Seducción: El diario de Dayana. Rafael Duque Ramírez
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Juan Diego me saludó con cariño. Tenía una camisa leñadora ajustada a su pecho y un jean apretado. Me cogió de la mano y me brindó una cerveza que le acepté. Nos sentamos al lado del río y hablamos un rato de muchas bobadas. Él me miraba con ternura y escuchaba con atención lo que yo le iba diciendo.
Pasó el tiempo y después de tres cervezas mías, no sé cuántas de él, los compañeros de Juan Diego, lo empezaron a picar para que me besara. Él como galán de pueblo se me echó encima, pero yo lo rechacé varias veces, pero sabía que me gustaba. Pude entender que quería algo conmigo. Confié en sus “buenas intenciones”, porque me gustaba mucho, pero no quería que me viera débil porque de seguro, si sabía que me encantaba, se iba a aprovechar de mí. Se portó muy caballero y no parecía tener intenciones sexuales, a pesar de que no quitaba sus ojos de mis pequeñas tetas. Como no fue agresivo ni quiso obligarme, me puse cariñosa con él, pero me mantuve firme y no disimulé mi ansiedad, porque no quería que él supiera que pensaba mucho en él. Sin embargo, le seguí la corriente y me dejé besar delante de sus amigos.
Me dijo que me fuera con él a un sitio solo, en una planicie arriba de la quebrada y cerca del río. Yo acepté porque en realidad, quería alejarme de sus amigos que ya estaban muy tomados y un poco fastidiosos. Subimos por el camino en medio de la oscuridad de la noche, pero se veía iluminado por la Luna. Cuando estuvimos arriba, y como hacía mucho calor, me dijo:
–Quiero bañarme, ¿te metes al agua conmigo?
–No gracias. No traje vestido de baño. Le dije.
Hacerme la difícil no fue mi fuerte, porque no me insistió. Se desnudó por completo y se lanzó en clavado. Era la primera vez que veía un pene de ese tamaño. Él se hundió en el agua, yo me senté y me aburrí de verlo nadar. Me dio rabia y me sentí como una boba. Quería que Juan Diego me rogara y me convenciera para nadar con él, y de pronto, volverlo a rechazar. En realidad, no sabía lo que quería. A los cinco minutos, decidí irme. Me levanté y tan pronto lo hice, Juan Diego salió del agua.
Intenté no mirarle el pene entre las piernas, pero era lo único que quería verle. Sentí vergüenza, pero no dejé de hacerlo. Todavía emparamado, se me acercó y me besó. Allí, se secó prácticamente con mi ropa, que terminó igual de mojada a la de él. Me cogió de la mano y se recostó en una especie de cobija que había llevado, y yo me acosté a su lado. Sabía que estaba desnudo. Temblaba por los nervios, y me sentía mojada, pero no solo por mi ropa, porque sabía que lo que hacía era tonto, y no podía negar lo que me estaba pasando. Juan Diego me gustaba tanto que me dejé llevar… Ya estaba ahí, a su lado y él no perdió la ocasión para acariciarme con su mano y meterla debajo de mi blusa. Empecé a vibrar de deseo, pero mi mente me traicionaba en todo momento. Tenía miedo de que alguien llegara, temía porque sentía que lo que estaba pasando era tremendo. Él sabía cómo tocarme y cómo besarme. Sentía que ya no era una niña y empecé a sentirme como una mujer. Y por primera vez, al lado de Juan Diego, me sentí deseada, y eso me puso feliz.
De un momento a otro, la caballerosidad desapareció. Me quitó la ropa con brusquedad y mucho afán y me dio mucho miedo.
En ese momento, Dayana empezó a agitarse, y tuve que terminar la sesión. Antes de despertarla, le dije: recuerda y escribe qué más pasó esa noche.
DIARIO
OK. Ese momento de angustia fue raro, porque quería huir, y también me quería quedar. Juan Diego me gustaba mucho, pero… ¿Qué querrá él de mí? ¿Será que solo quiere verme desnuda? ¿Era lo único que quería de mí? ¿Era solo sexo lo que le inspiraba? ¿Sería que no me amaba? ¿Será que sabe que soy virgen? ¿Será que solo quiere aprovecharse de mí? ¿Será que piensa que soy fácil? O peor, ¿que soy una niña tonta?
Casi me paralicé de miedo, y sin embargo, ya estaba desnuda y lo tenía encima mío. Entonces, mis nervios y mi misma debilidad, me dieron fuerzas para rechazarlo y le dije:
–¡Quítate, no me toques más!
Me levanté, me vestí y sin mirarlo, salí despavorida, corriendo monte abajo. Él corrió y me agarró para convencerme de que no me fuera, pero no me pudo calmar. Entendí que eso no era cariño ni respeto, solo era deseo carnal, y yo no quería. Eso no era lo que yo deseaba para mí. Me marché del claro y del lugar, corriendo a oscuras, cuesta abajo por la carretera, con la esperanza de que algún campesino de los que iban al mercado los domingos, me dejara subir entre sus verduras y me llevara hasta el pueblo.
Cuando llegué al pueblo, tuve que esperar a que amaneciera para entrar en la casa después de que mi madre saliera para misa. Era tal vez, el único día que no me obligaban a levantarme temprano. Nunca se supo que yo me había volado esa noche.
El lunes cuando llegué al colegio, no dije ni una palabra a los compañeros. Yo me sentía apenada, enojada y arrepentida de haberme volado esa noche, y temía que los amigos de Juan Diego, creyeran que había estado con él, y aunque intentaba no pensar en eso, quería salir del colegio y volver a mi casa.
Me llamó la atención que ese día, nadie me dijera nada y ni siquiera, me llamaron Garza, el apodo que me habían puesto cuando tenía nueve años porque era muy delgada. Y aunque fui la niña de mi curso a la que primero le creció el busto, el apodo nunca me lo quitaron. Pero, ese día nadie me dijo nada. Pensé que tal vez, murmuraban a mis espaldas y yo estaría en boca de todos, con mi reputación dañada. Ese día tampoco me encontré con Liliana. Lo que nunca esperé fue que en mi casa estuviera la respuesta.
Llegué y me metí en mi habitación y mis pensamientos fueron solo para Juan Diego. ¿Por qué solo se quería acostar conmigo? ¿Acaso yo no era lo suficiente para él? ¿Será que los hombres solo me verán así? ¿Por qué hoy no me buscó?
Aunque mejor, porque si me hubiera buscado, todos confirmarían que estuve con él. ¿Qué les habrá dicho a sus amigos? ¿Será que después de lo del sábado, alguien me va tomar en serio? O creerán, ¿que soy una mujer fácil? Lloré por sentirme en desamor. Y no salí de mi cuarto, hasta que mamá llamó para decir que la comida estaba servida.
Cuando bajé, estábamos solo las tres, mi mamá, Juliana mi hermana y yo. Mi padrastro no llegó.
Y estando en la mesa, Juliana empezó a mirarme raro. Y luego dijo:
–¿Si saben lo que andan diciendo en el colegio? Que hubo una gran fiesta el sábado en el río y que se salió de control. Yo no la miré. Traté de ignorarla, jugando con mi sopa.
Mi madre sí la miró y le puso toda la atención que ella quería. Juliana prosiguió:
–Dizque hubo mucho licor.
Y dicen que el que más se divirtió fue el amigo de Dayana, Juan Diego. ¿Así es como se llama?
Yo palidecí, ¿cómo iba a salvarme de esto? ¿Qué tanto sabía Juliana? Seguro que mi madre me iba a moler a golpes. Aunque le temía más a mi padrastro Ismael que siempre me golpeaba desde que tengo memoria. Lo bueno era que no estaba aquí con nosotras. Juliana continuó.
–Dayana, ¿no sabes algo de lo que ocurrió en la fiesta?
–No,