.1 En los vídeos de esas sesiones psicoterapéuticas, la respuesta fisiológica aparece bajo cada uno de los implicados como una línea ondulada (azul para el paciente y verde para el terapeuta) que oscila al ritmo de la emergencia y desaparición de las emociones.

      El vídeo correspondiente a la primera sesión constituye la imagen misma de la desconexión y se parece al vuelo nervioso de dos pájaros que van cada uno por su cuenta.

      En la segunda sesión, no obstante, las líneas parecen ejecutar una danza coordinada que se asemeja al vuelo de una bandada de pájaros y refleja la sintonía fisiológica que acompaña al rapport.

      Este ejemplo ilustra los sofisticados métodos empleados hoy en día para estudiar la actividad cerebral, de otro modo invisible, que subyace a nuestras relaciones interpersonales. Aunque la respuesta de sudoración pueda parecer ajena al funcionamiento cerebral, la comprensión de lo que ocurre en el sistema nervioso central nos permite aventurar los correlatos neuronales que subyacen a esa especie de tango interpersonal.

      Este estudio fue llevado a cabo por Carl Marci, psiquiatra de la Facultad de Medicina de Harvard, que llevó consigo el equipo de monitorización a la consulta de varios terapeutas voluntarios del área de Boston. Marci ha reunido a un selecto grupo de investigadores pioneros que han descubierto métodos muy ingeniosos para ir más allá del cráneo, que hasta entonces constituía una frontera infranqueable de la ciencia del cerebro. Tiempo atrás, la neurociencia sólo podía centrarse en el estudio del funcionamiento de un solo cerebro pero, en la actualidad, está en condiciones de analizar simultáneamente el funcionamiento de dos cerebros, poniendo de relieve la danza neuronal en la que se hallan implicados.

      Los datos de las investigaciones realizadas por Marci le han permitido esbozar lo que él ha denominado el «logaritmo de la empatía», es decir, una expresión matemática que expresa la interacción concreta que existe en la respuesta de sudoración de dos personas en el momento especial del rapport, en el que uno se siente comprendido por el otro.

       EL RESPLANDOR DE LA SIMPATÍA *

      Recuerdo haber experimentado este tipo de rapport cada vez que, siendo estudiante de psicología, entraba en el despacho de Robert Rosenthal, profesor de estadística de Harvard. Bob (como todo el mundo le llamaba) tenía la merecida reputación de ser el profesor más afectuoso de todo el departamento. Independientemente de nuestras razones y de la ansiedad con la que entrásemos en su despacho, todos salíamos de él con la sensación de haber sido escuchados, entendidos y siempre nos sentíamos, de un modo que me atrevería a calificar como mágico, mejor.

      Bob poseía una especial habilidad para que todo el mundo se sintiera bien y lo hacía de un modo que ni siquiera se notaba. Bien podríamos decir que su verdadera especialidad científica giraba en torno a los vínculos no verbales que establecen el rapport. Años más tarde, Bob y una colega publicaron un importante artículo subrayando los ingredientes fundamentales que convierten la relación en algo mágico, es decir, la receta del rapport.2

      El rapport sólo existe entre los seres humanos y se halla presente en cualquier relación afectuosa, comprometida y amable. Pero su importancia va mucho más allá de los momentos fugaces de bienestar porque, en tal caso, las decisiones que toman las personas implicadas –ya se trate de una pareja organizando sus vacaciones, o de un equipo de ejecutivos planificando la estrategia de la empresa– son más creativas y eficaces.3

      La sensación que acompaña al rapport es muy positiva y genera la armonía que jalona la simpatía, donde los distintos implicados experimentan la cordialidad, la comprensión y la autenticidad del otro. Aunque sólo sea de un modo provisional, se trata de una sensación que fortalece los vínculos interpersonales.

      Son tres, según Rosenthal, los ingredientes que determinan este tipo de relación: la atención, la sensación de bienestar mutua y la coordinación no verbal que, cuando se hallan simultáneamente presentes, favorecen la emergencia del rapport.4

      El primero de los ingredientes es la atención compartida. Cuando dos personas atienden a lo que el otro dice y hace, se genera una sensación de interés compartido, una atención de doble sentido que constituye una especie de adhesivo perceptual que favorece la emergencia de los mismos sentimientos.

      Uno de los indicadores del rapport es la empatía mutua, y eso era precisamente lo que experimentábamos con Bob, porque él se hallaba completamente presente y nos prestaba toda su atención. Ése es el indicador que establece la diferencia entre las relaciones simplemente relajadas y el rapport porque si bien, en el primer caso, nos sentimos a gusto, no tenemos la sensación de que la otra persona se halle conectada con nuestros sentimientos.

      Rosenthal cita un estudio en el que los sujetos del experimento se agruparon en parejas. Uno de los miembros de cada pareja, secretamente aliado con los investigadores, tenía que presentarse con un dedo herido y, en un determinado momento, parecer que volvía a lesionarse. Si, durante la supuesta lesión, el otro estaba mirando a los ojos de la supuesta víctima, se sobresaltaba e imitaba su expresión dolorida, cosa que era mucho menos probable cuando no miraba directamente aunque fuese, no obstante, consciente de su dolor.5 Y es que, cuando no prestamos una atención completa, sólo conectamos con el otro de un modo parcial y soslayamos detalles cruciales, especialmente de índole emocional. Mirar directamente a los ojos abre, pues, la puerta de acceso a la empatía. La atención, por tanto, no es más que el primero de los requisitos imprescindibles del rapport.

      El siguiente ingrediente es la sensación positiva, que se pone básicamente de manifiesto a través del tono de voz y de la expresión facial. Debemos señalar que, para el establecimiento de una sensación positiva, los mensajes no verbales son mucho más importantes que todo lo que podamos decir. Resulta sorprendente, en este sentido, cierto experimento en el que, cuando los di- rectivos proporcionaban a sus subordinados un feedback poco halagador con un tono de voz y una expresión cordial y amable, quienes recibían las críticas no dejaban, por ello, de sentirse a gusto en la relación.6

      La coordinación o sincronía constituye el tercer ingrediente fundamental de la fórmula del rapport de Rosenthal, que habitualmente discurre a través de canales no verbales tan sutiles como los movimientos corporales, el ritmo y la sincronía de la conversación. Las personas que han establecido un buen rapport se sienten bien y expresan libremente sus emociones. Sus respuestas espontáneas e inmediatas se hallan tan bien coordinadas como si estuvieran ejecutando una danza planificada de antemano. Sus ojos se cruzan con frecuencia, sus cuerpos permanecen próximos, se sientan cerca, sus narices permanecen más próximas que durante una conversación habitual y no se incomodan por la presencia de silencios.

      A falta de tal coordinación, la conversación resulta incómoda, con respuestas inoportunas y pausas embarazosas, en cuyo caso los implicados se mueven nerviosamente o se quedan paralizados, desajustes todos ellos que acaban socavando el rapport.

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