El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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"¡Da a nuestra buena madre mil dinares! ¡Y confiemos en Alah Todopoderoso!"
Y escribió en un papel las siguientes estrofas:
"! He aquí que por anhelar la noche, me amenaza Ella con el luto y la muerte, ignorando que la muerte es el reposo y que las cosas no ceden más que al señalarlo el Destino! !Por Alah! ¡ Su mano piadosa debería dirigirse hacia aquellos que consagran su amor a las muy altas y muy puras, a las que no se atreven a mirar los ojos de los humanos! ¡Oh mis deseos! ¡Mis vanos deseos! ¡No deseéis más, y dejad que mi alma se sepulte en la pasión sin esperanza! ¡Pero tu, mujer de duro corazón, no creas que ha de dominarme la tiranía! ¡Antes que sufrir una vida sin objeto y toda doliente, dejaré que mi alma vuele con mis esperanzas!"
Y con lágrimas en los ojos, entregó la carta a la vieja, diciéndole:
"Te molesto inútilmente, ¡ay de mí! ¡Comprendo de sobra que sólo me resta morir!" Y la vieja dijo:
"Abandona esos tristes presentimien. tos, y contémplate, ¡oh hermoso joven! ¿No eres el mismo sol? ¿Y no es ella la luna? ¿Cómo dudas que yo, que me he pasado toda la vida en intrigas de amor, no sepa unir vuestras hermosuras? ¡Tranquiliza tu alma, y calma las zozobras que te desconsuelan! ¡Pronto te traeré buenas noticias!"
Y dichas estas palabras, se alejó…
En este momento de su narración,
Schehrazada vïó aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 134ª NOCHE
Ella dijo:
Y dichas estas palabras, se alejó; y después de haber escondido la carta entre sus cabellos, fué a buscar a su ama. Entró en su aposento, le besó la mano, y se sentó sin decir palabra. Pero pasados unos instantes, dijo: "¡Hija mía muy amada! se me ha enredado el pelo, y ya no tengo fuerzas para trenzarlo. Te ruego que mandes a una de tus esclavas que venga a peinarme".
Pero la princesa exclamó: "¡0 mi buena Dudú! yo misma te peinaré, ya que lo has hecho tantas veces conmigo". Y la princesa deshizo las blancas trenzas de su nodriza, y se dispuso a peinarlas. Pero entonces cayó la carta sobre la alfombra.
Y la princesa, sorprendida, se apresuró a cogerla, pero la vieja exclamó: "¡Oh hija mía! dame ese papel. ¡Ha debido enredárseme entre el pelo en casa de ese mercader maldito! ¡Voy a devolvérselo inmediatamente!"
La princesa no le hizo caso, y se puso a leer su contenido. Después, frunciendo el ceño, exclamó: "¡Ah malvada Dudú! éste es uno de tus ardides. ¿Pero quién habrá enviado a ese desvergonzado mercader? ¿De qué tierra se atreverá a venir hasta mí? ¿Cómo podría mirar a ese hombre que no es de mi raza ni de mi sangre? ¡Ah Dudú! ¿No te había dicho que ese insolente cobraría más alientos con mi carta?"
Y la vieja dijo: "¡Es verdaderamente el Cheitán! ¡Su audacia es una audacia del infierno! Pero ¡oh hija y señora mía! escríbele por última vez, y salgo fiadora de que ha de someterse a tu voluntad. ¡Y si no, que sea sacrificado, y yo con él!" Entonces la princesa Donia cogió la pluma, y rítmicamente escribió estas palabras:
"¡Insensato que duermes confiadamente, cuando la desventura y el peligro se ciernen en el aire que respiras! ¿Ignoras que hay ríos cuya corriente no se puede remontar y que hay soledades que nunca pisará ningún pie humano?
Piensas tocar las estrellas de lo infinito, cuando todos los hombres unidos no podrían llegar a los primeros astros de la noche. ¿Te atreverías, aún en tus sueños a acariciar entre tus brazos la cintura de las huríes? ¡No te forjes ilusiones, oh ingenuo! ¡Cree y obedece a tu reina! ¡O si no, los cuervos del negro espanto graznarán la muerte sobre tu cabeza, y batiendo sus alas, más oscuras que la noche, girarán en torno de tu tumba!".
Después de doblar y sellar el papel, se lo entregó a la vieja, que a la mañana siguiente se apresuró a entregárselo al príncipe.
Y al leer aquellas palabras tan duras,
Diadema comprendió que la esperanza moría en su corazón, y volviéndose hacia Aziz, le dijo: "¡Oh hermano Aziz! ¿qué haremos ahora? ¡Me falta inspiración para escribirle una respuesta decisiva!" Y Aziz dijo: "¡Voy a tratar de hacerlo en tu lugar y en tu nombre!"
Y cogió un papel, y dispuso en él estas estrofas "¡Señor Dios! ¡por los Cinco Justos!
Socórreme en este exceso de mis pesares, y alivia mi corazón ensombrecido por las zozobras! ¡Conoces el secreto cuya llama me abrasa; conoces también la tiranía de la joven cruel que me niega su misericordia! ¡Inclino la cabeza y cierro los ojos pensando en la adversidad en que estoy sumido, sin esperanza alguna de redención! ¡Mi paciencia y mis energías se han acabado ya! ¡Las ha consumido el desncanto de un amor que me rechaza! ¡Oh implacable, la de la cabellera como la noche! ¡Cuán segura estás contra los golpes del Destino y contra los caprichos de la suerte, cuando así te gozas en torturar al desdichado que te llama! ¡Contempla a un desdichado que por tu belleza acaba de abandonar a su padre, su casa, su patria y los ojos de sus favoritas!"
Y Aziz tendió a Diadema el papel en que acababa de trazar esta composición rimada, y habiéndola recitado para apreciar la tonalidad de los versos, se declaró satisfechísimo, y dijo a Asís: "Es excelente tu carta!oh hermano mío!". Y la entregó a la anciana, que corrió a llevarla a la princesa.
Apenas la hubo leído la princesa, sintió estallar su ira, y exclamó: "¡Maldita Dudú de todas las calamidades! tú eres la única causante de estas humillaciones! ¡Sal pronto de aquí, si no quieres que te destrocen a latigazos mis esclavas! ¡Márchate, o te rompo los huesos con mis talones!"
Y la vieja salió corriendo, al ver que Donia se disponía efectivamente a llamar a las esclavas. Y se apresuró a ir en busca de los dos amigos, para contarles lo que había pasado.
Diadema se afectó entonces mucho, y dijo a la vieja, acariciándole la barbilla: "¡Oh buena madre! ¡Ahora se aumentan mis amarguras al ver lo que te ocurre por mi causa!"
Pero ella respondió: "Tranquilízate, ¡oh hijo mío! no desconfío, ni mucho menos, de la victoria. Porque nunca se dirá que una vez en mi vida no he podido unir a los enamorados. ¡Y esta dificultad anima mi astucia para hacerte lograr tus deseos!"
Entonces Diadema preguntó: "Pero ¿cuál es la causa que impulsa a la princesa a sentir ese horror hacia todos los hombres?" Y contestó la vieja: "Es un sueño que tuvo".
Diadema exclamó: "¿Un sueño? ¿Nada más que eso?"
Y prosiguió la vieja: "Sencillamente eso, y hételo aquí:
"Una noche, durmiendo la princesa Donia, vio en sueños a un pajarero que tendía las redes en el campo, y que después de haber echado granos de trigo alrededor, se quedaba en acecho esperando su suerte.
"Y en seguida, de todos los puntos del bosque acudieron las aves y se precipitaron sobre las redes. Entre aquellas aves que picoteaban los granos de trigo había dos palomas, macho y hembra. Y el macho mientras picoteaba, hacía la rueda alrededor de su hembra, sin advertir los lazos que le acechaban. Y en uno de sus movimientos, se le enredó una pata entre las mallas, que se apretaron y le hicieron prisionero: Y las aves, asustadas de sus aletazos, volaron