Amor en cuatro continentes. Demetrio Infante Figueroa

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Amor en cuatro continentes - Demetrio Infante Figueroa

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De las mejillas de la madre rodaron unas lágrimas estudiadas en el contexto de una cara artificialmente sorprendida, pero en el fondo emocionada por las expresiones que acaba de escuchar. Elsie no escondía su alegría por oír cosas tan hermosas respecto de su hermano y de alguna forma sentía que también le llegaban a ella, pues tenía conciencia que poseía “talentos” que iban más allá de lo común entre sus iguales y por ende sus padres también deberían velar por cumplir adecuadamente sus responsabilidades ante el Señor.

      Lawrence, con su emocionado silencio, dio pie al presbítero para seguir elucubrando sobre el futuro de Daniel. Agregó que él creía haber encontrado una solución que satisficiera el cumplimiento de todos sus deberes y expectativas como familia. Le dijo que existía un instituto técnico de altos estudios encargado de capacitar profesionales para la industria del carbón, el que estaba localizado cerca de Newcastle. Le narró detalles del instituto y le contó sobre la existencia de la beca que él creía poder conseguir para su hijo. Si este con su esfuerzo era exitoso en aprender las técnicas altamente especializadas en minas de carbón que allí se enseñaban, seguiría ligado al oro negro de por vida de acuerdo con la tradición familiar, pero desde un sitial que pondría orgullosos a sus antepasados y que les reportaría beneficios a todos. Por otra parte, le dijo, al tener su hijo la calidad de becado en el instituto de altos estudios mineros, tendrás una boca menos que llenar aquí en casa y se abre la alternativa de que si él demuestra interés y es un buen alumno, el propio Instituto, desde el segundo año en adelante, le podría otorgar la condición de asistente de cátedra, con lo cual obtendría una paga que no dejaba de ser significativa para el nivel de ingreso de los mineros. Claro que esta última alternativa significaría que Daniel debería dedicarse ciento por ciento a sus estudios, sacrificando incluso los fines de semana, por lo que pasaría largos periodos sin que se pudieran ver.

      El alegato del pastor fue tan convincente, que él mismo después confesó a Daniel que estaba seguro de que el Espíritu de Dios le había “dado una mano” especial durante esa frugal pero bien preparada comida. Lawrence estuvo de acuerdo con lo planteado por la visita y en forma emocionada le dijo que en realidad para él sería un orgullo impensado que un hijo suyo bajara todos los días a la mina en una condición de jefe y de director de faena. Hablaría con el capataz, acotó, para echar atrás la petición de contrato de su hijo. La madre, una vez que hubo terminado la cena, quedó lavando los platos en la cocina por un largo rato, pero la extensión de esa función no se debió a la cantidad de trastos a limpiar, sino al hecho que no podía dejar de llorar de felicidad. Sus lágrimas caían silenciosamente y nunca había sentido en el fondo del corazón esa dulce y calentita alegría que la conmovía en ese instante. Daba silenciosas gracias al Señor por cómo habían resultado las cosas en referencia a la posible reacción de su marido y se percató que la figura del pastor Charlie había adquirido un lugar de absoluto privilegio en su alma. Daniel se dio cuenta del estado de su madre y a propósito no se dirigió a la cocina, pues comprendió que esa emoción ella la quería vivir sola. Se hizo la promesa de que nunca, pasara lo que pasara, dejaría de estar al lado de ella en todo sentido, por más grande que fuera la distancia física que los pudiera separar.

      Pero hubo una parte final de la exposición de Charlie que dejó preocupada a toda la familia, ya que tendía un manto de dudas sobre la concreción del proyecto esbozado. Había que buscar un medio para que Daniel terminara su educación secundaria y aumentara sus conocimientos debido a que los proporcionados por la escuela local eran comparativamente débiles. El asunto tenía aparejados varios problemas no fáciles de resolver, ya que en las cercanías no había un establecimiento educacional que satisficiera esos requerimientos. Daniel debía partir necesariamente a Newcastle e ingresar a una escuela estatal que le permitiera completar sus estudios, lo que a primera vista no representaba mayor dificultad ya que el establecimiento educacional correspondiente al lugar en que viviría tenía la obligación de recibirlo. La dificultad casi insalvable decía relación con el sitio donde el estudiante habitaría y cómo se mantendría, ya que los padres no estaban en situación de financiar una pensión en la ciudad y menos los gastos que la vida allí demandaría. El pastor les adelantó que él creía no tener problemas para obtener, llegado el momento adecuado, la beca del Instituto Minero, pero mediaba un lapso de casi cuatro años de estudios para llegar a ese estadio y para llenar una laguna sustantiva de conocimientos. Les adelantó que tenía una complicada idea en mente, sin aportar mayores detalles. Es una iniciativa dura, pero de concretarse hará posible conseguir el objetivo final, enfatizó.

      Charlie tenía una confianza ciega en la seriedad y capacidad del muchacho e intuía que poseía la fuerza suficiente para vencer todas las dificultades que aparecieran en su camino. Ya antes de esa cena familiar en casa de los Kelly había cavilado sobre la alternativa de conversar el asunto con su antiguo amigo el párroco de la iglesia San Juan Bautista de Newcastle, con quien, pese a pertenecer a otra versión del cristianismo, lo unía una amistad que había nacido desde que eran niños. En la práctica se consideraban como parientes lejanos.

      El templo de San Juan Bautista era conocido en todo el país por su antigüedad y por el tipo de construcción que poseía. El primer edificio que había alojado a la parroquia empezó a levantarse en el año 1130, el que lógicamente había sufrido con el tiempo variadas y sucesivas mutaciones y ampliaciones. Era completamente de piedra y su interior, imponente. El primer órgano que tuvo había sido instalado por allá por el año 1570, había sufrido un proceso constante de modernización y era reconocido por su belleza. La iglesia estaba ubicada en un lugar privilegiado de la ciudad, en la esquina de las importantes calles Grainger St. y Watergate Road. Años después, durante el reinado de la reina Victoria, la nueva estación de trenes quedó prácticamente al otro lado de Watergate Road, o sea casi al frente de la parroquia. Poseía un área que, en los primeros años, como era la costumbre de la época, sirvió de cementerio, y luego con el tiempo, en dirección a Grainger St., se había construido una ampliación de apoyo que seguía más o menos el estilo de la construcción principal, la que se usaba para reuniones de los feligreses e incluso para que se realizaran fiestas de bautismo o matrimonio.

      En un viaje a la ciudad “capital del carbón”, Charlie pasó a conversar con su colega de la iglesia de San Juan Bautista, el presbítero Eric Scott, como lo hacía habitualmente cuando visitaba la ciudad. Hablaron de muchos temas de interés común, en especial de las dificultades laborales y sindicales que los mineros planteaban, las que si bien en ciertas oportunidades eran justas y comprensibles, en otras excedían las posibilidades propias de la actividad. Como estaban acostumbrados a la realidad que se vivía en el área y en ciertas partes del país, no consideraban extremadamente dura la vida de la mina y si se comparaba con el trato que en ese tiempo recibían trabajadores de otras actividades, el saldo, según ellos, era favorable para los mineros. Tenían casa, calefacción y educación aseguradas, lo que constituía una excepción en el medio laboral inglés. Compartían el temor de que la aceleración de los procesos de paros de labores pudiera llevar a una cesantía en el sector, lo que traería serios problemas sociales. Aprovechando un momento en que el dueño de casa servía una taza de té, Charlie le planteó a su colega el caso de Daniel Kelly. Le narró en detalle las acciones emprendidas por la madre y la visión que tenía del muchacho, enfatizando que en todo el tiempo en que había ejercido su ministerio en Fatmill no había visto un joven más íntegro, serio, inteligente y estudioso. Le contó sobre la necesidad de que terminara sus estudios secundarios y la imposibilidad de sus padres para financiarlos. Acto seguido, le sugirió la alternativa de que lo recibiera en la parroquia como asistente general, encargado de la limpieza de la iglesia, de ayudarlo en labores administrativas y que fuera una especie de guardián del templo, para lo cual podría cobijarlo en una pequeña dependencia. A cambio de todo ello Daniel no recibiría salario alguno y debería esforzarse para, junto con cumplir con el horario del colegio y sus deberes de estudiante, ser capaz de realizar las tareas que le impondría su condición de asistente del párroco. Charlie le agregó que estaba seguro de que Daniel podría hacer bien ambas cosas. A Scott no le disgustó la idea y el hecho de pensar que conseguiría un trabajador solo por casa y comida, le atrajo. Era un buen negocio y si el proyecto de asistente que le presentaban poseía todas las condiciones que le decía, no tendría las mañas de otros colaboradores

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