El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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Y en cuanto pudo hablar, dijo a Diadema, mirándole con ojos humedecidos por la pasión: "La tela me conviene. ¿Cuánto he de darte por ella?" Y él, inclinándose, contestó:
"Estoy pagado de sobra con la dicha de haberte conocido".
Entonces la vieja exclamó: "¡Oh joven adorable! ¡Dichosa la mujer que pueda tenderse en tu regazo y enlazar con sus brazos tu cintura! ¿Pero en dónde están las mujeres que tú mereces? ¡Por mi parte no conozco más que una!
Dime joven cervatillo, ¿cuál es tu nombre?" Y él contestó: "Me llamo Diadema".
Entonces la vieja dijo: "¡Pero si ese nombre sólo se da a los hijos de los reyes! ¿Cómo es posible que un mercader se llame Corona de los Reyes?"
Entonces Aziz, que no había hablado ni una sola palabra se apresuró a intervenir para sacar a su amigo del apuro. Y explicó a la vieja: "Es hijo único, y sus padres lo quieren tanto, que le han dado un nombre como se les da a los hijos de reyes".
Ella dijo: "¡Verdaderamente, si la Belleza hubiera de elegir un rey, escogería a Diadema! Y sabe, ¡oh Diadema! que desde este instante esta vieja es tu esclava. ¡Y Alah es fiador de mi devoción hacia tu persona!
Pronto sabrás lo que voy a hacer por ti. ¡Que Alah te proteja y te guarde de la mala suerte y de los ojos malditos!" Después cogió el precioso paquete, y se fué.
Y llegó conmovida a casa de la princesa Donia, a la que había amamantado y a la cual servía de madre. Y al entrar llevaba el envoltorio debajo del brazo, muy solemnemente. Entonces Donia le preguntó:
"¡Oh mi nodriza! ¿qué otra cosa me traes? ¡Enséñamela!" La vieja dijo: "¡Oh mi amada Donia! ¡Toma y admírate!" Y desenrolló rápidamente la tela.
Entonces Donia, brillándole los ojos de alegría, exclamó: "¡Oh mi buena Dudú! ¡oh qué vestido tan admirable! ¡Esta tela no es de nuestro país!"
Y la vieja dijo: "¡En verdad es muy hermosa! ¿Pero qué dirías si vieras al joven mercader que me la ha dado para ti? ¡Cuánta es su hermosura! ¡El portero Raduán se olvidó de cerrar las puertas del Edén para dejarle salir a fin de que alegre el hígado de las criaturas! ¡Oh mi señora! ¡cuánto desearía ver a ese joven radiante dormirse en tus pechos y…"
Pero Donia exclamó: "¡Basta! ¿Cómo te atreves a hablarme de un hombre? ¿Qué humareda obscurece tu razón? ¡Cállate, por Alah! Y dame ese vestido para examinarlo de cerca". Y cogiendo la tela, se puso a acariciarla y a plegarla sobre su cintura. Y entonces la nodriza le dijo: "¡Oh mi señora! ¡cuán hermosa estás así! ¡Pero cuán preferible es una bella pareja a la unidad! ¡Oh gentil Diadema!"Pero la princesa exclamó:
"¡Endemoniada Dudú! ¡Pérfida Dudú! ¡No me hables más de eso! Pero marcha en busca de ese mercader, y dile que si desea algo que lo pida, que mi padre se lo satisfará".
La vieja se echó a reír entonces, y dijo guiñando el ojo: "¡Un deseo! ¡Por Alah! ¿Quién no desea algo?" Y se levantó a toda prisa, y corrió a la tienda del príncipe.
Al verla llegar, sintió el príncipe que su corazón estallaba de alegría, y le cogió la mano, la hizo sentar junto a él, y le sirvió sorbetes y dulces. Entonces la vieja le dijo:
"¡Vengo a anunciarte una buena nueva! Mi señora, la princesa Donia, te saluda y te dice:
"Has honrado la ciudad con tu venida y la has iluminado. Y si tienes algún deseo que manifestar, exprésalo".
Al oír estas palabras, sintió el príncipe que su corazón volaba de alegría, y se dilató su pecho, y pensó para su alma: "El asunto va muy bien". Y dijo a la vieja: "Sólo tengo un anhelo: ¡que hagas llegar a manos de la princesa Donia una carta que voy a escribirle, y que me traigas la contestación!"
Y ella dijo: "Escucho y obedezco".
Entonces Diadema dijo a su amigo Aziz:
"¡Tráeme la escribanía de cobre, el papel y el cálamo!"
Y habiéndoselo llevado Aziz, escribió estos versos:
"; Este papel te lleva ¡Oh Altísima! Las mil cosas, las cosas diversas que he hallado en un corazón enfermo por el mal de aguardar!
"En el primer renglón, van las señales del fuego que me quema interiormente; en el segundo todo mi deseo y todo mi amor; `En el tercer renglón mi vida y mi paciencia; en el cuarto, mi ardor entero; en el quinto el extremado anhelo de mis ojos, su ansia de tu alegría; ¡Y en el sexto renglón, la petición de una cita!"
Después, en la parte de abajo, puso a manera de firma lo siguiente:
"Esta carta en versos a tu belleza es de mano del esclavo de sus grandes deseos, del prisionero en la cárcel de su dolor, del enfermo por sus tormentos, del postulante de tus miradas,
"EL MERCADER DIADEMA".
Releyó la carta, le echó arenilla, la dobló, la cerró y se la entregó a la vieja, deslizándole en la mano un bolsillo con mil dinares como pago a sus buenos servicios. Y la vieja, deseándole un buen éxito, volvió enseguida junto a su señora. Y la princesa le preguntó: "¡Oh mi buena Dudú! Cuéntame qué desea ese mercader, para pedirle a mi padre que lo satisfaga".
Y la vieja dijo: "¡Oh señora! no sé ciertamente lo que pide, pues he aquí una carta cuyo contenido ignoro". Y le entregó la carta.
Cuando la princesa la hubo leído, exclamó:
"¡Cuán desvergonzado es ese mercader! ¿Cómo se atreve el audaz a levantar los ojos hasta mí?" Y rabiosa, se golpeó la cara, y dijo: "¡Debería mandar que lo ahorcasen a la puerta de su tienda!"
Y la vieja, ingenuamente, preguntó: "¿Qué contiene de espantoso esa carta? ¿Es que reclama algún precio exorbitante por su tela?" Y la princesa dijo: "No se trata para nada de eso, sino únicamente de amor".
Y la vieja hizo como que se asombraba, exclamando: "¡Deberías contestar a su insolencia, amenazándole para que no persista!" Y la princesa dijo: "¡Tengo miedo de que esto contribuya a alentarlo!" Y la vieja repuso: "¡Lo que hará es que recobre la razón!"
Entonces ordenó la princesa: "Dame mi escribanía y mi pluma". Y escribió estos versos:
"¡Ciego de tus ilusiones, solicitas llegar al astro como si algún mortal hubiera podido alcanzar al astro de la noche!
Para abrirte los ojos, juro por la verdad de Aquél que te formó de un gusano de la tierra, y que creó desde el infinito la virginidad de los astros inmaculados, Que si te atreves a repetir tu desvergüenza, te crucificarán en un tablón cortado del tronco de algún árbol maldito! ¡Y servirás de ejemplo a los insolentes!"
Después de haber cerrado la carta, se la entregó a la vieja. Y la vieja corrió a llevársela al príncipe, que ardía de impaciencia. El príncipe se apresuró a abrir la carta, y en cuanto la hubo leído, se sintió morir de pesar, y dijo amargamente a la vieja: "Me amenaza con la muerte, pero nada me importa la vida cuando es tan penosa.