Más allá de la pareja. Eve Rickert

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Más allá de la pareja - Eve Rickert La pasión de Mary Read

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cambian. La incomodidad y el cambio nos van a atrapar, antes o después, da igual cuánto intentemos escondernos. Enfrentarse a esas cosas en nuestra propia situación, con la creencia de que podemos ser felices incluso al enfrentarnos al cambio: todo ello contribuye a construir una seguridad y estabilidad que perduren.

      Vivir con integridad

      A lo largo de este libro, planteamos la confianza como una alternativa al control en las relaciones poliamorosas. Algo fundamental para generar confianza es vivir de forma honesta. Generas confianza cuando cumples tus promesas, cuando «predicas con el ejemplo». La confianza se pierde cuando rompes acuerdos, cuando rompes los límites y actúas de formas que no coinciden con los valores que proclamas. Vivir con integridad puede ser lo que te sostenga cuando nada más lo haga. Cuando tienes que tomar decisiones complicadas, y los efectos de esas decisiones en las personas que te rodean son imposibles de predecir, ¿qué te sirve de guía? Cuando te equivocas, o cuando cometes errores, ¿eres capaz de mirar atrás y decir «Respeté los valores que son más importantes para mí»?

      En las relaciones poliamorosas, puede haber momentos en los que no hay ninguna opción buena, en los que tanto tus relaciones como tú saldréis perdiendo. Quizá la cuestión es dónde vais a pasar las Navidades. Quizá es dónde irán las criaturas después de terminada la relación. Quizá es qué hacer cuando dos personas con quien tienes una relación a quienes adoras, no se soportan mutuamente. Podemos hablar de negociación, de compromiso, de encontrar soluciones en las que todo el mundo salga ganando, pero a veces no existe un punto intermedio. Cuantas más personas sumas a la ecuación, más probable es que aparezcan conflictos y, a veces, no tienen una solución sencilla.

      Hemos hablado de la necesidad de un marco ético que maximice el bienestar de todas las personas involucradas. Pero a veces te atascas en minimizar los daños en lugar de maximizar los beneficios, y da igual las justificaciones que te des, siempre te vas a sentir fatal tomando decisiones que sabes que van a herir a otras personas. A veces, sinceramente, no puedes predecirlo. A veces debes enfrentarte a elecciones que te hacen sentirte pésimamente a corto plazo y cuyos efectos a largo plazo no se pueden prever. Así que, cuando sucede eso –cuando no puedes hacer nada sin que te haga daño a ti o a otra persona– ¿cómo tomas decisiones?

      Cuando nos hemos encontrado en esa situación es cuando hemos intentando volver a concentrarnos en la integridad personal. ¿Qué significa actuar con integridad? Para alguna gente la integridad sería, esencialmente, lo mismo que la honestidad. Otra gente lo ve como la consistencia en los actos o la coherencia entre conducta y creencias. Pero la raíz de la palabra integridad significa «totalidad». Concentrarse en la integridad significa, en nuestro caso, examinar en profundidad el momento presente: qué estoy haciendo en este momento concreto, ¿está en consonancia con mi yo más auténtico? Si me imagino mirando atrás dentro de diez años, ¿me gustaría la persona que vería?

      Empatía

      Antes de que hablemos de empatía, vale la pena repetir los dos axiomas en los que se basa la ética de este libro:

      • Las personas que forman parte de una relación son más importantes que la relación.

      • No trates a las personas como cosas.

      Seguir un código ético que se basa en no tratar a las personas como si fueran cosas significa tratar a las personas como personas. Y eso significa practicar la empatía.

      La palabra empatía se usa constantemente hoy día. Pero, ¿qué significa? Es fácil lanzarla como una reprimenda simplista o incluso en tono acusatorio, como al decir «yo tengo empatía y tú no». Si tu entorno social tiene algún contacto con círculos New Age, probablemente conoces a alguien a quien le gustan los campeonatos de «tengo más empatía que tú». De hecho, muchas de las ideas de este libro pueden usarse de esa manera. Por favor, no lo hagas.

      La empatía no es –insistimos– algo que tú eres, ni algo que sientes, sino algo que pones en práctica. La empatía es ponernos en el lugar de la otra persona. Podemos escuchar lo que una persona está sintiendo, presenciar su dolor al mismo tiempo que la amamos tal como es. A veces debes hacer eso mismo contigo.

      La empatía no es buena educación, ni siquiera algo similar a la bondad. ¡No es hacer buenas acciones por una persona mientras la juzgamos en voz baja! La empatía supone involucrarse por completo, y requiere vulnerabilizarse, que es la parte que lo hace más complicado. Tenemos que darnos el permiso para estar presentes como iguales junto a otra persona, reconociendo y aceptando su lado oscuro. Y eso nos obliga a aceptar, también, la oscuridad que hay en nuestro propio interior.

      No tener límites no es lo mismo que tener empatía, ni tampoco lo es permitir que alguien nos arrolle o pasar por alto su mal comportamiento o el maltrato a otras personas. La empatía auténtica requiere unos límites sólidos, porque si permitimos que una persona se aproveche de nuestra situación, se hace muy duro ser auténticamente vulnerable con ella. La empatía requiere la voluntad de hacer a alguien responsable de lo que hace, al mismo tiempo que la aceptamos tal como es.

      ¿Cómo practicamos la empatía? La piedra angular de la empatía es simple, pero emocionalmente difícil de alcanzar. Significa, antes de nada, asumir la buena intención del prójimo. En otras palabras, buscando la interpretación más comprensiva de las motivaciones más profundas que puede tener alguien.

      Hasta el día en que todo el mundo tengamos rubíes mágicos en la frente con los que leernos mutuamente nuestras mentes, siempre será peligroso presuponer las motivaciones de otra persona. Por eso necesitamos la empatía. Cuando alguien ha hecho algo que no nos gusta, o que nos hace daño, o no ha hecho lo que queríamos que hiciera, lo más fácil es presuponer que lo hace con las peores intenciones: «No le importa lo que necesito», «ignora mis sentimientos».

      La empatía significa haber comprendido que las otras personas tienen sus propias necesidades, que pueden ser diferentes de las nuestras, y hacerles extensible la misma comprensión, la misma voluntad de valorar sus propias luchas, que querríamos que nos dieran. La ponemos en práctica cada vez que sentimos ese arrebato de enfado cuando alguien hace algo que no nos gusta, pero luego nos analizamos e intentamos ver, desde su punto de vista, la razón por la que se comportaron de esa manera. La ponemos en práctica cada vez que somos amables con otras personas en lugar de enfadarnos con ellas. Y la ponemos en práctica cuando nos tratamos personalmente con esa misma amabilidad: cada vez que aceptamos que tenemos defectos e imperfecciones pero que a pesar de ello somos buenas personas. La ponemos en práctica cada vez que reconocemos mutuamente nuestras fragilidades y errores.

      Como personas poliamorosas, nos enfrentamos a la necesidad especialmente urgente de cultivar la empatía hacia las personas con quienes tenemos relaciones y demás miembros de nuestra comunidad. Pero quizá lo más importante es sentir esa empatía también hacia nuestro interior. Estamos aprendiendo una nueva manera de hacer las cosas. Estamos desarrollando nuevas habilidades que nadie nos ha enseñado antes y enfrentándonos a retos a los que mucha gente no se enfrenta nunca. Estamos intentando aprender cómo tratar bien no solo a una sola persona con quien tenemos una relación, sino a toda una red cuyo bienestar depende de lo que hagamos. Y eso es duro.

      Es fácil autoinculparse por no ser una persona poliamorosa perfecta, especialmente cuando la comunidad poliamorosa muestra su mejor cara públicamente para ganar aceptación mayoritaria en la sociedad. Si sientes celos o inseguridad, o te resulta complicado manejar tus enfados, o no eres capaz de saber cómo comunicar claramente tus necesidades… es normal. No hace falta que seas una persona poliamorosa perfeccionista. No eres la primera persona que ha sentido esas cosas, ni mucho menos. Todo el mundo

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