Seducción: El diario de Dayana. Rafael Duque Ramírez

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Seducción: El diario de Dayana - Rafael Duque Ramírez

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largas piernas, manos pequeñas con largos dedos y con un intelecto promedio. Oriunda de un pueblo cercano, pude leer en mis notas que por entrevistas a conocidos y familiares, se le consideraba como una mujer responsable, trabajadora y fuerte, a pesar de que era insegura en el hablar, no sostenía la mirada y su voz tenía un tono bajo, todo lo cual evidenciaba que había tenido una niñez muy difícil.

      Ahora, su expediente llenaba casi toda la gaveta y en una hoja de notas escribí el orden de su mayor tesoro: su historia contada por ella misma en manuscritos que había registrado en pequeña libretas que había manejado a la manera de diarios, y yo había fotocopiado con su consentimiento.

      Leí mi primer encuentro con ella. En realidad, yo solo anotaba mis conclusiones de cada sesión, pero tenía las cintas de audio de cada entrevista, ordenadas por fecha. Coloque la número 1.

       CINTA 1

      –Dayana, háblame de tu niñez.

      –Éramos una familia normal con papá, mamá y mi hermana mayor, hasta cuando a los cinco años, mis padres se separaron. Desde entonces, mi vida se volvió un continuo viaje entre pueblos pequeños de la zona cafetera, hasta que mi mamá se organizó de nuevo con un hombre del mismo pueblo donde habíamos vivido con papá, donde habíamos nacido todos y donde vivía nuestra abuela paterna. No recuerdo mucho, pero sé que no fueron años felices desde que mi padre se fue, porque me llegan imágenes de regaños y golpes de mamá y de mi padrastro, por haber ensuciado mi ropa, por no haber traído un mandado rápido, porque no respondí o porque mi hermana Juliana daba quejas por todo. No tuve muchas amigas, pero en el colegio departamental de El Refugio, me hice amiga de Liliana aunque al final, terminamos peleando por un muchacho. No entiendo, ¿por qué estuve en el hospital? ¿Por qué estoy aquí?

      –¿No recuerdas? Pregunté.

      –No. ¿Por qué estoy acá? ¿Quién es usted? Preguntó exaltada.

      –Dayana, soy Juan Pablo Bustamante, tu psiquiatra.

      –¡Yo no estoy loca! Gritó.

      –Tranquila, yo sé que no estás loca, estamos aquí para que puedas recordar qué te ocurrió. Voy a tratar de ayudarte con una prueba de hipnosis para que recuerdes lo que tienes bloqueado.

      –Quiero a mi hermana conmigo. Me dijo con una mirada de odio.

      –Está bien, ya la hago seguir. Le respondí.

      En realidad, esta no era una buena idea porque todavía no conocíamos los motivos de su intento de suicidio. Sin embargo, se me ocurrió algo. Así que dejé entrar a la hermana y le hice hipnosis, para sacar sus recuerdos del inconsciente y dejarlos como un sueño. En esta forma, ella podría recordarlos, pero no los revelaría frente a su hermana. Por supuesto que para poder iniciar el tratamiento, yo debía conocerlos. Ese era mi problema, buscar la forma de que ella me revelara sus más íntimos recuerdos, pero debido a su actitud y falta de empatía hacia mí, sería muy difícil obtener esa información.

      –Quiero que cierres los ojos… Ahora, sientes tus párpados pesados y tu cuerpo se relaja con el sonido de mi voz. Vas a contar en retroceso 10 – 9 – 8… Notas muy pesados tus brazos, 7 – 6… Solo escuchas mi voz, 5 – 4… Te encuentras en un lugar seguro, 3 – 2… Al tronar mis dedos, estarás dormida, 1 – 0, ¡clap!

      Quiero que recuerdes cuando eras niña y vivías con tus padres. ¿A qué jugabas? ¿Quién te cuidaba? ¿Alguien te consentía? ¿Alguien te hizo daño?

      Dayana pasó entonces, de un estado de risa incontenible, a un estado de agitación y llanto.

      Cuando la vi muy agitada, la desperté.

      Su hermana, me miraba con angustia y me preguntó:

      –Doctor, ¿qué tiene Dayana?

      –Todavía no lo sé, pero voy a averiguar para ayudarle. Por favor, permítame unos segundos con ella a solas.

      –Dayana, hoy hiciste un excelente trabajo. Me gustaría que llevaras un diario en donde anotes tus sueños y las cosas que recuerdes.

      Ella dijo:

      –En este momento tengo muchos recuerdos, pero no recuerdo lo que me pasó hace una semana.

      –Tranquila, vamos con calma. Tómate tu tiempo.

      –Nos veremos en una semana.

      Impresión: paciente con serios problemas de memoria secundarios, estrés postraumático y depresión. En estado de negación.

      Sin embargo, sus recuerdos al parecer, la afectaban y la ponían más triste, y para medicarla, le pedí que me trajera lo que hubiera escrito.

      A su siguiente cita, llegó con un cuaderno marrón donde había anotado sus recuerdos. Me lo entregó y luego, se angustió y me lo intentó quitar.

      –¿Qué pasa? Le pregunté.

      –Nada doctor, es que…

      –¿Qué sucede? Tranquila, lo que haya escrito en este cuaderno, quedará entre los dos.

      –Es que escribí cosas sobre usted.

      –No tienes de qué preocuparte, le respondí. Eso hace parte del tratamiento, tu empatía hacia mí.

      Yo no te voy a juzgar, solo quiero ayudarte.

      Hice una fotocopia del diario y se lo devolví. Ella me miró con rabia y desconfianza. Acto seguido le dije:

      –Tranquila, estoy para ayudarte.

      Noté que ella salió muy preocupada por haberme entregado unas hojas con parte de su vida.

      Me senté en el diván y empecé a leer. Al comienzo, la letra de Dayana era vacilante y mostraba duda y agresividad al mismo tiempo. Luego, observé que la letra mejoraba, se hacía más legible y entonces, podía leer muchos detalles con mayor claridad. Me acomodé en el sillón, limpié mis lentes, coloque un CD de Bach y empecé a leer con la idea de encontrar la verdad.

       CAPÍTULO III

       EL DIARIO

      Esto me parece una estupidez. Por orden de mi petulante psiquiatra, empiezo este diario. ¡Si supiera lo mal que me cae, y cuánto lo desprecio! Se cree mucho con su traje fino y su colonia costosa. Me dice que me va a ayudar a entender mi vida, sin entrometerse en ella.

      Cómo puedo creerle a un matasanos que no cura las enfermedades, sino que le pagan por decidir quién está loco y quién no.

      Lo primero que debo escribir es quién soy. ¿Y quién puedo ser, por Dios? Soy Dayana, una mujer común y corriente, no soy fea ni tampoco bonita. Debo estar pesando unos 55 Kilos y mido

      1.65 m. Odio los deportes, no creo en nada ni nadie. No tengo amigas, la única que tuve en el colegio fue Liliana Camacho que me robó mi novio del curso.

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