El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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Y Diadema hizo cuanto la vieja le había indicado, ocultándose en un bosquecillo por donde tenía que pasar la princesa. Esto en cuanto a él.
Pero en cuanto a la princesa Donia, he aquí lo que pasó. La vieja, mientras se paseaban, le dijo: "¡Oh señora mía! Tengo que decirte algo que contribuirá a hacerte más deliciosa la contemplación de estos hermosos árboles, estas frutas y estas flores".
Y Donia dijo:
"Estoy dispuesta a escucharte, mi buena Dudú". Y la anciana dijo: "Deberías mandar que se retirasen todas estas esclavas, para que te dejen gozar libremente de esta encantadora frescura. Son realmente una molestia para ti". Donia dijo:
"Tienes razón, nodriza". Y despidió con una seña a sus esclavas. Y así, sola con su nodriza, avanzó la princesa Donia hacia el bosquecillo en que estaba oculto el príncipe Diadema.
Y el príncipe, al verla, quedó tan sobrecogido de su hermosura, que se desmayó en el acto. Y Donia prosiguió su camino, y llegó a la sala en que había mandado pintar el visir la escena del pajarero. A petición de Dudú penetró en ella por primera vez en su vida, pues antes jamás había tenido la curiosidad de visitar aquel local, reservado a la servidumbre de palacio.
Al ver aquella pintura, la princesa Donia llegó al límite de la perplejidad, y dijo: "¡Mira, mi buena Dudú! ¡Es mi sueño de tiempo atrás, pero todo al revés! ¡Qué conmovida está mi alma!" Y apretándose el corazón, se sentó en la alfombra, y dijo: "¡Oh Dudú! ¿me habré engañado? ¿El maldito Eblis se habrá reído de mi credulidad en los sueños?"
Y la nodriza dijo: "¡Pobre hija mía! mi experiencia ya te había avisado de tu error.
Pero vámonos a pasear, ahora que desciende el sol y la frescura es más suave". Y salieron al jardín.
Y ya Diadema, vuelto en sí, se había puesto a pasear lentamente, según le había encargado Dudú, como si sólo atendiese a la belleza del paisaje.
Y al desembocar en una alameda, la princesa le vió, y entonces dijo: "¡Oh nodriza! ¡Mira qué hermoso es ese joven, qué alto, y qué gallardo! ¿Le conoces por casualidad?"
Y la vieja repuso: "No lo conozco, pero a juzgar por su apostura debe de ser hijo de algún rey. ¡Ah mi señora! ¡cuán maravilloso es en efecto!"
Y Sett-Donia repuso:
"¡Es extremadamente hermoso!" Y la vieja asintió:
"¡Extremadamente! ¡Cuán dichosa será su amada!" Y a hurtadillas hizo señas al príncipe para que saliera del jardín y regresara a su casa.
Y el príncipe así lo hizo, mientras que la princesa le seguía con la mirada, y decía a su nodriza: "¿Adviertes, ¡oh Dudú! el cambio que se ha verificado en mí? ¿Es posible que yo pueda sufrir tal turbación al ver a un hombre? ¡Comprendo que estoy enamorada, y que ahora me toca a mí solicitar el favor de tu ayuda!"
Y la vieja dijo: "¡Confunda Alah al Tentador maldito! ¡Hete aquí, ¡oh señora! cogida en sus redes! ¡Pero realmente es muy hermoso el varón que va a liberarte de ellas!" Y Donia dijo: "¡Oh Dudú, mi buena Dudú! no tienes más remedio que traerme a ese hermoso joven. ¡No lo quiero recibir más que de tus manos, mi querida nodriza! ¡Por favor, ve a buscarle! Y he aquí para ti mil dinares y un vestido de mil dinares. ¡Y si te niegas, me moriré!"
La vieja contestó: "Vuelve entonces a palacio, y déjame obrar a mi gusto, y te prometo que realizaré esa unión tan admirable".
E inmediatamente dejó a la princesa, y salió en busca del príncipe, que la recibió lleno de alegría y empezó por darle mil dinares de oro. Y la vieja le dijo: "Ha pasado tal y cual cosa". Y le contó la emoción sufrida por Donia y todo su diálogo.
Y Diadema dijo: "Pero ¿cuándo nos uniremos?" Y la vieja respondió: "¡Mañana sin falta!" Entonces Diadema le dió otro vestido y regalos por valor de mil dinares de oro, que aceptó la vieja diciéndole: "Yo misma vendré a buscarte a la hora propicia".
Y fué corriendo en busca de la princesa Donia, que la aguardaba muy impaciente, y le preguntó: "¿Qué noticias me traes, ¡oh Dudú!?" Ella dijo: "He logrado encontrar su rastro y hablarle. Mañana te lo traeré de la mano". Entonces la princesa llegó al colmo de la felicidad, y dió a su nodriza mil dinares de oro y regalos por valor de otros mil dinares. Y aquella noche durmieron los tres con el alma llena de alegría y de dulces esperanzas.
Apenas llegó la mañana, la vieja fué a casa del príncipe, que la estaba esperando. Desató un paquete que había traído, sacó de él unas ropas de mujer, y vistió con ellas al príncipe, acabando por envolverle con el gran izar, cubriéndole la cara con un velillo tupido.
Entonces dijo: "Ahora imita los movimientos de las mujeres, al andar balancea las caderas a derecha e izquierda, y camina a pasos cortos, como las jóvenes. Y sobre todo, déjame responder a mí sola a todas las preguntas de la gente, y que bajo ningún pretexto se oiga tu voz, ¡oh mercader!"
Diadema contestó entonces: "Escucho y obedezco".
Salieron los dos y echaron a andar hasta la puerta del palacio, cuyo guarda era precisamente el jefe de los eunucos en persona. Y al ver a aquella desconocida, el jefe de los eunucos preguntó a la vieja:
"¿Quién es esta joven que nunca he visto?
Has que se acerque, para que la pueda examinar, pues las órdenes son terminantes.
La he de palpar en todos sentidos, y la he de desnudar, si es preciso, porque están bajo mi responsabilidad estas esclavas nuevas. Y como a ésta no la conozco, ¡déjame que la palpe con mis manos y que la mire con mis ojos!" Pero la vieja se escandalizó, y dijo:
"¿Qué dices, ¡oh jefe de los eunucos!? ¿No sabes…
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta, según costumbre, no prolongó más su relato aquel día.
Y CUANDO LLEGO LA 135ª NOCHE
Ella dijo:
"¿Qué dices, ¡oh jefe de los eunucos!? ¿No sabes que esta esclava ha sido llamada por la princesa para utilizar su arte de bordadora?:
No sabes que es una de las bordadoras de esos admirables dibujos de la princesa?
" Pero el eunuco refunfuñó: "¡No hay bordados que valgan! ¡He de palpar a la recién venida, y examinarla por todos lados, por delante, por detrás, por arriba y por abajo!"
Al oír estas palabras, la vieja desató su furor, se plantó delante del eunuco, y dijo:
"¡Y yo que te había tenido siempre por modelo de cortesía y de buenos modales! ¿Qué te ha dado de repente? ¿Quieres que te expulsen del palacio?"
Y volviéndose hacia Diadema, le gritó:
"¡Hija mía, perdona a este jefe! ¡Son bromas