Ojos de lagarto. Bernardo (Bef) Fernández

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ojos de lagarto - Bernardo (Bef) Fernández страница 11

Ojos de lagarto - Bernardo (Bef) Fernández Ficción

Скачать книгу

de Silao cuando un convoy militar se detuvo para aprovisionarse de agua y permitir que los soldados estiraran las piernas. Entre los hombres que descendieron del vagón, cubiertos de polvo y hastío, el abuelo reconoció el rostro inconfundible de su hijo mayor, Alfonso Hinojosa, quien ladraba órdenes a los soldados. El viejo corrió, como nunca lo había visto, hasta llegar con su hijo y lo agarró de la oreja como si tuviera mi edad. “Pérese, apá, ¿no ve que aquí yo soy el capitán Hinojosa?”, preguntó el tío ante la mirada divertida de sus hombres. “Usté será capitán, jijo del máis, pero yo sigo siendo su padre, desgraciado” y en ese momento lo llevó a darse de baja. Ante el sorprendido oficial, el abuelo dijo entre lágrimas: “Cuando la Patria necesitó de mis hijos me desprendí de ellos; ahora que terminó la guerra es tiempo de que al menos me devuelvan a uno”. Y el tío Alfonso se quedó en la estación de Silao, de donde había salido años antes, viendo alejarse el tren con sus hombres mientras la mirada se le nublaba por el llanto. Quisimos encargar familia desde el principio, pero tardamos varios años en que la Güera se embarazara. La gente veía con recelo a esta gringa que había escapado de su casa para venirse a casar con el doctorcito Hinojosa, que era como me conocían en el pueblo. No podían entender que la tratara como a mi igual, que juntos nos ocupáramos de las labores del consultorio y la casa y que no le gritara ni la golpeara como hacía la mayoría de los hombres con sus mujeres. Es que no comprendían que al verme reflejado en sus pupilas era como verme en un espejo. ¿Quién es capaz de golpearse a sí mismo si no es un demente? Después de curar a Sam Dreben nos mudamos a la casa de los Hinojosa, en la plaza de Silao. Ahí puse mi consulta. Una noche, después de ayudar a una vaca de doña Adelaida Fernández a parir un becerrito, volví a casa exhausto. Tras recibirme, la Güera cerró la puerta y me miró con cara de niña traviesa. Sonriendo me dijo que hacía dos meses que no tenía su menstruación. Lo hablábamos abiertamente, después de todo éramos gente de ciencia y conocimiento. Ningún pudor moralista empañaba la claridad de nuestras pláticas. “¿Dos meses?”, pregunté. Ella asintió sonriendo y yo me quebré en un llanto conmovido. Un llanto comparable sólo con lo que lloré cuando siete meses después una hemorragia durante el parto de Ary me arrancó a mi mujer, mientas ella apenas alcanzaba a murmurar que pasara lo que pasara, no dejara de llevar a Ary a conocer a sus abuelos a Vermont, allá al norte del norte, a miles de kilómetros de Silao, de la frontera mexicana y del país bárbaro que, asfixiado en sus guerras internas, impidió que Lydia Ann Smith llegara a tiempo a un hospital para recibir a Ary, un bultito de carne palpitante que lloraba en mis brazos, ensangrentado, como si a los pocos minutos de nacer supiera que su madre había muerto. Las cosas no mejoraron cuando terminó la Revolución. La salud del abuelo empeoró al tiempo que la familia se desmembraba. La abuela había muerto unos meses antes. Cuando él cerró sus ojos, mis tíos habían huido con sus familias. Para ese momento no quedaba nada que nos uniera a Silao. Papá enterró prácticamente solo al abuelo. Sólo él y yo lloramos su muerte. Un día me desperté de un sueño convulso. Ary dormía a mi lado, aún no cumplía los once años y le dije: “Vámonos”. “¿Adónde, Papá?”, le pregunté. No teníamos nada ni a nadie. Vámonos al norte. A Vermont. ¿A qué? Tengo una promesa que cumplir allá. Y tú, otros abuelos que conocer. Desde entonces huimos. De la guerra. De la muerte. Del olvido. Desde entonces recorremos los caminos, vendiendo tónicos milagrosos. Desde entonces recorremos las ciudades más prósperas, buscando incautos que quieran comprar el Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith. Bálsamo que siempre cura a un niño tullido que se llama Ary. Bálsamo que sin embargo no cura las heridas de la guerra. Ni el olvido de una madre a la que nunca conocí.

      De animales y hombres:

       páginas inéditas del diario de Carl Hagenbeck

       Bridgeport, Connecticut, 1891

      Muy poco o nada se puede agregar al mito de P. T. Barnum. Sólo podemos decir que como pocas personas, el empresario norteamericano era un personaje de una singularidad a la altura de su mito. Un showman nato, un sujeto esperpéntico, excesivo, con una sensibilidad por lo grotesco y lo monstruoso como sólo podía darse en un yanqui. Añádase a ello las aptitudes de un fiero comerciante y quizás entonces se pueda ir teniendo una idea de las dimensiones de este coloso del espectáculo.

      Conocimos a Barnum en el ámbito de los negocios. Él necesitaba un proveedor de animales para su circo. Nosotros éramos los mejores del ramo. Una alianza natural que nos unió durante años.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

iVBORw0KGgoAAAANSUhEUgAAAvwAAASwCAIAAAAIcAn1AAAAGXRFWHRTb2Z0d2FyZQBBZG9iZSBJ bWFnZVJlYWR5ccllPAAAA4ZpVFh0WE1MOmNvbS5hZG9iZS54bXAAAAAAADw/eHBhY2tldCBiZWdp bj0i77u/IiBpZD0iVzVNME1wQ2VoaUh6cmVTek5UY3prYzlkIj8+IDx4OnhtcG1ldGEgeG1sbnM6 eD0iYWRvYmU6bnM6bWV0YS8iIHg6eG1wdGs9IkFkb2JlIFhNUCBDb3JlIDUuNi1jMDE0IDc5LjE1 Njc5NywgMjAxNC8wOC8yMC0wOTo1MzowMiAgICAgICAgIj4gPHJkZjpSREYgeG1sbnM6cmRmPSJo dHRwOi8vd3d3LnczLm9yZy8xOTk5LzAyLzIyLXJkZi1zeW50YXgtbnMjIj4gPHJkZjpEZXNjcmlw dGlvbiByZGY6YWJvdXQ9IiIgeG1sbnM6eG1wTU09Imh0dHA6Ly9ucy5hZG9iZS5jb20veGFwLzEu MC9tbS8iIHhtbG5zOnN0UmVmPSJodHRwOi8vbnMuYWRvYmUuY29tL3hhcC8xLjAvc1R5cGUvUmVz b3VyY2VSZWYjIiB4bWxuczp4bXA9Imh0dHA6Ly9ucy5hZG9iZS5jb20veGFwLzEuMC8iIHhtcE1N Ok9yaWdpbmFsRG9jdW1lbnRJRD0ieG1wLmRpZDplMWMzZTRkYS1kOWMwLTRjMmYtODJiZi03ZjZh ODU4N2YwYTQiIHhtcE1NOkRvY3VtZW50SUQ9InhtcC5kaWQ6NjM3NEM5QjMzQkM2MTFFOTkyNERF NThDODA4OTZFMkUiIHhtcE1NOkluc3RhbmNlSUQ9InhtcC5paWQ6NjM3NEM5QjIzQkM2MTFFOTky NERFNThDODA4OTZFMkUiIHhtcDpDcmVhdG9yVG9vbD0iQWRvYmUgUGhvdG9zaG9wIENDIDIwMTkg KE1hY2ludG9zaCkiPiA8eG1wTU06RGVyaXZlZEZyb20gc3RSZWY6aW5zdGFuY2VJRD0ieG1wLmlp ZDo1ZTQwMTEwYy1hZjhmLTQ1ODQtYjFjZC03Y2JjMzJkZGRmMzMiIHN0UmVmOmRvY3VtZW50SUQ9 ImFkb2JlOmRvY2lkOnBob3Rvc2hvcDoyNDFjZTAyOC05NTFkLThlNDMtYmU3Mi0zZDk0NTA3MDZh YWMiLz4gPC9yZGY6RGVzY3JpcHRpb24+IDwvcmRmOlJERj4gPC94OnhtcG1ldGE+IDw/eHBhY2tl dCBlbmQ9InIiPz4rSybfABn3kElEQVR42lS965ZsyXWdFxH7lplVdQ4IiIBAafgF/MtPo7+ihwxS sn9Yw4Oi/HJ6ET+BKQHdfaryti+xveY3Y2fDhyTY6FOVuXdc1mWuuebK/89/+2/f/pf/efnls++H bVu3rfZ9/3ze13XrhzH+eVuWcYo/53Vd7o9rV7r4yWEa8l7i3+y1juOYS0kpxQ/Hf+77nnPe459K /P+cci572pa167v4i/i02+0WPzlMY/xkqnuJ3+3i//I6z6mUfa/xsTU+dhj1MF2fe33R2PVlGEtX ckp1WXPf6UvrvtVNH9IPOf4mnia+d6t1W+Njc+7K0O11nx/P+Id4i/iK+MshnjPnum3xn+uypLrl eLi++/z558fzOfZjfOZat2k8jdMYP/C4P2Jl4qXPl0uqNZ5wHE+n8/l2+1rm5e3to+51fj76oZ/n Of5+Op2e8XdfX9Pp/PH9+/lyjh+bn/e3j2/P+yMea13XYdRnLOuiD9z0oVssZtqHYdj1z2vp+2mc 4nXih6+//ChdN2obRi9vvFl8abxrrO/yePbjkGIt49fHKdZ72xYtw7bF3w7jEG8af+IbY1Xjt8pe lnm+Xr/u91vX9b/5zfd4jFjM+GEtWTzBdOrjIedljzWOz59j9YbYouU5p76L7blfb+0ZVq117PVp OpWhj404nU7x5PEr8RexEV3XxZ5qqXf9iXfRF3EM4nliN/ec4iviE+K3Sjz5MsdbxcHLu9bkcbvp HMYhjIcp+zSd4u3io+IMLLFE8ah9F2sV/z8ee3k+664V0SGMPU1lmCb+sca/LDpa7U8clD3O23OO fxqHIb463i4eOJ6NFapxxOMfYte0IlXrdzpf4hDGt8TXVb3mtD6fsW7xafGi8X/rtk6Xy1C6+P48 ailikeN7+nhNvjrORnyjtibHQZ66Tt8YHz0/4nzdY02GYYz/Gk/78ZvvsTixFHHXuviXSQunrSh6 o/jCx+OhzdKl0brq62uNe7nOcRKmLpZ33fYSHzjEx64cg/i6+K34lTh3sT56zV1XL/7ED8QJ1P7r QulQxb3Q4dFaZ67MNk6nXV9R4nXiRsQvx2GMSx3vGNczbvPOKsXTxNKx1+zCpu1OGIf4ijgwmT/6 ydjx0q3LMx4kXipudDxhfPF+PEAJcxGf1nU6Ycuc44fnMAtrvKBefN1kNOJ0xTatSxyY+DfxbrEL mU9OMiNxwVMcyGcsV5zWOGCxy+t2u36O5zPPtPfTKdY/vjQWfH7cz29vOhg6UbGY

Скачать книгу