El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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A la mañana del quinto día, el visir se vistió su traje de honor, y se presentó ante el trono del rey, y le sometió la petición de su señor rey Soleimán, aguardando respetuosamente la respuesta.
Al oír las palabras del visir, el rey quedó muy pensativo, bajó la cabeza muy inquieto y meditabundo, y permaneció largo tiempo sin saber qué contestar al enviado del poderoso rey de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán.Pues sabía por experiencia que su hija odiaba el matrimonio, y que la petición iba a ser rechazada, como ya lo habían sido otras que le habían dirigido los principales príncipes de los reinos vecinos y de todas las tierras de los alrededores.
Por fin el rey acabó por levantar la cabeza, hizo una seña al jefe de los eunucos para que se acercase, y le dijo: "Ve a buscar a tu señora la princesa Donia, preséntale los respetos del visir y los regalos que nos trae, y repítele lo que acabas de oír de su boca". Y el eunuco besó la tierra entre las manos del rey, y desapareció.
Al cabo de una hora volvió con una nariz tan larga que le llegaba a los pies, y dijo:
"¡Oh rey de los siglos y del tiempo! me he presentado ante mi ama la princesa Donia, y apenas formulé la petición, se le llenaron de ira los ojos, se incorporó, cogió una maza y corrió hacia mí para romperme la cabeza. Y me apresuré a huir a toda prisa, pero me persiguió a través de los corredores, gritando: "¡Si mi padre quiere obligarme al matrimonio, sepa que mi marido no tendrá tiempo para verme la cara, pues le mataré antes con mis propias manos, y enseguida me mataré yo!"
Al oír estas palabras del jefe de los eunucos…
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente aplazó el relato hasta el otro día.
Y CUANDO LLEGO LA 131° NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que después de estas palabras del jefe de los eunucos, el rey dijo al visir: "Acabas de oír con tus propios oídos lo que ha pasado.
Transmite, pues, mis zalemas al rey Soleimán-Schah, y repítele lo ocurrido, diciéndole que a mi hija la horroriza el matrimonio. ¡Y Alah haga que llegues a tu país con toda seguridad!"
Entonces el visir y Aziz se apresuraron a regresar a la Ciudad Verde, y a repetir al rey Soleimán-Schah lo que había ocurrido.
Esta noticia encolerizó al rey, que quiso llamar a los emires y a los lugartenientes para reunir las tropas e invadir inmediatamente las comarcas de las Islas del Alcanfor y el Cristal.
Pero el visir pidió permiso para hablar, y dijo: "¡Oh soberano! no debes proceder de ese modo, pues en realidad la culpa no la tiene el padre, sino la hija, y el impedimento procede de ella sola. Y su mismo padre está tan contrariado como todos nosotros. Ya te he repetido las terribles palabras que la princesa Donia dijo al espantado jefe de los eunucos".
Cuando el rey Soleimán-Schah hubo oído al visir, acabó por darle la razón y se asustó al pensar en las amenazas de la princesa. Y se dijo: "Aunque invadiese su país y la redujese a ella a la esclavitud, de nada nos serviría, puesto que ha jurado matarse".
Entonces mandó llamar al príncipe Diadema, y muy afligido por el disgusto que iba a darle, le puso al corriente de todo. Pero el príncipe Diadema, lejos de desesperarse, dijo firmemente: "¡Oh padre mío! no creas que voy a dejar esto en tal estado. ¡Lo juro por Alah! ¡Sett-Donia será mi esposa! Llegaré hasta ella, aunque haya de arriesgar la vida".
Y el rey dijo: "¿Pero de qué manera?"
Y respondió el príncipe: "Iré en calidad de mercader".
Y dijo el rey: "En ese caso lleva contigo al visir y a Aziz". Y en seguida mandó comprar mercaderías por valor de cien mil dinares, y que vaciasen en los sacos los tesoros encerrados en sus propios armarios. Y le dió cien mil dinares en oro, caballos, camellos, mulos y tiendas suntuosas forradas de seda y de colores admirables.
Entonces el príncipe Diadema besó las manos a su padre, se puso su ropa de viaje, fué en busca de su madre, y le besó igualmente las manos. Y su madre le dió cien mil dinares, y lloró mucho, e invocó sobre él la bendición de Alah, e hizo votos por la satisfacción de su alma y por su buen regreso entre los suyos. Y las quinientas damas de palacio, que rodeaban a la madre de Diadema, se echaron también a llorar, mirándole en silencio, con respeto y ternura.
Y el príncipe Diadema salió de la habitación de su madre, llamó a su amigo Aziz y al anciano visir, y dió la orden de marcha. Y como Aziz se echase a llorar, le preguntó el príncipe: "¿Por qué lloras, hermano Aziz?" Y éste dijo: "¡Oh hermano mío! ya sé que no puedo separarme de ti, pero ¡hace tanto tiempo que dejé a mi pobre madre! Y ahora, cuando llegue la caravana sin mí, ¿qué pensará mi madre al no verme entre los mercaderes?" El príncipe dijo:
"¡Tranquilízate, hermano Aziz! Volverás a tu tierra en cuanto quiera Alah, después de habernos facilitado los medios de conseguir nuestro objeto". Y se pusieron en camino.
Y viajaron en compañía del sabio y prudente visir que, para distraerlos y para que Diadema lo sobrellevase todo con paciencia, les contaba historias admirables. Y también Aziz recitaba a Diadema inspirados poemas, e improvisaba versos llenos de encanto, hablando del amor y de los amantes. Como éstos, entre otros mil: ¡Vengo a contaros mi locura, y cómo el amor ha podido hacerme niño, rejuveneciendo mi vida! ¡Tú a quien lloro! ¡La noche aviva en mi alma tu recuerdo! ¡La mañana brota sobre mi frente, que no ha conocido el sueño! ¡Oh! ¿Cuándo vendrá el regreso después de la ausencia?
Al cabo de un mes de viaje llegaron a la capital de las Islas del Alcanfor y el Cristal, y al entrar en el gran zoco de los mercaderes, notó el príncipe Diadema que disminuían sus preocupaciones, animándose su corazón con alegres latidos. Hicieron alto por consejo de Aziz en el gran khan, y alquilaron para ellos todos los almacenes de abajo y todas las habitaciones de arriba, mientras el visir iba a buscarles una casa de la ciudad. Colocaron los fardos en los almacenes, y después de haber descansado cuatro días, fueron a visitar a los mercaderes del gran zoco de la seda.
Y por el camino dijo el visir: "Se me ocurre una cosa para que podamos alcanzar el fin deseado". Y el príncipe contestó: "Habla como gustes, pues los ancianos tienen inspiraciones, y sobre todo cuando poseen como tú la experiencia de los negocios".
Y el visir dijo: "Mi idea es que, en vez de dejar las mercaderías encerradas en el khan, donde los parroquianos no pueden verlas abramos para ti, ¡oh príncipe! una gran tienda en el zoco de la sedería. Y tú, en calidad de mercader, te sentarás a la entrada de la tienda para vender y mostrar los géneros, mientras que Aziz estará en el fondo para darte todas las telas y desenrollarlas. Y de esta suerte, como eres tan hermoso, y como Aziz no lo es menos que tú, he aquí que la tienda llegará a ser inmediatamente la más concurrida del zoco". Y Diadema contestó:
"¡La idea es admirable!" Y vestido con un magnífico traje de gran mercader, entró en el zoco de la seda, seguido de Aziz, del visir y de sus servidores.
Cuando le vieron pasar los mercaderes, quedaron completamente deslumbrados por su belleza. Y todos dejaron de atender a