Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa
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La relación con su padre era buena, ya que Lawrence en el fondo se sentía contento por el hijo que tenía. El hecho que en la escuela se destacara y que sus notas fueran siempre buenas, le producía cierto orgullo que no manifestaba. Quizás el hecho más conflictivo en esta relación padre e hijo se produjo cuando Daniel debe haber tenido unos trece años. El padre volvió de la taberna con unas cuantas cervezas de más y dando muestras de una agresividad verbal poco habitual en él. Por un motivo sin trascendencia alguna retó a la madre, la que intentó contestar la injusticia que dicho enojo significaba, lo que provocó que el padre intentara agredirla, en una reacción que no había acaecido en todos los años que llevaban casados. Daniel se puso en medio de ambos y desafió a Lawrence, diciéndole que si le tocaba un pelo a su madre él haría uso de cualquier elemento que tuviera a mano para defenderla, sin importarle las consecuencias que su acción pudiera tener. No toleraría por motivo alguno que siquiera rozara a Mary. El minero en un comienzo intentó desatar su furia en su hijo, quien por talla y peso estaba en una situación evidente de inferioridad. Sin embargo, fue tal la decisión que vio en los ojos del muchacho, que más allá de los grados de alcohol que tenía en el cuerpo comprendió que provocaría un incidente con características policiales cuyas consecuencias resultarían impensables. A fin de no aparecer disminuido frente a los suyos, ya que Elsie muy asustada también presenciaba la escena, decidió salir de la casa y no regresar hasta un par de horas después con una actitud evasiva, callada y de no confrontación. Esa fue la única vez en la vida en que ambos se vieron tan interiormente separados, pero a la totalidad de los presentes no le cupo duda alguna de que Daniel estaba realmente dispuesto a todo y cuando se decía a todo, era textual.
Poco antes del incidente entre padre e hijo que casi termina por la vía violenta, Mary había dado cuerpo en su mente a la soterrada operación que por tanto tiempo había planeado, en cuya concreción resultaba pieza básica el pastor Charlie. A su vez, ella tenía en su cabeza un proyecto diferente y especial para Elsie y se lo había comunicado en secreto a ella, sin darle mayores detalles, pero tenía primero que salvar el paso de los catorce años de edad de Daniel, para lo cual no faltaba mucho tiempo. Le pidió a su hija, después de terminar los estudios que se daban en la escuela local, que se esforzara en las lecciones de costura que ella le daba, las que se fundaban en técnicas que a su vez ella había aprendido de su madre. Le puso de relieve la necesidad de que se divirtiera con la gente de su edad, pero que por motivo alguno aceptara algún noviazgo serio, pues casarse con un minero sería condenarse a limitar su existencia para siempre. Esa petición no era fácil de cumplir, pues la niña era especialmente bonita y poco a poco empezaron a rondarla un variado número de pretendientes locales. Mary se percató de que su hija tenía unas manos privilegiadas para la costura y constantemente la instaba a desarrollar esas habilidades, las que se constituirían en la base de su proyecto. Si continúas esforzándote como lo has hecho hasta ahora –le decía– y sigues aprendiendo nuevas modalidades de costura, te garantizo que pronto estarás en condiciones de postular a algún trabajo en Newcastle, pero por ahora deja todo esto en reserva, como un secreto entre ambas, y persiste en tu empeño.
En cuanto a Daniel, Charlie continuaba decidido a asistir a la madreen la materialización de sus planes. Al pastor le impresionaba la claridad mental de aquella mujer sobre el futuro de sus hijos y la capacidad de resolución excepcional que tenía si se comparaba con la visión del resto de las madres del pueblo. Para concretar el proyecto ideado lo había invitado a compartir su humilde mesa dos o tres veces a fin de producir una cercanía entre el clérigo y su marido. A su turno, había aconsejado a Daniel ir a conversar con el religioso, a objeto de encontrar en él no solo un guía espiritual, sino también una conducción de vida, pues era “un hombre sabio”. La madre pretendía que esos diálogos ayudaran a abrir aún más la mente de su hijo. El consejero espiritual al poco tiempo ratificó su idea previa en orden a que en el niño existía una dualidad que aparentemente no tenía solución. Por una parte, quería seguir interesado en estudiar y en estar al tanto de todo lo que pasaba a su lado, pero por otra la mina y sus historias ejercían sobre él un magnetismo casi imposible de evitar. A eso se agregaba la segura desilusión que para su padre significaría que no quisiera iniciar su vida de minero después de finalizada la enseñanza en el colegio local, perdiéndose así la tradición familiar que él tanto acariciaba. Frente a ese cuadro el pastor decidió primero encontrar una solución a las inquietudes y preocupaciones del niño, para luego intentar, en la misma línea, una aproximación con el padre.
Daniel, a través del pastor, supo que, al sur Newcastle, algunos kilómetros más allá del río Tyne, en un lugar alejado de centros poblados, existía una afamada escuela técnica especializada en materias relativas al carbón y su explotación, la que tenía categoría de universidad. Gozaba de gran renombre en todo el país, en especial entre los conocedores del tema. Los estudios allí estaban al nivel de los mejores del mundo en minería carbonífera. Por otra parte, había una organización relacionada con su iglesia que estaba en condiciones de ofrecer unas pocas becas para niños sin recursos y académicamente aprovechados con el objetivo de que hicieran en aquella institución estudios avanzados en minería del carbón. El buen Charlie le mostró folletos y le expuso la posibilidad cierta de que él, si continuaba con el mismo ritmo de estudios en lo que le quedaba de colegio y con la conducta de individuo decente que había demostrado a lo largo de su vida privada, podía aspirar a que dicha alternativa se transformara en certeza. De ese modo podría seguir pensando en la mina como algo importante en su vida, pero al mismo tiempo podría alcanzar un nivel gigantescamente superior al que obtendría como un minero común y corriente, no solo en el campo económico, sino también en los aspectos social y cultural. Daniel vio la luz a la salida del túnel para todas sus dudas y la solución que se le planteaba tenía la particularidad que resolvía la totalidad de sus temores y satisfaría la unanimidad de sus expectativas, a excepción del posible desencanto paterno. Ante la expresión de esa duda, el presbítero le pidió que esa parte se la dejara a él. De paso, le confesó que estaba cierto que una aventura como esa haría inmensamente feliz a su madre. Los diálogos entre Daniel y el pastor rindieron el fruto buscado por este último y de común acuerdo adquirieron el compromiso de mantener todo en secreto.
En una reunión posterior en casa de los Kelly, junto con saborear una comida especial dentro de la habitual frugalidad, el canónigo preguntó a Daniel qué estaba pensando sobre su futuro cuando pusiera término a sus estudios en la escuela local. Antes de que el muchacho pudiera pronunciar una sílaba, Lawrence respondió que ya había hablado con su capataz mayor y que estaba todo listo para que apenas terminara ese año escolar recién iniciado, se incorporara a las labores de la mina, con lo cual podía seguir viviendo en esa casa, ahorrar un tanto por ello y al mismo tiempo cooperar con algo en la mantención de la familia. El jefe de la iglesia, con la sabiduría que da la profesión de dar sermones diferentes todas las semanas y con la habilidad y la capacidad propias para tocar las fibras más sensibles de los seres humanos, hizo un inteligente alegato en que comenzó poniendo de relieve la importancia de las tradiciones familiares y la conveniencia que los jóvenes se percataran de ellas y de las obligaciones que les imponían. Luego se detuvo en la personalidad de Daniel, en sus condiciones humanas e intelectuales sobresalientes y en la capacidad de ejercer un liderazgo entre sus iguales. Agregó que dichas condiciones debían ser aprovechadas y que era obligación de los padres intentar que sus hijos, junto con honrar las tradiciones familiares, aprovecharan adecuadamente los “talentos” que el Señor les había otorgado. De ahí que esa responsabilidad de los progenitores tenía no solo una dimensión humana, sino también conllevaba una connotación sobrenatural de la cual tendrían que darle cuenta al Señor. El Padre, dijo Charlie, ha puesto a tu cuidado un ser bastante excepcional y “tú algún día, Lawrence, le tendrás que dar cuenta de ello”. Añadió que frente a todo lo dicho entendía que era fundamental mantener la tradición familiar de continuar unidos a la mina y la conveniencia que hubiera algo más de dinero en el hogar, pero que no se podía eludir la responsabilidad de orden espiritual que les había mencionado.
Las palabras del pastor provocaron un impacto evidente en el dueño de casa, que pese a sus esfuerzos le resultaba imposible de disimular.