El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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encontraron en el camino a un jorobado de tan grotesca facha, que era antídoto de toda melancolía y haría reír al hombre más triste, disipando todo pesar y toda aflicción. Inmediatamente se le acercaron el sastre y su mujer, divirtiéndose tanto con sus chanzas, que le convidaron a pasar la noche en su compañía.

      El jorobado hubo de responder a esta oferta como era debido, uniéndose a ellos, y llegaron juntos a la casa. Entonces el sastre se apartó un momento para ir al zoco antes de que los comerciantes cerrasen su tienda, pues quería comprar provisiones con qué obsequiar al huésped. Compró pescado frito, pan fresco, limones, y un gran pedazo de halaua (1) para postre.

      Después volvió, puso todas estas cosas delante del jorobado, y todos se sentaron a comer.

      Mientras comían alegremente, la mujer del sastre tomó con los dedos un gran trozo de pescado, y lo metió por broma todo entero en la boca del jorobado, tapándosela con la mano para que no escupiera el pedazo, y dijo: "¡Por Alah! Tienes que tragarte ese bocado de una vez sin remedio, o si no, no te suelto".

      Entonces el jorobado, tras de muchos esfuerzos, acabó por tragarse el pedazo entero. Pero desgraciadamente para él, había decretado el Destino que en aquel bocado hubiese una enorme espina. Y esta espina se le atravesó en la garganta, ocasionándole en el acto la muerte.

      Al llegar a este punto de su relato, vió Schehrazada, hija del visir, que se acercaba la mañana, y con su habitual discreción no quiso proseguir la historia, para no abusar del permiso concedido por el rey Schahriar.

      Entonces su hermana, la joven Doniazada, le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán gentiles, cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras!" Y Schehrazada respondió: "¿Pues qué dirás la noche próxima, cuando oigas la continuación, si es que vivo aún, porque así lo disponga la voluntad de este rey lleno de buenas maneras y de cortesía?"

      Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah!

      No la mataré hasta no oír lo que falta de esta historia, que es muy sorprendente".

      Después el rey Schahriar cogió a Schehrazada entre sus brazos, y pasaron enlazados el resto de la noche, hasta que llegó la mañana. Entonces el rey se levantó y se fué a la sala de justicia.

      Enseguida entró el visir, y entraron asimismo los emires, los chambelanes y los guardias, y el diwán se llenó de gente. El rey empezó a juzgar y a despachar asuntos, dando un cargo a éste, destituyendo a aquél, sentenciando en los pleitos pendientes, y ocupando su tiempo de este modo hasta acabar el día. Terminado el diwán, el rey volvió a sus aposentos y fué en busca de Schehrazada.

      Doniazada dijo a Schehrazada: "¡Oh hermana mía! Te ruego que nos cuentes la continuación de esa historia del jorobado con el sastre y su mujer". Y Schehrazada repuso:

      "¡De todo corazón y como debido homenaje!

      Pero no sé si lo consentirá el rey". Entonces el rey se apresuró a decir: "Puedes contarla". ] Y Schehrazada dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el sastre vió morir de aquella manera al jorobado, exclamó: "¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este pobre hombre haya venido a morir precisamente entre nuestras manos!" 1 Halaua, pasta blanca hecha con aceite de sésamo, azúcar, nueces, etc., en forma de panes grandes y semiesféricos Pero la mujer replicó: "¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos versos del poeta? !Oh alma mía! ¿por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ¿Por qué te preocupas con aquello que te acarreará la pena y la zozobra? ¿.No temes al fuego, puesto que vas a sentarte en él? ¿No sabes que quien se acerca al fuego se expone a abrasarse?

      Entonces su marido le dijo: "No sé, en verdad, qué hacer". Y la mujer respondió:

      "Levántate, que entre los dos lo llevaremos, tapándole con una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de aquí, yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: "¡Es mi hijo, y ésta es su madre! Vamos buscando a un médico que lo cure. ¿En dónde hay un médico?"

      Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en brazos, y salió de la casa en seguimiento de su esposa. Y la mujer empezó a clamar: "¡Oh mi pobre hijo! ¿Podremos verte sano y salvo? ¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?" Y al oírlos, decían los transeúntes: "Son un padre y una madre que llevan a un niño enfermo de viruelas". Y se apresuraban a alejarse.

      Así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que lo llevaron a la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una negra, abrió la puerta, y vió a aquel hombre que llevaba un niño en brazos, y a la madre que lo acompañaba. Y ésta le dijo: "Traemos un niño para que lo vea el médico. Toma este dinero, un cuarto de dinar, y dáselo adelantado a tu amo, rogándole que baje a ver al niño, porque está muy enfermo".

      Volvió a subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo entrar a su marido, y le dijo: "Deja en seguida ahí el cadáver del jorobado. Y vámonos a escape". Y el sastre soltó el cadáver del jorobado dejándolo arrimado al muro, sobre un peldaño de la escalera, y se apresuró a marcharse, seguido por su mujer.

      En cuanto a la negra, entró en la casa de su amo el médico judío, y le dijo: "Ahí abajo queda un enfermo, acompañado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que recetes algo que le alivie". Y cuando el médico judío vió el cuarto de dinar, se alegró mucho y se apresuró a levantarse; pero con la prisa no se acordó de coger la luz para bajar, por eso tropezó con el jorobado, derribándolo. Y muy asustado, al ver rodar a un hombre, le examinó en seguida, y al comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su muerte. Gritó entonces: "¡Oh Señor! ¡Oh Alah justiciero! ¡Por las diez palabras santas!" Y siguió invocando a Harún, a Yuschach,( Aarón, Josué) hijo de Nun, y a los demás. Y dijo: "He aquí que acabo de tropezar con este enfermo, y le he tirado rodando por la escalera. Pero ¿cómo salgo yo ahora de casa con un cadáver?"

      De todos modos, acabó por cogerlo y llevarlo desde el patio a su habitación, donde lo mostró a su mujer, contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: "¡No, aquí no lo podemos tener! ¡Sácalo de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros hasta la salida del sol, estamos perdidos sin remedio. Vamos a llevarlo entre los dos a la azotea y desde allí lo echaremos a la casa de nuestro vecino el musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el intendente proveedor de la cocina del rey, y su casa está infestada de ratas, perros y gatos que bajan por la azotea para comerse las provisiones de aceite, manteca y harina. Por lo tanto, esos bichos no dejarán de comerse este cadáver, y lo harán desaparecer".

      Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron a la azotea, y desde allí lo hicieron descender pausadamente hasta la casa del mayordomo, dejándolo de pie contra la pared de la cocina.

      Después se alejaron, descendiendo a su casa tranquilamente.

      Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba contra la pared, cuando el intendente, que estaba ausente, regresó a su casa, abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró a un hijo de Adán de pie en un rincón, junto a la pared de la cocina. Y el intendente, sorprendidísimo, exclamó: "¿Qué es eso? ¡Por Alah! He aquí que el ladrón que acostumbraba a robar mis provisiones no era un bicho, sino un ser humano.

      Este es el que me roba la carne y la manteca, a pesar de que las guardo cuidadosamente por temor a los gatos y a los perros. Bien inútil habría sido matar a todos los perros y gatos del barrio, como pensé hacer, puesto que este individuo

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