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encarnada: no estamos disponibles, pero pedimos atención y mirada. Lo que quiere decir que la iniciación y la socialización, que son las formas de aprendizaje fundamentales en las formas familiares, son interrumpidas y complicadas (y en absoluto facilitadas) por la educación, es decir, por el hecho de llevar a los niños a la escuela.

      Y habrá que añadir que la pluralidad en la escuela no es un estado natural, sino que aparece dirigiéndose a cada uno como cada uno y no como “representante” o “descendiente”. No concierne entonces al reconocimiento de cada persona por sus propias propiedades, sus propios talentos o capacidades, sus propias necesidades, su propia identidad o su propia naturaleza. Se trata justamente de rechazar toda conexión predefinida entre los cuerpos y las propiedades que se les atribuye. La pragmática de la escuela es exactamente esa: ofrecer la experiencia de ser “sin destino” y al mismo tiempo la de “ser capaz” de encontrar el propio destino. En la escuela somos Julia, Maximiliano, Inés, Jorge, Clara, Marta. Se nos llama por nuestros nombres propios y no por nuestros nombres de familia, lo que indica un movimiento no genealógico. Desde el lado del profesor, convertirse en maestro de escuela significa que hay que dirigirse a una asociación de pupilos, a una pluralidad de singularidades, lo que le obliga a hablar públicamente (y no personalmente). El profesor habla a todos en general y a nadie en particular.

      Voces escolares

      La voz del profesor merece nuestra atención también en el contexto de la revolución digital que afecta a la escuela y a sus habitantes. El desarrollo creciente de los entornos digitales de aprendizaje y, más particularmente, los “problemas” de falta de motivación y de interés que parecen acompañar su despliegue (y a los que se intenta responder con diferentes estrategias de estímulo o de ludificación) nos recuerdan la importancia de la voz del profesor para hacer escuela. Para clarificar eso voy a partir, como un ejemplo, del modo como la voz está presente en los documentales de Werner Herzog y, más precisamente, de la presencia de su propia voz en muchas de sus películas.

      Herzog es un cineasta alemán que ha rodado muchos documentales, un género que supuestamente nos habla de un mundo, nos hace descubrir un mundo, el mundo, nuestro mundo, al que podríamos llamar, de cierto modo, escolar. Los documentales de Herzog, como muchos otros, tienen una voz en off, es decir, una voz que comenta y acompaña las imágenes articulando historias y saberes. Lo que es especial es que la que se escucha es la voz del propio Herzog, pero no sólo en la versión alemana (donde podría hablar su propia lengua materna) sino también en la inglesa, en la que habla un inglés de un modo (por la entonación y el acento) que está muy claro que no es su lengua materna, que no es un hablante nativo, que esa voz no es natural (y lo mismo vale para la versión francesa). Si escuchamos la voz de Herzog que acompaña sus documentales (especialmente La cueva de los sueños olvidados, sobre el descubrimiento de las pinturas en la gruta de Chauvet, en Francia) veremos que su singularidad es mucho más “pronunciada” (otra bella palabra en español y en francés) en inglés que en alemán.

      Quizá su voz podría describirse como una voz escolar, como la voz de un maestro de escuela. Pero lo que aquí estoy entendiendo como una característica positiva de su voz en tanto que escolar no es que sea una voz servil, dócil, pretenciosa, docta, aburrida o de viejo, sino que tiene que ver con lo que la escuela hace cuando opera como escuela, es decir, como lugar del tiempo libre, del tiempo para el estudio y el ejercicio: abre, des-cubre, ex-pone un mundo, comunica un mundo despertando la atención y el interés hacia algo, desligándolo o liberándolo de su utilidad inmediata. Por eso la escuela nos lleva fuera de nosotros mismos, nos ex-pone, nos entraña en el mundo, más cerca y más próximos del mundo (lo que hemos dicho antes a propósito de la vía). Nos aproxima, nos coloca en la proximidad, hace que las cosas comiencen a hablar (que los animales hablen, como se dice), a decirnos alguna cosa, al mismo tiempo que esa cosa comienza a tocarnos, a inscribirse en nosotros y a formarnos, de modo que hacemos la experiencia de olvidar de algún modo el tiempo y podemos hacer la experiencia de poder comenzar, de comenzar “de nuevo” con alguna cosa.

      La escuela se hace por composiciones y agenciamientos temporales y espaciales, por tecnologías que ayudan a producir atención y presencia, que incitan a estudiar y a ejercitarse, a disciplinarse. El maestro de escuela es entonces un “maestro”, alguien que encarna cierta maestría, cierto saber y cierto saber-hacer, pero es también alguien que “hace escuela”. Como he señalado antes, es quizá en el tiempo de la pantalla y de la comunicación a distancia que nos hacemos más conscientes de la importancia de la voz del profesor para hacer escuela, para hacer hablar al mundo en un sentido fuerte. Lo que la voz de Herzog parece hacer (como otras voces en otros documentales, al menos cuando esas voces no celebran a los que hablan en ellas y a lo que saben, sino que celebran eso de lo que hablan, eso que nos presentan, y Herzog a veces se celebra a sí mismo y entonces el mundo se queda mudo) es aumentar o reforzar la realidad de lo que se presenta en la pantalla.

      Podía decirse que contribuye a hacer una realidad aumentada, no en el sentido en el que esa expresión se utiliza hoy día para indicar el efecto de un cierto procedimiento virtual, sino en el sentido subrayado por Hannah Arendt cuando dice que la noción de autoridad (del latín auctoritas) viene de la palabra augere que significa aumentar (Arendt, 1960/2006: 121). En ese sentido, una realidad aumentada es una realidad que ha recibido cierta fuerza, a la que la voz le ha dado cierta autoridad para que comience a decirnos alguna cosa de manera que nosotros –o algunos de nosotros– quedemos fascinados por esa realidad (por esa res, esa causa o esa cosa) y sintamos el deseo de saber más, de conocerla mejor, de ocuparnos mejor de ella y con ella. En neerlandés la palabra para autoridad es gezag, una palabra que viene del verbo zeggen cuya traducción es decir. Lo que tiene autoridad es, literalmente, lo que tiene algo que decirnos.

      Entonces, la voz del maestro no es simplemente el instrumento para enviar un mensaje (una significación codificada) que será captado por el oído del escolar y después descodificado, descifrado o comprendido por su mente (es decir, un mensaje que también podría ser dado de otro modo). La voz no es simplemente portadora de significado (como podría serlo el texto) sino que constituye una fuerza en sí misma. Por eso la voz no es sólo interpretada, sino que está, por decirlo así, ahí, inmediatamente clara y límpida (Nancy, 1982). No es visual ni es primeramente leída (o interpretada), sino oída, escuchada, y recibida como fuerza.

      La fuerza de la voz del maestro de escuela está en que hace alguna cosa presente en el sentido fuerte, en que la constituye (y la convoca) como una realidad compartida, en que engendra la presencia de las cosas y la atención a las cosas. Escuchando esa voz, lo que hacen los escolares no es sólo entender algo (en el sentido de aprender un significado) sino también escuchar en el sentido de recibir, de prestar atención, de tomar en consideración y, entonces, también es una cuestión de compartir, de formar parte de una comunidad que viene a anunciarse alrededor de algo que nos habla.

      Un hablar escolar que fracasa es un hablar en el que nada pasa, en el que ninguna realidad compartida se anuncia, donde la voz no marcha, no abre vía, no tiene fuerza, no tiene nada que decir porque, por ejemplo, el profesor habla solamente de algo o a propósito de algo y, por tanto, ese “algo” no habla por sí mismo, no se deja escuchar a través de la voz de un profesor que, por eso mismo, no es capaz de hacer escuela.

      Pienso que todos reconocemos una voz escolar en el sentido que le he dado aquí, como una voz que es de escuela y que hace escuela. Una voz que opera escolarmente es una voz que da testimonio ella misma de atención y de curiosidad (una palabra que viene del latín cura que quiere decir cuidar), que da testimonio de un fuera de sí; una voz a través de la que el mundo habla y que sabe incluso que algo de lo universal es tocado y por tanto comunicado (por eso está quizá muy próxima de la Musa y de ese entusiasmo que comparte y anuncia alguna cosa), que deja aparecer un mundo. Me parece que es eso lo que experimentamos en los documentales “escolares” de Herzog, que es eso a lo que su voz contribuye (aunque no sólo su voz, claro). Y me parece también que esa fuerza de la voz es aún más pronunciada cuando Herzog habla en inglés, en una lengua que le es extranjera y de la que está, de alguna manera, ausente, una

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