Más allá de la pareja. Eve Rickert

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Más allá de la pareja - Eve Rickert La pasión de Mary Read

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en una familia que se comunicaba pasivamente, y se pasó su adolescencia en una cultura en la que la comunicación pasiva era la norma. Lo irónico era que ella valoraba, y a menudo hablaba, de comunicación asertiva. Pero esos hábitos estaban demasiado arraigados en ella para reconocerlos, no digamos para desaprenderlos. Aprendí pronto sobre las consecuencias desconcertantes, frustrantes y a menudo exasperantes de haberse enamorado de alguien para quien cada frase tenía un doble sentido.

      Para Kira, lo importante no era lo que yo había dicho, sino lo que ella había imaginado que yo había dicho, y eso parecía tener su origen en ideas profundamente enraizadas en su mente. Kira se imaginaba que yo quería cosas que nunca había pedido, me las daba como si se le hubiesen ocurrido a ella y luego me culpaba cuando se sentía mal al dármelas. Sus ideas sobre lo que yo quería tenían su origen en lecturas crípticas de cosas que yo había dicho o hecho, y no me valía de nada negar que las hubiese querido o pedido. Para ella, yo las había pedido. Pasivamente. No tenía permiso para negar los significados ocultos que Kira se había imaginado pero que yo nunca había deseado.

      Kira me reenviaba mensajes que había recibido de otras personas, o me pedía que viese en internet conversaciones en las que ella estaba participando, esperando que yo me sintiera profundamente ofendida o escandalizada con lo que leía. Cuando yo no era capaz de encontrar las frases ofensivas, ella me explicaba con lujo de detalles el significado oculto de la conversación, qué estaba sucediendo «realmente» detrás de las palabras que estaban utilizando. Ella era capaz de crear una historia muy detallada a partir de unas pocas palabras.

      Nuestra relación se terminó con ella contándome una historia así. Escuché angustiada, sin podérmelo creer, cómo me contaba lo que yo había querido, lo que yo esperaba. Todo ello leído en mis palabras o acciones, y nada de todo ello era cierto. Lo más duro fue no poder contraargumentar nada: la comunicación pasiva era algo tan natural para Kira que no le resultaba factible creer que mis palabras querían decir exactamente lo que dije que significaban, que no todo tiene un significado oculto. Para Kira, lo que ella imaginaba que estaba tras mis palabras era más importante que mis palabras. Y eso terminó con las posibilidades de comunicación entre nosotras.

      La comunicación pasiva es la norma en muchas familias, y sin duda en muchas culturas. De vez en cuando aparece en los medios un artículo de psicologismo de pacotilla que compara la comunicación pasiva con la directa y que dice que ninguna de las dos es inherentemente «mejor» y que todo lo que necesitas hacer es saber qué estilo está utilizando alguien y adaptarte a él.

      En las relaciones poliamorosas, de todos modos, la comunicación pasiva te puede amargar mucho la vida, y la de tus relaciones, y la de las relaciones de tus relaciones. Es cierto que en algunas culturas (en Medio Oriente, donde Kira fue criada, por ejemplo) se usa una comunicación pasiva muy sutil, con muchos matices y no hay problema con ello en su propio contexto cultural. De todos modos, en las culturas donde la comunicación pasiva es la norma, el paratexto (las pistas verbales y no verbales que te dicen el significado oculto) es compartido y comprendido. Escribimos este libro pensando en un contexto occidental, donde es muy probable que a ti, a tus relaciones y a sus propias relaciones se les habrá criado en ambientes familiares y culturales diferentes, y por lo tanto con creencias diferentes sobre los significados implícitos contenidos en determinadas pistas sutiles. Buscar significados ocultos en esa situación lleva con alta probabilidad a que te equivoques mucho.

      Cuando la comunicación pasiva incluye amenazas o demandas implícitas, puede convertirse en manipulación. Eso puede suceder de muchas maneras: ocultando nuestros motivos reales, codificándolos como mensajes que suenan bien pero con indirectas, por ejemplo «No queremos que ahora suceda nada desagradable, ¿verdad?». O esperando a que la persona con quien tenemos una relación malinterprete nuestro lenguaje codificado y entonces reaccionar con algo como: «¡Nunca me escuchas!».

      LA HISTORIA DE EVE

      No recuerdo las circunstancias exactas en las que compartí mi calendario de Google con Kira, ni por qué lo hice. Recuerdo haberle pedido a ella el suyo, pero ella lo recuerda de otra manera. Recuerdo que me dijo que ella nunca había compartido un calendario antes, y yo quería explicarle cómo funcionaba. Para mí compartir calendarios no es algo tan importante. En ese momento, muchas de mis amistades y personas con las que trabajaba tenían acceso tanto a mi calendario personal como al de trabajo. Si quería mantener alguna información privada, creaba un «evento privado».

      No habíamos hablado de límites respecto al calendario o expectativas concretas sobre qué significaba compartirlo. Como se puso de manifiesto, ella tenía expectativas muy diferentes de las mías. Pero no lo supe hasta que fue demasiado tarde.

      Como Kira estaba acostumbrada a la comunicación pasiva, entendió que el que yo compartiera mi calendario con ella suponía la expectativa implícita de que ella compartiera el suyo, aunque yo no había pensado en eso. Y me sorprendió mucho cuando lo hizo. Tras compartir su calendario conmigo, ella se sentía inaceptablemente expuesta, aunque yo ya sabía dónde estaba ella en todo momento. De hecho, solo consulté su calendario una vez durante nuestra relación.

      En el fondo, el calendario era, para Kira, el símbolo de la «escalera mecánica de las relaciones». Sus miedos respecto a verse obligada por las expectativas o el compromiso se vincularon a él. La parte mala fue que nunca hablamos sobre ese tema. Solo me lo contó al final de nuestra relación, cuando toda posibilidad de una comunicación auténtica ya se había terminado.

      Un problema muy común con la comunicación pasiva es que las personas acostumbradas a ella tienden a creer que toda comunicación es pasiva. No son capaces de alternar entre comunicación pasiva y directa. No importa lo directa que sea tu comunicación, quien usa la comunicación pasiva no tiene duda de que bajo tus palabras hay un mensaje oculto, una petición no declarada o una crítica velada. A menudo quien suele utilizar la comunicación pasiva planteará interpretaciones que parecen directamente estrambóticas, incluso paranoicas. Pero eso tiene su origen en sus expectativas culturales respecto a qué proporción del significado es ocultado por otras personas.

      La manera más efectiva que hemos encontrado para construir buena comunicación con alguien que se comunica de manera pasiva es con paciencia, empatía y comunicación directa. Responde solo a las palabras, sin intentar adivinar o descifrar el significado oculto. Si la persona que emplea comunicación pasiva se frustra por tu incapacidad para ver el significado real –y se frustrará–, insiste en que la comunicación directa es la única manera que conoces de asegurarte de que el mensaje sea entendido.

      Emplea una comunicación clara y directa. Si la persona con quien tienes una relación malinterpreta algo que has dicho, o extrae un significado que tú no le querías dar, ten paciencia y recurre a la sinceridad. Comunica el significado que buscabas de forma clara. Di claramente que, de verdad, quieres entender lo que dice. Asegúrale que tus palabras no tienen una intención oculta. Responde a las frases vagas con preguntas claras y directas. Pide explicaciones cuando diga algo ambiguo. Y, sobre todo, no desfallezcas ni esperes cambios repentinos. Se tarda mucho tiempo en aprender a comunicarse de manera pasiva y se tarda lo mismo en desaprenderlo.

      Las historias que nos contamos

      Los seres humanos son animales que cuentan historias. Nos contamos mentalmente historias, decenas de veces al día, sin ni siquiera darnos cuenta. Usamos esas historias para darle sentido al mundo y entender las acciones de las personas a nuestro alrededor. Muchas de esas historias hablan de los motivos de otras personas. Sabemos que las acciones del prójimo no son aleatorias. Construimos modelos en nuestra mente que nos ayudan a entender a otras personas. Y debido a que no venimos de la fábrica con rubíes en nuestra frente para leernos la mente, esos modelos tienen errores. Se construyen observando, suponiendo, proyectando y empatizando.

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