El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El libro de las mil noches y una noche - Anonimo страница 63

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

Скачать книгу

Pero como el hombre no se movía, el intendente advirtió que estaba muerto, y entonces dijo desolado: "¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder!"

      Después añadió:

      "Malditas sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda la mala suerte que yo tengo para haber matado así a este hombre.

      Y no sé qué hacer con él". Después lo miró con mayor atención, comprobando que era jorobado. Y le dijo: "¿No te bastaba con ser jorobeta? ¿Querías también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones? ¡Oh Dios protector, ampárame con el velo de tu poder!" Y como la noche se acababa, el intendente se echó a cuestas al jorobado, salió de su casa y anduvo cargado con él, hasta que llegó a la entrada del zoco.

      Paróse entonces, colocó de pie al jorobado junto a una tienda, en la esquina de una bocacalle, y se fué.

      Al poco tiempo de estar allí el cadáver del jorobado, acertó a pasar un nazareno. Era el corredor de comercio del sultán. Y aquella noche estaba beodo. Y en tal estado iba al hammam a bañarse. Su borrachera le incitaba a las cosas más curiosas, y se decía:

      "¡Vamos, que eres casi como el Mesías!" Y marchaba haciendo eses y tambaleándose, y acabó por llegar adonde estaba el jorobado. Y entonces quiso orinar. Pero de pronto vió al jorobado delante de él, apoyado contra la pared. Y al encontrarse con aquel hombre, que seguía inmóvil, se le figuró que era un ladrón y que acaso fuese quien le había robado el turbante, pues el corredor nazareno iba sin nada a la cabeza. Entonces se abalanzó contra aquel hombre, y le dió un golpe tan violento en la nuca, que lo hizo caer al suelo. Y en seguida empezó a dar gritos llamando al guarda del zoco. Y con la excitación de su embriaguez, siguió golpeando al jorobado y quiso estrangularlo, apretándole la garganta con ambas manos.

      En este momento llegó el guarda del zoco, y vió al nazareno encima del musulmán, dándole golpes y a punto de ahogarlo. Y el guarda dijo: "¡Deja a ese hombre, y levántate!" Y el cristiano se levantó.

      Entonces el guarda del zoco se acercó al jorobado, que se hallaba tendido en el suelo, lo examinó, y vió que estaba muerto. Y gritó entonces: "¿Cuándo se ha visto que un nazareno tenga la audacia de tocar a un musulmán y de matarlo?" Y el guarda se apoderó del nazareno, le ató las manos a la espalda y le llevó a casa del walí.l Y el nazareno se lamentaba y decía: "¡Oh Mesías, oh Virgen! ¿Cómo habré podido matar a ese hombre? ¡Y qué pronto ha muerto, sólo de un puñetazo! Se me pasó la borrachera, y ahora viene la reflexión".

      Llegados a casa del walí, el nazareno y el cadáver del jorobado quedaron encerrados toda la noche, hasta que el walí se despertó por la mañana. Entonces el walí (gobernador de una provincia por delegación del sultán.) interrogó al nazareno, que no pudo negar los hechos referidos por el guarda del zoco. Y el walí no pudo hacer otra cosa que condenar a muerte a aquel nazareno que había matado a un musulmán. Y ordenó que el portaalfanje pregonara por toda la ciudad la sentencia de muerte del corredor nazareno. Luego mandó que levantasen la horca, y que llevasen a ella al sentenciado.

      Entonces se acercó el portaalfanje y preparó la cuerda, hizo el nudo corredizo, se lo pasó al nazareno por el cuello, y ya iba a tirar de él, cuando de pronto el proveedor del sultán hendió la muche dumbre y abriéndose camino hasta el nazareno que estaba de pie junto a la horca, dijo al portaalfanje:"¡Detente! ¡Yo soy quien ha matado a ese hombre! Entonces el walí le preguntó: "¿Y por qué le mataste?" Y el intendente dijo: "Vas a saberlo. Esta noche, al entrar en mi casa, advertí que se había metido en ella descolgándose por la terraza, para robarme las provisiones. Y le di un golpe en el pecho con un palo, y en seguida le vi caer muerto. Entonces le cogí a cuestas, y le traje al zoco, dejándole de pie arrimado contra una tienda en tal sitio y en tal esquina. ¡ Y he aquí que ahora, con mi silencio, iba a ser causa de que matasen a este nazareno, después de haber sido yo quien mató a un musulmán! ¡A mí, pues, hay que ahorcarme!"

      Cuando el walí hubo oído las palabras del proveedor, dispuso que soltasen al nazareno, y dijo al portaalfanje: "Ahora mismo ahorcarás a este hombre, que acaba de confesar su delito".

      Entonces el portaalfanje cogió la cuerda que había pasado por el cuello del cristiano y rodeó con ella el cuello del proveedor, lo llevó junto al patíbulo, y lo iba a levantar en el aire, cuando de pronto el médico judío atravesó la muchedumbre, y dijo a voces al portaalfanje:

      "¡Aguardad! ¡El único culpable soy yo!" Y después contó así la cosa: " Sabed todos que este hombre me vino a buscar para consultarme, a fin de que lo curara. Y cuando yo bajaba la escalera para verle, como era de noche, tropecé con él y rodó hasta lo último de la escalera, convirtiéndose en un cuerpo sin alma. De modo que no deben matar al proveedor, sino a mí solamente".

      Entonces el walí dispuso la muerte del médico judío. Y el portaalfanje quitó la cuerda del cuello del proveedor, y la echó al cuello del médico judío, cuando se vió llegar al sastre, que atropellando a todo el mundo, dijo:

      "¡Detente! Yo soy quien lo maté. Y he aquí lo que ocurrió. Salí ayer de paseo y regresaba a mi casa al anochecer. En el camino encontré a este jorobado, que estaba borracho y muy divertido, pues llevaba en la mano una pandereta y se acompañaba con ella cantando de una manera chistosísima.

      Me detuve para contemplarle y divertirme, y tanto me regocijó, que lo convidé a comer en mi casa. Y compré pescado entre otras cosas, y cuando estábamos comiendo, tomó mi mujer un trozo de pescado, que colocó en otro de pan, y se lo metió todo en la boca a este hombre, y el bocado le ahogó, muriendo en el acto. Entonces lo cogimos entre mi mujer y yo y lo llevamos a casa del médico judío. Bajó a abrirnos una negra, y yo le dije lo que le dije. Después le di un cuarto de dinar para su amo. Y mientras ella subía, agarré en seguida al jorobado y lo puse de pie contra el muro de la escalera, y yo y mi mujer nos fuimos a escape. Entretanto, bajó el médico judío para ver al enfermo; pero tropezó con el jorobado, que cayó en tierra, y el judío creyó que lo había matado él".

      En este momento, el sastre se volvió hacia el médico judío y le dijo: "¿No fué así?" El médico repuso: "¡Esa es la verdad!" Entonces el sastre, dirigiéndose al walí, exclamó:

      "¡Hay, pues, que soltar al judío y ahorcarme a mí!"

      El walí, prodigiosamente asombrado, dijo entonces: "En verdad que esta historia merece escribirse en los anales y en los libros". Después mandó al portaalfanje que soltase al judío y ahorcase al sastre, que se había declarado culpable.

      Entonces el portaalfanje llevó al sastre junto a la horca, le echó la soga al cuello y dijo: "¡Esta vez va de veras! ¡Ya no habrá ningún otro cambio!" Y agarró la cuerda. ¡He aquí todo por el momento!

      En cuanto al jorobado, no era otro que el bufón del sultán, que ni una hora podía separarse de él. Y el jorobado, después de emborracharse aquella noche, se escapó de palacio, permaneciendo ausente toda la noche. Y al otro día, cuando el sultán preguntó por él, le dijeron: "¡Oh señor, el walí te dirá que el jorobado ha muerto, y que su matador iba a ser ahorcado! Por eso el walí había mandado ahorcar al matador, y el verdugo se preparaba a ejecutarle, pero entonces se presentó un segundo individuo, y luego un tercero, diciendo todos: "¡Yo soy el único que ha matado al jorobado!" Y cada cual contó al walí la causa de la muerte".

      El sultán, sin querer escuchar más, llamó a un chambelán y le dijo: "Baja en seguida en busca del walí y ordénale que traiga a toda esa gente que está junto a la horca".

      Y el chambelán bajó, y llegó junto al patíbulo, precisamente cuando el verdugo iba a ejecutar al sastre. Y el chambelán gritó:

      "¡Detente!"

Скачать книгу