El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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y al proveedor, mandando transportar también el cuerpo del jorobado, y con todos ellos marchó en busca del sultán.

      Cuando el walí se presentó entre las manos del rey, se inclinó y besó la tierra, y refirió toda la historia del jorobado, con todos sus pormenores, desde el principio hasta el fin. Pero es inútil repetirla.

      El sultán, al oír tal historia, se maravilló mucho y llegó al límite más extremo de la hilaridad. Después mandó a los escribas de palacio que escribieran esta historia con agua de oro. Y luego preguntó a todos los presentes: "Habéis oído alguna vez historia semejante a la del jorobado?"

      Entonces el corredor nazareno avanzó un paso, besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: "¡Oh rey de los siglos y del tiempo! Sé una historia mucho más asombrosa que nuestra aventura con el jorobado. La referiré, si me das tu venia, porque es mucho más sorprendente, más extraña y más deliciosa que la del jorobado".

      Y dijo el rey: "¡Ciertamente! Desembucha lo que hayas de decir para que lo oigamos".

      Entonces el corredor nazareno dijo:

       RELATO DEL CORREDOR NAZARENO

      "Sabe, i oh rey del tiempo! que vine a este país para un asunto comercial. Soy un extranjero a quien el Destino encaminó a tu reino. Porque yo nací en la ciudad de El Cairo y soy copto entre los coptos. Y es igualmente cierto que me crié en El Cairo, y en aquella ciudad fué corredor mi padre antes que yo.

      Cuando murió mi padre ya había llegado yo a la edad de hombre. Y por eso fui corredor como él, pues contaba con toda clase de cualidades para este oficio, que es la especialidad entre nosotros los coptos.

      Pero un día entre los días, estaba yo sentado a la puerta del Khan de los acreedores de granos, y vi pasar a un joven, como la luna llena, vestido con el más suntuoso traje y montado en un borrico blanco ensillado con una silla roja. Cuando me vió este joven me saludó, y yo me levanté por consideración hacia él. Sacó entonces un pañuelo que contenía una muestra de sésamo, y me preguntó:

      "¿Cuánto vale el ardeb (irdab, medida de capacidad actual) de esta clase de sésamo?"

      Y yo le dije: "Vale cien dracmas". Entonces me contestó: "Avisa a los medidores de granos y ve con ellos al khan AlGaonali, en el barrio de Bab AlNassr; allí me encontrarás". Y se alejó, después de darme el pañuelo que contenía la muestra de sésamo.

      Entonces me dirigí a todos los mercaderes de granos y les enseñé la muestra que yo había justipreciado en cien dracmas. Y los mercaderes la tasaron en ciento veinte dracmas por ardeb. Entonces me alegré sobremanera, y haciéndome acompañar de cuatro medidores, fui en busca del joven, que, efectivamente, me aguardaba en el khan. Y al verme, corrió a mi encuentro y me condujo a un almacén donde estaba el grano, y los medidores llenaron sus sacos, y lo pesaron todo, que ascendió en total a cincuenta medidas en ardebs. Y el joven me dijo: "Te corresponden por comisión diez dracmas por cada arbed que se venda a cien dracmas. Pero has de cobrar en mi nombre todo el dinero, y lo guardarás cuidadosamente en tu casa, hasta que lo reclame. Como su precio total es cinco mil dracmas, te quedarás con quinientos, guardando para mí cuatro mil quinientos. En cuanto despache mis negocios, iré a buscarte para recoger esa cantidad". Entonces yo le contesté: "Escucho y obedezco". Después le besé las manos y me fuí.

      Y efectivamente, aquel día gané mil dracmas de corretaje, quinientos del vendedor y quinientos de los compradores, de modo que me correspondió el veinte por ciento, según la costumbre de los corredores egipcios.

      En cuanto al joven, después de un mes de ausencia, vino a verme y me dijo: "¿Dónde están los dracmas?" Y le contesté en seguida:

      "A tu disposición; hételos aquí metidos en ese saco". Pero él me dijo: "Sigue guardándolos algún tiempo, hasta que yo venga a buscarlos". Y se fué y estuvo ausente otro mes, y regresó y me dijo "¿Dónde están los dracmas?" Entonces yo me levanté, le saludé y le dije: "Ahí están a tu disposición. Hételos aquí". Después añadí: "¿Y ahora quieres honrar mi casa viniendo a comer conmigo un plato o dos, o tres o cuatro?" Pero se negó y me dijo: "Sigue guardando el dinero, hasta que venga a reclamártelo, después de haber despachado algunos negocios urgentes". Y se marchó. Y yo guardé cuidadosamente el dinero que le pertenecía, y esperé su regreso.

      Volvió al cabo de un mes, y me dijo: "Esta noche pasaré por aquí y recogeré el dinero".

      Y le preparé los fondos; pero aunque le estuve aguardando toda la noche y varios días consecutivos no volvió hasta pasado un mes, mientras yo decía para mí: "¡Qué confiado es ese joven! En toda mi vida, desde que soy corredor en los khanes y los zocos, he visto confianza como esta". Se me acercó y le vi, como siempre, en su borrico, con suntuoso traje; y era tan hermoso como la luna llena, y tenía el rostro brillante y fresco como si saliese del hammam, y sonrosadas mejillas y la frente como una flor lozana, y en un extremo del labio un lunar, como gota de ámbar negro, según dice el poeta: ¡La luna llena se encontró con el sol en lo alto de una torre, ambos en todo el esplendor de su belleza! ¡Tales eran los dos amantes! ¡Y cuantos los veían, tenían que admirarlos y desearles completa felicidad! ¡Y ahora son tan hermosos, que cautivan el alma! ¡Gloria, pues a Alah, que realiza tales prodigios y forma sus criaturas a sus deseos Y al verle, le besé las manos, e invoqué para él todas las bendiciones de Alah, y le dije: "¡Oh mi señor! Supongo que ahora recogerás tu dinero". Y me contestó: "Ten todavía un poco de paciencia; pues en cuanto acabe de despachar mis asuntos vendré a recogerlo". Y me volvió la espalda y se fué. Y yo supuse que tardaría en volver, y saqué el dinero, y lo coloqué con un interés de veinte por ciento, obteniendo de él cuantiosa ganancia. Y dije para mí: "¡Por Alah! Cuando vuelva, le rogaré que acepte mi invitación, y le trataré con toda largueza, pues me aprovecho de sus fondos y me estoy haciendo muy rico".

      Y transcurrió un año, al cabo del cual regresó, y le vi vestido con ropas más lujosas que antes, y siempre montado en su borrico blanco, de buena raza.

      Entonces le supliqué fervorosamente que aceptase mi invitación y comiera en mi casa, a lo cual me contestó:

      "No tengo inconveniente, pero con la condición de que el dinero para los gastos no lo saques de los fondos que me pertenecen y están en tu casa". Y se echó a reír. Y yo hice lo mismo. Y le dije: "Así sea, y de muy buena gana".

      Le llevé a casa, y le rogué que se sentase, y corrí al zoco a comprar toda clase de víveres, bebidas y cosas semejantes, y lo puse todo en el mantel entre sus manos, y le invité a empezar, diciendo: "¡Bismilah!"

      Entonces se acercó a los manjares, pero alargó la mano izquierda, y se puso a comer con esta mano izquierda. Y yo me quedé sorprendidísimo, y no supe qué pensar.

      Terminada la comida, se lavó la mano izquierda sin auxilio de la derecha, y yo le alargué la toalla para que se secase, y después nos sentamos a conversar.

      Entonces le dije: "¡Oh mi generoso señor!

      Líbrame de un peso que me abruma y de una tristeza que me aflige. ¿Por qué has comido con la mano izquierda? ¿Sufres alguna enfermedad en tu mano derecha? Y al oírlo el mancebo, me miró y recitó estas estrofas: ¡No preguntes por los sufrimientos y dolores de mi alma! ¡Conocerías mi mal! ¡Y sobre todo, no preguntes si soy feliz! ¡Lo fui! ¡Pero hace tiempo! ¡Desde entonces, todo ha cambiado! ¡Y contra lo inevitable no hay más que invocar la cordura!

      Después sacó el brazo derecho de la manga del ropón, y vi que la mano estaba cortada, pues aquel brazo terminaba en un muñón.

      Y

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