Listos para correr. T.J. Murphy

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Listos para correr - T.J.  Murphy Deportes

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desafío de romper el círculo vicioso de las lesiones crónicas.

      Es dolorosamente embarazoso hacer un recuento de las lesiones debilitadoras que se fueron apilando una sobre otra durante tantos años.

      Soy como muchos otros que corren o practican deportes en los que hay que correr: lo hago por tomar el fresco y por las ventajas para la salud. Me inspiro en las personas de 70, 80 y 90 años que se niegan a retirarse y a adquirir el estatus de meros espectadores. He visto a un hombre de 80 años acabar en menos de 17 horas un triatlón Ironman; es decir, 3,8 kilómetros de natación, 180 de carrera en bicicleta y 42 de carrera a pie. Hablé por teléfono con un triatleta alemán de 60 años que había completado un Ironman en menos de diez horas.

      Los fines de semana paseo a mi perro cerca de un campo donde multitud de atletas que rondan los 60 años juegan al fútbol; el otro día, mientras estaba en los CrossFit Games, vi un vídeo de un crossfitter que ya había cumplido los 100 años.

      Para cada vez más personas de cualquier edad y origen, ser atletas es al menos tan importante como animar a las estrellas que juegan en su equipo favorito en la liga. Me encanta ver por la tele un buen partido de fútbol americano, pero me resulta más satisfactorio participar en una carrera local como Turkey Trot que ver el Super Bowl. (Para mí, un gran domingo de Super Bowl es participar en una carrera por la mañana y luego ver el partido por la tarde.) Afirmaría que pensar en uno mismo como atleta es más vital que conseguir un bono para toda la temporada de fútbol americano.

      A lo largo de los años he hablado con decenas de antiguas personas sedentarias que sufrieron una transformación tras su primer triatlón o su primera sesión de crossfit. Un rápido ejemplo: Irene Mejía, una mujer que se ha convertido en mi amiga, pesaba 181 kilogramos cuando comenzó a practicar crossfit. Su imagen estaba a años luz de cualquier pensamiento de ser una atleta. Apenas podía caminar, por no hablar de correr.

      Ahora Irene ha recortado su peso casi a la mitad. Entrena, corre y participa en competiciones de Cross-Fit style. Como dijo de ella otro amigo mío: «Convertirse en atleta le salvó la vida».

      Correr bien forma parte integral de muchos deportes.1 Correr rápido, correr mucho y ser capaz de hacerlo sin sufrir lesiones crónicas es crucial para entrenar y competir. Tanto si correr es tu deporte, o si es clave en tu disciplina, como si corres para prepararte para otras competiciones, no cabe duda de que correr (como se explica en el capítulo 2) forma parte del ser humano, sobre todo de los seres humanos modernos que practican fútbol, baloncesto, atletismo o crossfit. Para los efectivos del ejército, la policía y los bomberos, correr (a menudo cargando peso y en circunstancias extremas) es vital para salvar vidas.

      El atletismo recreativo de fondo, por su parte, está viviendo un despegue espectacular. Según la encuesta de 2013 de National Runner Survey, la mayoría de nosotros corremos para estar sanos, divertirnos y eliminar el estrés. El ritual de correr es una forma de meditación para muchos de los treinta millones de norteamericanos identificados por Sport & Fitness Association como «corredores básicos». También es un desafío competitivo: en 2013, 541 000 personas acabaron un maratón en Estados Unidos, un país en el que hay unas 1 100 oportunidades de completar la distancia de 42 kilómetros. El gran despegue del atletismo durante la década de 1970 no ha parado hasta hoy: corren más mujeres, compiten más corredores en la categoría máster y se gasta una cantidad récord de dinero en material y equipamiento, y hay expectativas de que en los próximos años se gasten unos 4 mil millones de dólares anuales sólo en zapatillas.

      Por lo tanto, cuando las lesiones te apartan de poder correr, el golpe puede ser muy duro. Tampoco aquí difiero de los corredores norteamericanos típicos. Las encuestas y los estudios de investigación sugieren que aproximadamente tres de cada cuatro corredores sufren al año al menos una lesión asociada con correr. En el caso de los corredores que entrenan para un maratón, el 90 por ciento padece algún tipo de molestia en el proceso.

      Y no son sólo los corredores puros los que sufren este tipo de lesiones por uso excesivo. En una reciente entrevista, el doctor Nicholas Romanov, afamado científico del deporte y experto en atletismo y movimiento del ser humano, me dijo que los datos recabados en el mundo del fútbol son igualmente alarmantes. «Los jugadores invierten muchísimo tiempo refinando sus destrezas futbolísticas, pero no sus destrezas atléticas», me dijo. Y siguió relatando que, según su análisis de los futbolistas, muy pocos corren bien. El acto de correr se deja al albur, y las lesiones sobrevienen causando estragos.

      Romanov afirmó lo mismo sobre los crossfitters de élite. Aunque en la halterofilia olímpica se haga hincapié en la técnica y en los elementos pertenecientes a la gimnasia de esta disciplina, tampoco ve a muchos crossfitters que corran bien. «Tienen toda la energía posible y necesaria para correr bien –me dijo–. Pero simplemente no dedican ni un sólo pensamiento a su postura y mecánica al correr.» Esta falta de atención, añadía él, ponía incluso a los corredores más poderosos en riesgo de sufrir lesiones durante las sesiones de entrenamiento con intervalos o durante las carreras de fondo.

      En 2011 yo estaba rozando una lesión. Había decidido, simplemente, abrirme paso a toda costa pese a cualquier lesión o amago de lesión. Practiqué estiramientos, hice una rutina de ejercicios para la zona media del cuerpo y seguí la dieta más vigilante y restrictiva de las que conocía: me volví vegano. Gasté cientos de dólares en zapatillas con control de movimiento y soporte del arco plantar. Cuando las lesiones hicieron acto de presencia, opté por completar las sesiones de entrenamiento en una cinta sin fin, creyendo que, al reducir los impactos, la cosa mejoraría.

      Esa es la razón de que estuviera corriendo sobre una cinta sin fin en un hotel de Nueva York. El día antes, mientras paseaba por la ciudad, la rodilla derecha empezó a ceder al caminar. Muchos años de experiencia con lesiones causadas por correr no me habían preparado para esta extraña repetición de un maldito problema de rodilla. Daba tres o cuatro pasos y entonces la rodilla se doblaba, como si la articulación fuera un gozne y alguien a traición sacara la clavija que lo sujeta.

      Ya era suficiente problema que cada vez que mi rodilla cedía, atrajera la atención y miradas de preocupación por parte de los demás peatones.

      Esperaba que fuese un problemilla temporal y que se evaporase como un mal sueño. Pero no fue lo que ocurrió, sino que el estado de mi rodilla empeoró a medida que fue transcurriendo el día. Aquella noche gasté 70 dólares en rodilleras, bolsas de hielo y un frasco enorme de ibuprofeno en Duane Reade, una cadena neoyorquina de farmacias. Convertí la habitación del hotel en un improvisado hospital de campaña.

      Al día siguiente, me preparé para la carrera a un ritmo equivalente al 75-85 por ciento de mi frecuencia cardíaca máxima, envolviéndome la rodilla con una venda elástica de sujeción ACE y poniéndome encima la rodillera que había comprado. Ya había ingerido y digerido varios ibuprofenos, y las sustancias químicas antiinflamatorias estaban recorriendo a toda velocidad mi sistema circulatorio.

      Reprimiendo toda capacidad de juicio crítico, descubrí que si centraba mi atención en aterrizar con el pie en cierto ángulo, podía mantener a raya ese misterioso colapso de la rodilla. Esta táctica funcionó bastante bien y conseguí acabar el entrenamiento. Sentí un alivio increíble cuando me apliqué hielo sobre la rodilla después del ejercicio.

      Gracias a lo que he aprendido de Kelly, ahora sé que mi desaconsejable entrenamiento sobre la cinta sin fin fue el coste final de una larga serie de cambios: ya había llegado el momento de pagar. No correría más en 2011. A pesar de mis visitas a especialistas en medicina del deporte y a mis frenéticas intervenciones con masoterapia y antiinflamatorios, la pierna se había declarado en huelga. En mi cerebro se había activado algún mecanismo interno codificado de sabiduría evolutiva que me decía: «Tu autoridad sobre la orientación

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