El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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Eso sería un castigo demasiado suave. Algo peor te ha de pasar, como irás viendo".

      Porque el visir había encargado a las dos damas que le dejasen a su gusto, pues no quería darles cuenta de sus investigaciones hasta su llegada a El Cairo. L Llamó, pues, a sus esclavos, y les dijo: "Que se me presente uno de nuestros camelleros.

      Y traed un cajón grande de madera". Y los esclavos obedecieron en seguida. Después, por orden del visir, se apoderaron del atemorizado Hassan y le hicieron entrar en el cajón, que cerraron cuidadosamente. En seguida lo cargaron en el camello, levantaron las tiendas, y la comitiva se puso en marcha.

      Y así caminaron hasta la noche. Entonces se detuvieron para comer, y a fin de que Hassan también comiese, le dejaron salir unos instantes, encerrándole después de nuevo. Y de este modo prosiguieron el viaje.

      De cuando en cuando se detenían, y se hacía salir a Hassan para encerrarle luego de ser sometido a un interrogatorio del visir, que le preguntaba cada vez: "¿Eres tú el que preparó el dulce de granada?" Y Hassan contestaba siempre: "¡Oh mi señor! Así es, en verdad". Y el visir exclamaba: "Atad a ese hombre y encerradle en el cajón!"

      Y de este modo llegaron a El Cairo. Pero antes de entrar en la ciudad, el visir hizo que sacaran a Hassan del cajón y se lo presentasen. Y entonces dispuso: "¡Que venga en seguida un carpintero!" Y el carpintero compareció, y el visir le dijo:

      "Toma las medidas de alto y de ancho para construir una picota que le vaya bien a este hombre. y adáptala a un carretón, que arrastrará una pareja de búfalos". Y Hassan, espantado, exclamó: "¡Señor! ¿Qué vas a hacer conmigo?" Y el visir dijo: "Clavarte en la picota y llevarte por la ciudad para que todos te vean". Y Hassan repuso: "Pero ¿cuál es mi crimen, para que me castigues de este modo?" Entonces el visir Chamseddin le dijo:

      "¡La negligencia con que preparaste el plato de granada! Le faltaban condimento y aroma". Y al oírlo Hassan se aporreó con las manos la cabeza, y dijo: "¡Por Alah! ¡Todo eso es mi crimen! ¿Y no es otra la causa de este suplicio del viaje, y de que sólo me hayas dado de comer una vez al día, y piensas, por añadidura, clavarme en la picota?" Y el visir respondió: "Ciertamente, esa es toda la causa; ¡por la falta de condimento!"

      Entonces Hassan llegó al límite del asombro, y levantando los brazos al cielo se puso a reflexionar profundamente. Y el visir le dijo: "¿En qué piensas?" Y Hassan respondió: "¡Por Alah! Pienso en que hay muchos locos en este mundo. Porque si tú no fueses el más loco de todos los locos, no me hubieras tratado así porque falte un poco de aroma en un plato de granada". Y el visir diijo: "He de enseñarte a que no reincidas, y no veo otro medio". Pero Hassan exclamó:

      "¡Pues tu manera de proceder es un crimen muchísimo mayor que el mío, y debías empezar por castigarte!" Entonces el visir contestó: "¡No te preocupes! ¡La picota es lo que más te conviene!"

      Y mientras tanto, el carpintero seguía preparando allí mismo el poste del suplicio, y de cuando en cuando dirigía miradas a Hassan, como queriéndole decir: "¡Por Alah, que has de estar muy a tu gusto!"

      Pero a todo esto se hizo de noche. Y se apoderaron de Hassan y nuevamente lo encerraron en el cajón. Y su tío le dijo:

      "¡Mañana te crucificaremos!"

      Después aguardó a que Hassan se hubiese dormido dentro de su cárcel. Entonces dispuso que cargasen la caja en un camello y dió la orden de partir, no deteniéndose hasta llegar al palacio.

      Fué entonces cuando quiso revelárselo todo a su hija y a su cuñada. Y dijo a su hija Sett ElHosn: "¡Loado sea Alah que nos ha permitido encontrar a tu primo Hassan Badreddin! ¡Ahí lo tienes! ¡Marcha, hija mía, y sé feliz! Y procura colocar los muebles, los tapices y todo lo de la casa y de la cámara nupcial exactamente lo mismo que estaban la noche de tus bodas". Y Sett ElHosn, casi en el límite de la emoción, dió al momento las órdenes necesarias, y sus siervas se levantaron en seguida, y pusieron manos a la obra, encendiendo los candelabros. Y el visir les dijo: "Voy a auxiliar vuestra memoria". Y abrió un armario, y sacó el papel con la lista de los muebles y de todos los objetos, con la indicación de los sitios que ocupaban. Y fué leyendo muy detenidamente esta lista, cuidando que cada cosa se pusiera en su lugar. Y tan a maravilla se hizo todo, que el observador más inteligente se habría creído aún en la noche de boda de Sett ElHosn con el jorobado.

      En seguida el visir colocó con sus propias manos las ropas de Hassan donde éste las dejó: el turbante en la silla, el calzoncillo en el lecho, los calzones y el ropón en el diván, con la bolsa de los mil dinares y el contrato del judío, volviendo a coser en el turbante el pedazo de hule con los papeles que contenía.

      Después recomendó a Sett elHosn que se vistiese como la primera noche, disponiéndose a recibir a su primo y esposo Hassan Badreddin, y que cuando éste entrase, le dijera: "¡Oh! ¡cuánto tiempo has estado en el retrete! ¡Por Alah! Si estás indispuesto, ¿Por qué no lo dices? ¿No soy yo tu esclava?

      Y le recomendó también, aunque en rea lidad Sett ElHosn no necesitaba esta advertencia, que se mostrase muy cariñosa con su primo y le hiciese pasar la noche lo más agradablemente posible.

      Y luego el visir apuntó la fecha de este día bendito. Y fué al aposento donde estaba Hassan encerrado en el cajón. Lo mandó sacar mientras dormía, le desató las piernas, lo desnudó y no le dejó más que una camisa fina y un gorro en la cabeza, lo mismo que la noche de la boda. Después se escabulló, abriendo las puertas que conducían a la cámara nupcial para que Hassan se despertase solo.

      Y Hassan no tardó en despertarse, y atónito al verse casi desnudo en aquel corredor tan maravillosamente alumbrado, y que no se le hacía desconocido, dijo: "¡Por Alah! ¿estaré despierto o soñando?"

      Pasados los primeros instantes de sorpresa, se arriesgó a levantarse y a mirar a través de una de las puertas que se abrían en el pasillo. Y en el acto perdió la respiración.

      Acababa de reconocer la sala donde se había celebrado la fiesta en honor suyo y con tal detrimento para el jorobado. Y al mirar por la puerta que conducía a la cámara nupcial, vió su turbante encima de una silla y en el diván su ropón y sus calzones. Entonces, llena de sudor la frente, se dijo: "¿Estaré despierto? ¿Estaré soñando? ¿Estaré loco?" Y quiso avanzar, pero adelantaba un paso y retrocedía otro, limpiándose a cada momento la frente, bañada en un sudor frío. Y al fin exclamó: "¡Por Alah! No es posible dudarlo. ¡Esto es un sueño! Pero ¿no estaba yo amarrado y metido en un cajón? ¡No; esto es un sueño!" Y así llegó hasta la entrada de la cámara nupcial, y cautelosamente avanzó la cabeza.

      Y he aquí que Sett ElHosn, tendida en el lecho, en toda su hermosura, levantó gentilmente una de las puntas del mosquitero de seda azul y dijo: "¡Oh dueño querido! ¡Cuánto tiempo has estado en el retrete! ¡Ven en seguida!"

      Entonces el pobre Hassan se echó a reír a carcajadas, como un tragador de haschich o un fumador de opio, y gritaba: "¡Oh, qué sueño tan asombroso! ¡Qué sueño tan embrollado!"

      Y

      avanzó con infinitas precauciones, como si pisara serpientes, agarrando con una mano el faldón de la camisa y tentando en el aire con la otra, como un ciego o como un borracho.

      Después, sin poder resistir la emoción, se sentó en la alfombra y empezó a reflexionar profundamente. Y es el caso que veía allí mismo, delante de él, sus calzones tal como eran, abombados y con sus pliegues bien hechos, su turbante de Bassra, su ropón, y colgando, los cordones de la bolsa.

      Nuevamente le habló Sett ElHosn desde el interior del lecho, y le dijo: "¿Qué

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