Ecos del misterio. José Rivera Ramírez

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Ecos del misterio - José Rivera Ramírez Ensayo

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la conformidad con esa donación de Cristo, con esa imagen que el Padre tiene en su Verbo de cada uno, y para realizar la cual, otorga su gracia. Y esto ya en la tierra, para quien tiene ojos de artista en su pleno sentido. Pienso, por ejemplo, que si un entendido en pintura ingresa en el taller de un pintor y le contempla en plena faena, no goza del cuadro en elaboración, según la belleza actual de cuadro, sino que penetrando la imagen final, disfruta en la medida que constata que el pintor se acerca a él, avanza hacia él en sus pinceladas, en sus borrones, en sus detenciones... Más le placerá un bosquejo deforme, en su momento concreto, pero bien encaminado, que un cuadro mejor acabado, pero disconforme con la pintura última. No así el imperito, que sólo sabrá discernir, a lo más, el valor absoluto actual de la pintura, en el estado en que se encuentra. Así, pienso que, incluso en cuanto a la belleza corporal, quien es entendido en hermosura se deleitará más en el cuerpo feo de quien se va santificando, que en la pulcra figura del pecador, del descaminado. Pues el cuerpo del santo será, en su remate, incomparablemente más hermoso...

      Hay, para Platón, como cuatro planos:

      1º formas arquetípicas

      2º conceptos científicos inmutables

      3º formas sensibles

      4º arte imitativo de ellas.

      Y el arte es a la ciencia, como los fenómenos sensibles respecto del ser ideal.

      La belleza está en relación con el orden, la proporción y la medida. En el mundo hay belleza porque hay orden, en virtud de la regla y medida. Así el virtuoso es bello, porque en él hay proporción. De aquí concluyo la pulcritud del hombre integrado, y la fealdad del no integrado, y mucho más del positivamente desintegrado. Se trata de la proporción de las facultades y de sus tendencias.

      Para Platón existe relación entre la idea y el número, entre la acepción cualitativa de la belleza, como ideal intuitivo, y la determinación cuantitativa de lo bello, como proporción calculable. Sobre tal relación su pensamiento evoluciona.

      La proporción es entre dos elementos básicos: algo igual, un principio de unidad, y algo desigual, principio diversificante. El primero determina la idea a ser lo que es, el segundo es causa de todo lo demás. Es lo indeterminado; pero esto mismo ha de determinarse por la medida, la justa proporción, la simetría, o relación mutua.

      Así, por lo demás, bello y bueno resultan ser idénticos: pues nada es bueno, en lo compuesto, sino por la justa medida, y ello mismo es la causa de la belleza. Y esto se aplica igualmente a las formas dinámicas. Los conflictos entre los deseos y los propósitos, la voluntad y el ansia de placeres, la razón y el dolor, hay enfermedad en el alma, y fealdad juntamente. Los mismos fracasos revelan defecto de simetría, fealdad.

      La cita pertenece al “sofista”, y debo ineludiblemente leerla. Pues ello me explica esa postura que, expresada en unos versos, imperfectamente recordados, de M. Machado, había registrado, no hace mucho, en este mismo cuaderno. La cuarteta de Machado, debía de decir así:

      Querer es triste. ¡Y no poder!...

      Lo que es, tenía que pasar.

      Para que el plebeyo querer

      y lo innoble del procurar?

      Por cierto, que ello parecerá absurdo a toda la reata de mulas tercas, empeñadas y comprometidas, que constituyen la casi totalidad de nuestra iglesia. Pero la idea es absolutamente exacta –y por ello muy pulcra– y por lo mismo verdadera. Digan cuanto quieran, el fracaso es siempre feo. Sólo la victoria es bella; pero fracaso sólo hay cuando falla la intención, la voluntad deliberada. Es palmario que quien busca, no más, la voluntad de Dios, no es derrotado nunca. La hermosura infinita de la pasión mortal de Cristo consiste, cabalmente, en que es triunfo, y la apariencia humana, sensible, de vencimiento, decora con nuevos motivos de belleza la pulcritud suprema. Pero es porque Cristo quiere morir y sufrir. Y cuando sus enemigos fracasan creyendo que vencen, ello adiciona una condición nueva al éxito de la empresa de Jesús. Y ello se repite en cada santo.

      Las artes deben emplear la metriké, que comprueba la proporción conveniente en cada obra. La belleza se encuentra dondequiera hay medida: en los movimientos, en los pensamientos, en la voz, en la energía física... Pero todo hombre se halla expuesto al peligro de exageración.

      La naturaleza supone dos principios: el del ser, por el cual todo es uno, y el del devenir, por el cual es múltiple. “Si un creador tiene la mirada fija en el ente permanente, cuando realiza una forma cualitativa, esta forma, necesariamente, llega a ser bella en su conjunto. Pero si pone su mirada en lo transformado por el devenir, utilizando un ejemplo creado, no produce nada bello”. La expresión es perfecta, cuando se aplica, cabalmente, al apostolado.

      Platón distingue placeres verdaderos e ilusorios: los primeros son aquéllos que producen las pasiones, y que se mezclan con dolores, y los placeres puros, que son los que, al faltar, no producen dolor en nosotros, y al ofrecerse causan plenitud grata y exenta de pena.

      La contemplación de la belleza en la medida eterna es la única contemplación bella; quien se entrega insensatamente a la belleza del sexo, o a las ilusiones del arte, goza de la misma belleza sin pulcritud...

      Poiesis, es, en general, la causa que hace pasar algo del no ser al ser. Todas las producciones son pues poiemata, pero no todas se suelen llamar así; parejamente, todos los artistas son poetas, pero sólo suelen recibir este nombre los que se dedican a la música y la métrica.

      Pero poietiké es una parte del arte. Distingue: arte por el cual adquirimos algo, y arte por el cual creamos algo. Este arte creador puede ser divino y humano. Ambos pueden crear realidades e imitaciones (v. gr.: un lecho –una pintura de un lecho–). El arte imitadora trabaja por medio de utensilios, o meramente con el cuerpo humano (danza, canto). Por otro lado, este arte puede ser reproductivo o fantástico. Desde otro punto, hay arte que imita la esencia, y arte que imita la apariencia: las propiedades sensibles, el color, el sonido, etc. El arte que se sirve de palabras y nombres es infiel a su vocación: la captación de las esencias. Se deben emplear las palabras para revelar la verdad. Platón es, aquí, concreto en exceso. Censura a Romero, que habla de guerras, sin entender el arte bélico.

      Hay artes que son, no más, para el placer, otras, para la creación cultural. El arte debe imitar lo viviente, y como es la palabra la que más claramente puede hacerlo, es arte superior.

      Admite la inspiración divina; pero desconfía de ella. Prefiere la aptitud natural que crea conscientemente. Y todavía se puede crear sin inspiración, por mera rutina, por experiencia empírica. El arte máximo se basa en visión clara y exacta de la realidad, en el claro conocimiento del método, según el cual se ordenan ciertos medios, para lograr un fin determinado. Hay obras de arte que se deben al azar.

      “La verdadera destreza, conveniente y adecuada para el hombre, consiste en fijar la distinción entre lo justo y lo injusto, y realizar la justicia”.

      El concepto de imitación: la consecuencia que saco es que el primordial sentido de la palabra consiste en la referencia al alma del artista. La música es imitación del estado anímico del músico. Es decir, imitación es lo mismo que expresión. Luego, puede ser la expresión del estado de alma de otros.

      Yo pienso que es de ahí, de donde brota el influjo, que Platón reconoce al arte. No debe ser exclusivamente agradable, sino que los dioses nos lo han dado para nuestra formación. “Los dioses nos han dado el ritmo, para curar la falta de medida y gracia de nuestro carácter”. Debemos pues, “escoger la música que es, objetivamente, adecuada para cada carácter; después practicar

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