El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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con agua de rosas y almizcle, y nos sentamos para departir.

      Entonces ella empezó a contarme sus penas, y yo hice lo mismo. Y con esto me enamoré todavía más.

      Y

      en seguida empezamos con mimos y juegos, y nos estuvimos besando y haciéndonos mil caricias, hasta que anocheció. Pero no sería de ninguna utilidad detallarlos. Después nos fuimos al lecho, y permanecimos enlazados hasta la mañana. Y lo demás, con sus pormenores, pertenece al misterio.

      A la mañana siguiente me levanté, puse disimuladamente debajo de la almohada el bolsillo con los cincuenta dinares de oro, me despedí de la joven, y me dispuse a salir.

      Pero ella se echó a llorar, y me dijo: "¡Oh dueño mío! ¿cuándo volveré a ver tu hermoso rostro?" Y yo le dije: "Volveré esta misma noche".

      Y al salir encontré a la puerta al borrico que me condujo la víspera, y allí estaba también el burrero esperándome. Monté en el burro, y llegué al khan Serur, donde hube de apearme, y dando medio dinar de oro al burrero, le dije: "Vuelve aquí al anochecer". Y me contestó: "Tus órdenes están sobre mi cabeza". Entré entonces en el khan y almorcé. Después salí para recoger de casa de los mercaderes el importe de mis géneros.

      Cobré las cantidades, regresé a casa, dispuse que preparasen un carnero asado, compré dulces, y llamé a un mandadero, al cual di las señas de la casa de la joven, pagándole por adelantado y ordenándole que llevara todas aquellas cosas. Y yo seguí ocupado en mis negocios hasta la noche, y cuando vino a buscarme el burrero, cogí cincuenta dinares de oro, que guardé en un pañuelo, y salí.

      Al entrar en la casa pude ver que todo lo habían limpiado, lavado el suelo, brillante la batería de cocina, preparados los candelabros, encendidos los faroles, prontos los manjares y escanciados los vinos y demás bebidas. Y ella, al verme, se echó en mis brazos, y acariciándome me dijo: "¡Por Alah! ¡Cuánto te deseo!" Y después nos pusimos a comer avellanas y nueces hasta media noche.

      Entonces nos enlazamos hasta por la mañana. Y me levanté, puse los cincuenta dinares de oro en el sitio de costumbre, y me fuí.

      Monté en el borrico, me dirigí al khan, y allí estuve durmiendo. Al anochecer me levanté y dispuse que el cocinero del khan preparase la comida: un plato de arroz saltado con manteca y aderezado con nueces y almendras, y otro plato de cotufas fritas, con varias cosas más. Luego compré flores, frutas y varias clases de almendras, y las envié a casa de mi amada. Y cogiendo cincuenta dinares de oro, los puse en un pañuelo y salí. Y aquella noche me sucedió con la joven lo que estaba escrito que sucediese.

      Y siguiendo de este modo acabé por arruinarme en absoluto, y ya no poseía un dinar, ni siquiera un dracma. Entonces dije para mí que todo ello había sido obra del Cheitán. Y recité las siguientes estrofas: !Si la fortuna abandonase al rico, lo vereis empobrecerse y extinguirse sin Gloria, como el sol que amarillea al ponerse! ¡Y al desaparecer, su recuerdo se borra para siempre de todas las memorias! ¡Y si vuelve algún día,la suerte no le sonreirá nunca! ¡Ha de darle vergüenza presentarse en las calles! ¡Y a solas consigo mismo, derramará todas las lágrimas de sus ojos! ¡Oh Alah! ¡El hombre nada puede esperar de sus amigos, porque si cae en la miseria, hasta sus parientes renegarán de él!

      Y no sabiendo qué hacer, dominado por tristes pensamientos, salí del khan para pasear un poco, y llegué a la plaza de Bain AlKasraín, cerca de la puerta de Zauilat. Allí vi un gentío enorme que llenaba toda la plaza, por ser día de fiesta y de feria. Me confundí entre la muchedumbre, y por decreto del Destino hallé a mi lado un jinete muy bien vestido.

      Como la gente aumentaba, me apretaron contra él, y precisamente mi mano se encontró pegada a su bolsillo, y noté que el bolsillo contenía un paquetito redondo.

      Entonces metí rápidamente la mano y saqué el paquetito; pero no tuve bastante destreza para que él no lo notase. Porque el jinete comprobó por la disminución de peso que le había vaciado el bolsillo. Volvióse iracundo, blandiendo la maza de armas, y me asestó un golpazo en la cabeza. Caí al suelo, y me rodeó un corro de personas, algunas de las cuales impidieron que se repitiera la agresión cogiendo al caballo de la brida y diciendo al jinete: "¿No te da vergüenza aprovecharte de las apreturas para pegar a un hombre indefenso?" Pero él dijo: "¡Sabed todos que ese individuo es un ladrón!"

      En aquel momento volví en mí del desmayo en que me encontraba, y oí que la gente decía: "¡No puede ser! Este joven tiene sobrada distinción para dedicarse al robo". Y todos discutían si yo habría o no robado, y cada vez era mayor la disputa. Hube de verme al fin arrastrado por la muchedumbre, y quizá habría podido escapar de aquel jinete, que no quería soltarme, cuando, por decreto del Destino, acertaron a pasar por allí el walí y su guardia, que atravesando la puerta de Zauilat, se aproximaron al grupo en que nos encontrábamos. Y el walí preguntó: "¿Qué es lo que pasa?" Y contestó el jinete: "¡Por Alah! ¡Oh Emir! He aquí a un ladrón. Llevaba yo un bolsillo azul con veinte dinares de oro, y entre las apreturas ha encontrado manera de quitármelo". Y el walí preguntó al jinete:

      "¿Tienes algún testigo?" Y el jinete contestó:

      "No tengo ninguno". Entonces el walí llamó al mokadem, jefe de policía, y le dijo:

      "Apodérate de ese hombre y regístralo". Y el mokadem me echó mano, porque ya no me protegía Alah, y me despojó de toda la ropa, acabando por encontrar el bolsillo, que era efectivamente de seda azul. El walí lo cogió y contó el dinero, resultando que contenía exactamente los veinte dinares de oro, según el jinete había afirmado.

      Entonces el walí llamó a sus guardias, y les dijo: "Traed acá a ese hombre". Y me pusieron en sus manos, y me dijo: "Es necesario declarar la verdad. Dime si confiesas haber robado este bolsillo". Y yo, avergonzado, bajé la cabeza y reflexioné un momento diciendo entre mí: "Si digo que no he sido yo no me creerán, pues acaban de encontrarme el bolsillo encima, y si digo que lo he robado, me pierdo". Pero acabé por decidirme, y contesté: "Sí, lo he robado".

      Al oírme quedó sorprendido el walí, y llamó a los testigos, para que oyesen mis palabras, mandándome que las repitiese ante ellos. Y ocurrió todo aquello en la Bab Zauilat.

      El walí mandó entonces al portaalfanje que me cortase la mano, según la ley contra los ladrones.

      Y

      el portaalfanje me cortó inmediatamente la mano derecha. Y el jinete se compadeció de mí e intercedió con el walí para que no me cortasen la otra mano. Y el walí le concedió esa gracia y se alejó. Y la gente me tuvo lástima, y me dieron un vaso de vino para infundirme alientos, pues había perdido mucha sangre, y me hallaba muy débil. En cuanto al jinete, se acercó a mí, me alargó el bolsillo y me lo puso en la mano, diciendo: "Eres un joven bien educado, y no se hizo para ti el oficio de ladrón". Y dicho esto se alejó, después de haberme obligado a aceptar el bolsillo. Y yo me marché también, envolviéndome el brazo con un pañuelo y tapándolo con la manga del ropón. Y me había quedado muy pálido y muy triste a consecuencia de lo ocurrido.

      Sin darme cuenta me fui hacia la casa de mi amiga. Y al llegar, me tendí extenuado en el lecho. Pero ella, al ver mi palidez y mi decaimiento, me dijo: "¿Qué te pasa? ¿Cómo estás tan pálido?" Y yo contesté: "Me duele mucho la cabeza; no me encuentro bien".

      Entonces, muy entristecida, me dijo: "¡Oh dueño mío! ¡no me abrases el corazón!

      Levanta un poco la cabeza hacia mí, te lo ruego, ¡ojo de mi vida! y dime lo que te ha ocurrido. Porque adivino en tu rostro muchas cosas". Pero yo dije: "¡Por favor! Ahórrame la pena de contestarte".

      Ella,

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